El aparente enigma de que la sociedad más informada sea, al mismo tiempo, la más susceptible a la manipulación, puede resolverse con una analogía. Como ocurre con la riqueza, lo importante de la información no es la cantidad disponible, sino la posibilidad de acceder a ella. No somos una sociedad informada, sino una sociedad con una potencialidad casi infinita para informarse, y en esa diferencia ahonda la obra de los profesores Bergstrom y West.
“Bullshit”, término que engloba los datos mal presentados, la selección ventajista de unos hechos sobre otros, las estadísticas chapuceras, las extrapolaciones sin fundamento y decenas más de trampas intelectuales, admite diversas traducciones –la más literal sería “estiércol”, por recurrir al eufemismo–, pero puede identificarse, más o menos, con el hermano sofisticado de las noticias falsas. Si estas recurren a la mentira de un modo más o menos disimulado, el bullshit retuerce tanto la verdad que su efecto es igual de insidioso.
De los diversos modos que adopta la charlatanería, los autores se centran en la relacionada con las ciencias, en un tono didáctico y constructivo que hace de Bullshit un buen manual para detectar y desmontar las mentiras que ocultan, demasiadas veces, números y gráficas. Su experiencia como investigadores les ha permitido desarrollar varias técnicas que, además, no requieren de grandes conocimientos matemáticos o estadísticos. Una de ellas, y de las más efectivas, consiste en desconfiar casi por principio de lo que en la prensa popular se suele presentarse como una relación de causalidad. El mal uso que se hace de los gráficos para presentar datos recibe también un tratamiento exhaustivo. El principio general es que “si una afirmación parece demasiado buena o demasiado mala para ser cierta, probablemente es falsa”.
Muchos de los casos que plantea el libro proceden de los medios generalistas, y podrían detectarse aplicando espíritu crítico y un escepticismo moderado. Sin embargo, las lecciones que ofrecen son impagables cuando abordan la falta de rigor de determinados estudios científicos, envueltos en una niebla matemática que los autores balizan con precisión. Hasta el lector más refractario a los números puede aprender a sobrepasar la jerga académica, y a detectar cuándo se enfrenta a una dosis –deliberada o no– de bullshit. La mala noticia es que el paso posterior, que sería convencer a un tercero de que ese “estudio científico” que cita es una patraña, requiere “un esfuerzo que multiplica por diez el invertido en generarla”. La buena es que, como repetía una popular serie de los años 90, la verdad está ahí fuera.
