El buen patrón es el jefe de una fábrica de balanzas. Heredó la empresa de su padre y él mismo presume de serlo para todos sus empleados. Pero ese escenario laboral, aparentemente idílico, amenaza con desaparecer ante la visita de un comité de excelencia.
20 años después de Los lunes al sol, su mejor película, Fernando León vuelve a poner el foco en el mundo del trabajo y los conflictos laborales y, sobre todo, vuelve a contar con Javier Bardem para protagonizar la historia.
El buen patrón es una película para diseccionar en dos partes. Por una parte está Bardem, que borda un personaje absolutamente deleznable. Un hipócrita de doble cara capaz de traspasar todas las líneas rojas para conseguir sus objetivos. Bardem es un 90% de la película. Su presencia, su modo de hablar y sus gestos ocupan no solamente todas –o casi todas– las escenas, sino que determinan absolutamente lo que se está contando. El filme no se entendería igual sin esa sobresaliente encarnación del villano.
Por otra parte, está la película, su argumento y su tono de denuncia. Aquí la cinta de León de Aranoa supera apenas el aprobado. Acierta en los tramos donde prima el humor –no negro, sino nigérrimo–, especialmente cuando se dirigen contra un personaje al que querríamos ver eliminado desde el minuto uno. Fracasa, sin embargo, precisamente por esa falta de sutileza. El cineasta español ha creado una farsa tan radical, tan sin matices, tan maniquea; ha creado un monstruo tan repugnante que anula la que podría haber sido una reflexión crítica sobre el mundo empresarial. Una reflexión, por otra parte, muy necesaria. Ocasión perdida.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta