Berlín, 1929. Flota en el aire un júbilo negligente, una locuacidad desenfadada. La crisis bursátil aún no ha golpeado de lleno a la República de Weimar y en las noticias hay cabida para personajes como Käsebier, un cantautor cuya cotización sube como la espuma.
La inopia de la crítica musical, que lo ensalza sin motivo, y la rendición incondicional de un público ávido de referentes convierten a Käsebier en una estrella. Käsebier, una especie de Juan Nadie capriano, se limita a observar cómo va engordando la bola de nieve, alimentada por la estulticia de unos y el oportunismo de otros. Convertido en un mero producto de marketing, el cantautor apadrina muñecos de goma, zapatos y teatros con su nombre, hasta que el globo –o la burbuja, por utilizar un término más actual– estalle.
Ciertamente, en 1931, cuando la periodista Gabriele Tergit (Berlín, 1894 – Londres, 1982) escribió esta sátira de la Alemania de la República de Weimar, no podía vaticinar el futuro, pero los indicios de la catástrofe empezaban a ser ya meridianos: “El lunes 15 de septiembre se celebró la primera junta de acreedores. En ella confluyeron la increíble conmoción política provocada por el resultado de las elecciones con la excitación de los asistentes por la pérdida de sus ahorros”, empieza uno de los últimos capítulos, referido al irresistible ascenso de la facción hitleriana que pasó, tras aquellas elecciones, de 12 a 107 diputados.
El lector tiene la oportunidad de viajar a un país que se asomaba peligrosamente al abismo totalitario, en los años decisivos de 1929 y 1930. Con un estilo desenvuelto y una prosa frenética, telegráfica, repleta de buenos golpes, Tergit ofrece una visión desde dentro de una sociedad acrítica y esclava de la propaganda, cuya fragilidad y corrupción posibilitarían, a la postre, el fin de la democracia parlamentaria. Sin ser una obra redonda, Käsebier conquista Berlín mantiene su frescura y vigencia gracias, sobre todo, a la simultaneidad entre la realidad descrita y la ficción ideada por Tergit, una sincronía que hace que la novela bordee en ocasiones el género del reportaje.
