Tiempo familiar: la causa que podría unir a progresistas y conservadores

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La mayoría de madres y padres quieren pasar más tiempo con sus hijos pequeños. Y al revés. Si esto es lo que quieren las familias y lo que produce mejores resultados sociales, ¿por qué no favorecerlo?

“La familia es fundamental, y nos hemos vuelto demasiado tímidos para hablar de lo importante que es para todos nosotros”. La observación de Rachel de Souza, al frente del Comisionado de la Infancia de Inglaterra, toca nervio y pone al país ante una pregunta crucial: ¿por qué si la familia es una realidad tan decisiva para tanta gente, recibe tan poca atención por parte de los políticos?

De Souza abordó esta cuestión a principios de septiembre, con motivo de la presentación de su informe independiente sobre el estado de la familia en el Reino Unido. Una de las conclusiones a la que llegó tras llevar a cabo dos encuestas nacionales y entrevistar en profundidad a familias de todo el país, es que el bienestar de padres e hijos crece cuando pasan tiempo juntos. “Los niños me dicen que la familia lo es todo. Los padres me dicen que la familia lo es todo. Así que, ahora, todos debemos dar a las familias la misma primacía y prioridad que ellas se otorgan”.

No juzgo, pero incentivo

De Souza, nombrada por el ya ex primer ministro tory Boris Johnson, evita el debate sobre los modelos familiares. De hecho, cae en cierta contradicción cuando resta importancia a la estructura que adoptan las familias y, a continuación, lamenta el mayor índice de pobreza infantil de los hogares monoparentales.

En cualquier caso, las estadísticas que maneja dejan claro que, en aquellos hogares donde los niños tienen la experiencia de una relación amorosa y estable entre sus padres, la familia tiene un “efecto protector” sobre sus miembros, que les “ampara frente a las adversidades de la vida”. Y también ponen de manifiesto que el mayor bienestar que experimentan padres e hijos cuando pasan tiempo juntos acaba repercutiendo en el conjunto de la sociedad, sea porque inyecta felicidad, sentido y civismo, sea porque contribuye a prevenir problemas crónicos como la soledad, la ansiedad, la depresión o el fracaso escolar.

Por todo ello, De Souza ha anunciado que su oficina dará un nuevo impulso a la perspectiva de familia en todos los ministerios del gobierno, lo que les obligará a examinar cómo afectan sus políticas sociales al bienestar de las familias.

Su discurso recuerda al de otro ex primer ministro tory, David Cameron, uno de los primeros políticos en adoptar esa perspectiva de familia. También Cameron era ambiguo respecto de los modelos familiares: su primer gobierno, formado por conservadores y liberal-demócratas, promovió la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y, a la vez, propuso como ideal social las relaciones duraderas al financiar varias modalidades de orientación familiar. A ningún político le gusta “ser acusado de juzgar” los estilos de vida de los demás, dijo en una ocasión. Pero eso no significa que el gobierno deba renunciar a “ayudar a permanecer unidos a quienes deciden vivir juntos”.

La corresponsabilidad en los cuidados será inalcanzable mientras la izquierda y la derecha no vean la familia como una prioridad

Una izquierda con voz propia

Las palabras de De Souza llevaron a Frank Young, director editorial del think tank Civitas, a plantear en la progresista revista New Statesman por qué la izquierda no está aprovechando el silencio de muchos conservadores sobre la familia para encontrar su voz en este tema. Y señala como prioridad el empeño por evitar las rupturas familiares, un asunto que a su juicio debería preocupar tanto a la izquierda como a la derecha.

Tiene sentido desde el punto de vista de la igualdad, valor estrella del socialismo: si el ideal es que hombres y mujeres se hagan corresponsables en el cuidado familiar y en las tareas del hogar, ¿no habría que empezar por incentivar la presencia de ambos bajo el mismo techo? O como dice él en respuesta a los críticos del matrimonio: “¿Por qué una pareja no iba a comprometerse a ayudarse mutuamente en el cuidado de los hijos?”.

El campo para ese discurso propio que pide Young a la izquierda es amplio. Empecemos por un asunto de fondo. La narrativa tradicional de la derecha respecto al tiempo familiar es que las familias conocen mejor que nadie cuáles son sus necesidades; de ahí que, sobre todo, pidan flexibilidad para organizarse según les convenga. Pero eso es verdad hasta cierto punto, pues a menudo esas decisiones aparecen condicionadas por las posibilidades económicas o laborales: eligen no tanto lo que quieren como lo que pueden.

Lo advirtió Paul Embery, bombero, sindicalista y partidario del “laborismo azul”, una corriente del Partido Laborista –los socialistas británicos– que subraya la importancia de los valores familiares. Para él, el apoyo a la familia no casa bien con la obsesión de la derecha con las políticas de austeridad, los bajos salarios o la falta de medidas contra la pobreza. Al mismo tiempo, reprocha a buena parte de los políticos de izquierdas que hayan dado la espalda al concepto de “familia tradicional”. Y les recuerda, con un dato del Center for Social Justice, que el 72% de los adultos británicos considera que las rupturas familiares son un problema serio para el país.

Decisiones personales y ayudas

Además, la flexibilidad resulta insuficiente cuando los patrones culturales de una sociedad –incluidos los que imperan en el mercado laboral– presionan para que sean las mujeres quienes asuman la mayor parte del cuidado familiar. Dos datos contundentes: en el último trimestre de 2020, concluido el confinamiento obligatorio, el 94% de las reducciones de jornada para el cuidado de hijos o mayores y el 89% de las excedencias para el cuidado de hijos fueron solicitadas por mujeres.

Datos como estos sugieren que es difícil avanzar en la corresponsabilidad sin el apoyo del Estado, a través de medidas como los permisos remunerados, iguales e intransferibles. Sobre todo, en un mundo laboral donde sigue estando mal visto que un hombre se tome el permiso de paternidad completo, o que adapte su horario para recoger a los niños del colegio o atender un imprevisto… cuando puede hacerlo su mujer.

Al final, este tipo de sesgos exponen mejor que nada la necesidad de un cambio de mentalidad entre muchos hombres, que se traduzca en decisiones de solicitar las medidas de conciliación disponibles para meterse en casa a cuidar. Sin esas elecciones personales y sin facilidades por parte de las empresas y del Estado para conciliar, habrá que dar la razón a Octavio Salazar, catedrático de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional, cuando dice que “estamos construyendo una sociedad de espaldas a las necesidades de la vida”.

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