Antje de Boeck, premio a la mejor actriz en la Seminci de Valladolid 1995; la película, seleccionada en la semana internacional de la crítica del Festival de Cannes 1995, y presentada por Bélgica al Oscar. Relieves estos que se refieren más bien a la frescura y encanto lírico de la historia, de sus intérpretes, y no tanto a la perfección del film: opera prima con sus casi obligadas líneas torcidas.
Porque se trata de una historia de amor juvenil y romántico, escrito (Christophe Dirickx) y dirigido por noveles, debe seguirse con amable sonrisa condescendiente si uno no es capaz de creer en todas las alegres maravillas y tristezas del amor; si tiene esa fe, seguirá con emoción y con inquieta simpatía las aventuras de este moderno e ingenuo Caballero de la Triste Figura (Harry, el cocinero huérfano) y de esta nueva y pícara Dulcinea (Jeanne, la conductora del tranvía); ayudados por las buenas artes del hada madrina Denise (la gorda y sola portera del inmueble).
No hay, no cabe, la blandura en esta historia doliente con una Bruselas -fotografía de Jan Vancaillie- oscura y fría, humanamente hosca y lluviosa, en un entorno civilizado tan poco solidario. El escenario es seco como un documental científico. El mundo laboral, opresivo. Entran muchos ingredientes de la vida actual: soledad, ignorancia y presentido anhelo de Dios, ausencia del calor familiar, ligereza sexual irresponsable (señalada en palabras e intenciones), y un humor que, si no desentona con este cuento de amor trágico, insinúa con sus breves toques un submundo realista de grosería moral (los lavaplatos Bert y Désiré).
La redacción del film es correcta, el trazo de los personajes suficiente, y el resultado final, más que notable: mérito de un equipo bien unido.
Pedro Antonio Urbina