Materia que respira luz

Materia que respira luz

AUTOR

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2023)

Nº PÁGINAS232 págs.

PRECIO PAPEL19,50 €

PRECIO DIGITAL12,99 €

GÉNERO

La ciencia está menos acostumbrada que la filosofía a que salten por los aires sus paradigmas, aunque Thomas Kuhn dejó bien claro que no hay una acumulación del saber, sino una sucesión de modelos acerca de la realidad –de idealizaciones– incomunicables. Al menos en una ocasión, hace aproximadamente un siglo, intentaron acercarse dos visiones contrapuestas, desgraciadamente sin éxito: por un lado, Einstein; enfrente, Bohr. Ambos se enzarzaron en un debate tan interesante como apasionado y que Juan Arnau exprime para sacarle todo su jugo filosófico.

Aunque no hay que justificar la voluntad de un filósofo para entrometerse en las entrañas del pensar científico –para encaramarse a las alturas en que se desarrolla la física cuántica y la tesis de la complementariedad hace falta una sensibilidad metafísica a prueba de bombas–, Arnau echa mano de algunos postulados –el principio de indeterminación, la dualidad onda-corpúsculo, etc.– para llevar la argumentación a su terreno. El autor es poco complaciente con el cientificismo e imputa al racionalismo el endemoniado pecado de la simplificación. Formado como astrofísico, confiesa que se le abrió el universo gracias a un viaje por la India, de donde volvió pertrechado de términos sánscritos y una mirada más espiritual, capaz de detectar luces que se apagan al contacto con la blanca y aséptica atmósfera de los laboratorios.

Uniendo, a veces de un modo complejo, otras –para qué negarlo– demasiado interesado, las suposiciones de los discípulos de Bohr con filósofos espiritualistas, como Berkeley, Whitehead o Bergson, el libro muestra que el compás seguido por dichas corrientes es idéntico, como si bailaran al ritmo de la misma música. El universo no sería un acervo finito y absolutamente determinado de sustancias, un contenedor, como suponía Newton o Laplace, de entes pétreos, sino un organismo en el que solo la ficción o el artificio pueden erigir un corte entre sujeto y objeto, entre naturaleza y cultura. La materia siente y percibe; se entromete en nuestra conciencia, pues esta es reflejo de una conciencia cósmica. Estas convicciones tienen dificultades filosóficas, eso es evidente, pero nadie lee para suscribir lo que encuentra en los libros; más bien, para que, aun en el disenso, las páginas dilaten sus interrogantes hasta volver a sorprenderse de nuevo del brillo del mundo.

Por decirlo de otro modo: Arnau aclara hasta qué punto la realidad en que nos movemos es oscura, revelando formas de pensar alternativas –cuyo hallazgo atribuye a su periplo por el Indostán– a las que la ciencia más avanzada no se cierra en banda. Siendo penetrante y lúcido como es, tampoco se le escapa a este intelectual que, con el modelo clásico, la batalla contra el transhumanismo y la dictadura de la tecnología está totalmente perdida. Asintiendo a esto, uno no deja de preguntarse dónde acaba la persona en todo este universo “lleno de dioses” y si acaso no está dotando a la naturaleza de rasgos celestiales, promoviendo un culto que puede también volverse contra nuestra dignidad.

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