Philadelphia

Philadelphia es una película de diseño pensada para romper la reticencia que el gran público ha tenido hasta ahora respecto a los films sobre la homosexualidad y el SIDA. Por otra parte, le ha servido al director Jonathan Demme para congraciarse con el poderoso colectivo gay norteamericano –que ha financiado la película generosamente–, tras las duras críticas que recibió su anterior trabajo, El silencio de los corderos, en el que presentaba a un psicópata asesino que era homosexual.

Un primer elemento popular de la película es su estructura de drama judicial. Más que centrarse directamente en los efectos del SIDA o en la vida cotidiana de una pareja de homosexuales, el guión de Ron Nyswaner analiza esos elementos desde dentro de la trama judicial.

El protagonista de la historia es Andrew Beckett (Tom Hanks), un abogado gay de Filadelfia, enfermo de SIDA, que es despedido del prestigioso bufete en que trabaja. Sus jefes justifican el despido por la creciente incompetencia de Beckett; él, por su parte, cree que responde exclusivamente al temor que les inspira su enfermedad, bajo el que subyace una clara discriminación contra los homosexuales. Dispuesto a defender su reputación profesional, Beckett tropieza con Joe Miller (Denzel Washington), un honesto y tenaz abogado, especialista en casos de discriminación racial e injurias. Antes de identificarse con las razones de Beckett, Miller tendrá que vencer sus propios miedos y prejuicios. En este proceso, será decisiva la amistad que surge entre ambos, así como el apoyo incondicional que recibe Beckett de su familia, de la comunidad gay de Filadelfia y de Miguel (Antonio Banderas), su compañero sentimental.

La realización de Jonathan Demme (Algo salvaje, Casada con todos) es correcta, aunque lastrada por el peso excesivo de su discurso ideológico. El ritmo narrativo está muy atado al mensaje que quiere transmitir, de modo que la película avanza a trompicones y con frecuencia resulta deslavazada y enfática. Por supuesto, prima el retrato humano de los personajes sobre la pura narración o su trasposición visual, lo que resalta el trabajo de los actores. Todas las interpretaciones son buenas, sobre todo la de Tom Hanks. En cualquier caso, y a pesar de la humanidad de su argumento y de sus personajes, a la película le falta fuerza dramática. Quizá se deba esto a que tras el tono sentimentaloide y sin matices de la película se oculta una historia superficial que en ningún momento entra a fondo en los problemas que plantea la homosexualidad. A pesar de la crudeza de sus diálogos y de algún breve detalle obsceno, Demme evita lo que podría chocar al público. Pero esta falsa humanización –en realidad es puro recurso al sentimentalismo– devalúa el rigor de sus análisis.

Lo peor de Philadelphia es que confunde tramposamente la necesaria solidaridad y la compasión hacia los enfermos del SIDA con una apología de la homosexualidad. Así, muchos de los argumentos contra la homosexualidad son puestos en boca de los malos y despreciados por intolerantes. En este punto se incluyen numerosas críticas implícitas al cristianismo. Además, se callan los profundos desequilibrios psíquicos y afectivos que causa la homosexualidad o la acompañan: la homosexualidad se presenta, sin más, como un estilo de vida alternativo. De este modo, se minimiza de paso el dolor que suelen padecer los padres con un hijo homosexual: el retrato que hace la película de la familia de Beckett, encantadores individuos comprensivos, es absolutamente inverosímil.

Pero no es lo mismo ser compresivos y solidarios con la persona que padece el SIDA –más hacia alguien tan bueno, inteligente y encantador como Beckett–, que justificar las conductas inmorales –de indudable riesgo físico y psíquico, y con una clara raíz patológica– que han provocado ese padecimiento. No se entiende la doble moral de algunos, que sólo aplican a la ecología o al tabaco eso de que «la naturaleza siempre pasa factura si se va contra ella». Eso sí, las canciones de Bruce Springsteen –ganadora del Oscar–, Neil Young, Peter Gabriel, REM y compañía son preciosas.

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