Una pareja, formada por un director de cine que acaba de estrenar una película y una joven actriz, discute durante toda la noche. Un olvido, que podría parecer anecdótico, amenaza con destrozar la relación entre los dos.
El pasado mes de abril, en pleno confinamiento, Sam Levinson (Euphoria) decidió rodar esta película basada en un hecho autobiográfico. Fue un rodaje casi secreto, con un equipo de 20 personas y en medio de estrictos protocolos de sanidad. El propósito de Levinson, además del reto que supone hacer cine en esas circunstancias, era doble: explorar la complejidad de las relaciones de pareja y hablar sobre el cine y sobre cómo impacta la creación artística en los autores.
Son los dos grandes temas en torno a los cuales gira la película, que no es otra cosa que una larga conversación de dos personas en su magnífica vivienda. Los protagonistas hablan sobre el trabajo de construcción de una película, sobre la materia de la que se alimentan los guiones, del peligro de la fama, de la comprensión o no de la crítica, y del cine como herramienta política. Pero hablan sobre todo de su propia relación. Una relación tormentosa, desigual y algo tóxica. Una relación muy carnal y física y, en el fondo, absolutamente contradictoria. Con otras palabras, una de esas relaciones pasionales casi literarias que dan mucho juego, tanto a la imaginación de un cineasta (más si solo puede contar con dos personas) como a los protagonistas, que tienen texto de sobra para lucirse. Otra cosa es la verosimilitud y la altura cinematográfica de la propuesta. Aquí ni lo uno ni lo otro brillan excesivamente.
Y eso, aunque se pueda alabar la interpretación de Zendaya (que atraviesa con convicción la montaña rusa a la que le somete la historia), la elegancia de la fotografía y la puesta en escena, algunos diálogos sugerentes sobre el cine e incluso la interesante reflexión que la película encierra sobre la necesidad de la gratitud en las relaciones humanas y la importancia de mantener una sana independencia afectiva, sin lazos venenosos.
Todo eso está…, pero está en medio de una propuesta artificiosa, a la que se le notan demasiado las costuras y las limitaciones. Y el problema no es el covid, ni la escasez de personajes ni de escenarios, aunque algo pesen. Al final, como casi siempre, es problema de un guion –escrito en cinco días– al que le falta profundidad y consistencia. Es problema de una historia que no ha terminado de cimentarse bien y que, entre tantas idas y venidas, tantos violentos reproches y ardientes encuentros, termina diluyéndose.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta