Estamos ante una narración apasionada, con fuerza poética y exaltación descriptiva de los valores del mundo rural. El desarrollo, lineal y sencillísimo, es poco común, con detalles de rusticidad y búsqueda de los sentimientos profundos de la bondad humana. En su prefacio a la edición castellana, escrito en 2013, el autor dice que reescribió la novela diecinueve veces; y se sorprende de que haya sido muy valorada en el ámbito musulmán turco.
Concluye, con Jung, al que cita, que “en todas las civilizaciones, desde las paganas, griega y romana, hasta las tribales africanas y las de América precolombina, hasta llegar a las actuales, los ritos de salvación pasan por fases que se reproducen de forma idéntica: hay una muerte, para vencer a la muerte se construye un símbolo que reclama al muerto y se consagra dicho símbolo, se ofrece en nombre de la comunidad, en una ceremonia celebrada por alguien digno de este papel”.
Y en esto consiste su narración, en la pequeña historia de una familia en la que muere la madre, alma y eje, y a la que el padre se empeña en revivir a través de la memoria, con la construcción artesanal de un altar dedicado a ella. En esa frenética labor consigue remover el espíritu colectivo del pueblo, a través de la cooperación. El desenlace es un tanto sorprendente, porque “no es la fuerza lo que salva a la humanidad, sino esa particular forma de amor que se llama bondad”. En definitiva, un canto al amor, a la piedad y a la caridad. El escritor y periodista italiano Ferdinando Camon (1939) es autor de una amplia obra literaria narrativa y poética con la que ha conseguido numerosos galardones literarios. Con esta novela obtuvo el Premio Strega en 1978.