Vincent, creador y motor de un conglomerado industrial valorado en 20.000 millones de euros, es el prototipo del triunfador moderno, ambicioso, solitario, infatigable, siempre estresado y siempre corriendo, sin parar. Lo vemos con su deportivo averiado en una carretera, angustiado porque por ahí no pasa nadie. Un motorista le ayuda: lo lleva a su casa en la montaña –un solitario cobertizo de madera sin electricidad ni agua corriente–, le da de comer y lo devuelve a la civilización. Apenas intercambian un par de palabras, pero ese encuentro cambiará sus vidas.
El director y guionista Éric Besnard ha realizado una pequeña película escrita a medida de dos grandes actores: Lambert Wilson y Grégory Gadebois. Había trabajado con Grégory Gadebois en Delicioso (2021). Ahora añade a Lambert Wilson para enfrentar en escena a dos antagonistas de talento. El primero se muestra reservado y discreto, con una presencia poderosa y solemne; el segundo es locuaz y nervioso.
La película comienza como un drama clásico, una nueva versión del regreso a la naturaleza. Pero rápidamente se convierte en algo mucho más serio y divertido: se vuelve comedia ligera centrada en los dos actores, de los que hay que saber que ninguno es completamente honesto con el otro, ni con el público. Su particular buddy movie les permite hablar con libertad de las cosas que importan y del camino a la felicidad. No dan una clase, se muestran como son, se gritan, se pelean…, se hacen amigos. De telón de fondo un bellísimo parque natural fotografiado para delicia de los ciudadanos.
