Al intelectual conservador estadounidense Ben Shapiro lo han tildado de “nazi”… y es judío. Lo han zarandeado en un debate público por decir que es biológicamente imposible “cambiar de sexo”, y ha tenido que salir escoltado por la policía tras dar conferencias (o intentarlo) en varias universidades.
En El lado correcto de la Historia. Cómo la razón y la determinación moral hicieron grande a Occidente, el autor hace un recorrido por siglos de desarrollo social y filosófico para ilustrarnos cómo hemos llegado hasta aquí. Y más particularmente, cómo ha llegado a tan enrarecido ambiente de crispación la gran democracia que es Estados Unidos.
Shapiro apunta al abandono consciente, por parte de Occidente, de la confluencia de los valores cristianos con el pensamiento racional griego, una armazón que ha estado en la base de la formulación de los derechos humanos, la abolición de la esclavitud, la derrota de sistemas liberticidas como el nazismo y el comunismo, y otros hitos que han marcado positivamente la historia occidental y la del resto del mundo.
Hoy, sin embargo, dicha armazón es objeto de ataques por parte de muchos de sus beneficiarios, imbuidos de un adanismo que desprecia las enseñanzas de la Historia. El autor, que advierte el gran salto de bienestar experimentado por la sociedad estadounidense desde comienzos del siglo XX, y que celebra los valores fundacionales de una república basada en el derecho y en el reconocimiento de la dignidad del hombre, imagen de Dios, se pregunta “¿por qué estamos echándolo todo a perder?”.

Shapiro invita a mirar atrás, a tomar nota de algunas utopías de felicidad que, alegre y conscientemente alejadas del regazo de Atenas y Jerusalén, derivaron en guerras y genocidios. O a episodios tan rompedores como la Revolución francesa, cuyos ideales no alcanzaron su potencial porque la Ilustración abjuró de las lecciones del pasado y sus exponentes no percibieron –tampoco muchos en la actualidad lo perciben– que, si había surgido en Europa, era precisamente por las condiciones favorables a la ciencia y la investigación que se daban en un contexto social de raíz judeocristiana.
La Ilustración, dice, “veía la historia de Occidente como una colección de represión y brutalidad y soñaba con vagas nociones de la bondad humana”. Pero ese afán –tan vigente– de enmendarle la plana a la historia, en el entendido de que solo ha dejado un rastro de víctimas sectoriales a las que se debería compensar con políticas de “discriminación positiva”, puede volverse contra la prosperidad y el desarrollo de la sociedad que las avala.
En esa línea va uno de los ejemplos que cita: el del deseo expreso de la Fundación Nacional por la Ciencia, de EE.UU., de tener una “fuerza laboral diversa”. “¡La meta ya no es tener a los mejores científicos! Ahora se trata de que sus científicos sean de todas las razas y de que haya equilibrio en el número de hombres y mujeres”. Se trata de una política que se va expandiendo por las facultades de todo el país: “Lo que no sabemos aún –lamenta– es de qué manera beneficia a los pacientes el tener cirujanos o doctores menos cualificados, pero con mayor diversidad étnica”.
Ante este raro panorama, Shapiro pide no ceder a la tentación de creer que todo lo que se ha hecho ha estado rampantemente mal. “La libertad que disfrutamos y la moral en la que creemos son producto de una civilización única: la de Dante y Shakespeare, la de Bach y Beethoven, la de la Biblia y Aristóteles. No creaste tus libertades ni tu definición de virtud. Tampoco surgieron de la nada. Aprende de la historia. Explora dónde están las raíces de tus valores: vuelve a Jerusalén y Atenas”.
Y ya puestos, muestra aprecio y agradecimiento por todo lo que surgió gracias a ellas. Y defiéndelas.