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Tres heridas en el corazón de los jóvenes

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.

El 3 noviembre, en Valencia, durante el Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, intervino el obispo de San Sebastián, Mons. José Ignacio Munilla, responsable de Pastoral de Juventud en la Conferencia Episcopal Española (CEE). Su exposición llevó por título “La evangelización de los jóvenes ante la emergencia afectiva”. A continuación ofrecemos un resumen.

La intervención se planteaba: “¿Cuáles son los daños principales que la cultura moderna y postmoderna ha generado y genera en la afectividad de los jóvenes? ¿Cómo presentar el Evangelio liberador, en el marco de una Nueva Evangelización, para llegar a sanar esas heridas y volver a nacer en Cristo?”. Tres son las heridas que se analizaron.

Narcisismo
“El narcisismo es el quedarse encerrado en la contemplación de uno mismo. Está ligado a la hipersensibilidad, a la absolutización de los sentimientos y temores, a la percepción errónea de que todo en la vida gira en torno a uno mismo… Amar es promover el bien que hay en el otro; siendo esto incompatible con la tendencia narcisista que pretende ‘poseer’ al prójimo…Sin la sanación del narcisismo es imposible conocer, amar y –sobre todo– seguir a Jesucristo, en profundidad y en coherencia; y en último término, ser feliz”. Cuatro son los remedios que se proponen al respecto.

El cristiano no puede permitirse perder tiempo y energías en lamentos estériles

El anuncio del amor de Dios funda la autoestima. “La sanación del narcisismo pasa por una educación en un sano y equilibrado amor a uno mismo. Es más, dicho ‘amor a uno mismo’, es la medida indicada por Cristo para tomarla como referencia a la hora de amar al prójimo (‘Amarás al prójimo como a ti mismo’)”.

“Sin duda alguna, uno de los motivos principales de la falta de autoestima en nuestra cultura, es la crisis de la familia, unida a la falta de conciencia del amor personal e incondicional que Dios nos tiene. Y por ello, el anuncio del infinito amor de Dios a cada persona, está llamado a ser la columna vertebral de la Evangelización a los jóvenes”.

Mística y ascética. “El Evangelio de Jesucristo nos presenta y propone la mística del amor, que integra una ascética del olvido de nosotros mismos y la oblación generosa. (…) El Evangelio nos presenta la abnegación de uno mismo, como indispensable para la propia madurez y para poder abrirse al encuentro con Dios.”

“La parábola del Hijo Pródigo nos ha ayudado a subrayar la iniciativa del amor de Dios, en la cual se fundamenta y se sostiene la posibilidad de nuestra conversión. En efecto, el amor incondicional de Dios es el que capacita al hombre para hacer de su vida una respuesta generosa”.

Aceptación humilde de la realidad. “El Evangelio nos ha enseñado a aspirar más alto, sin despegar para ello los pies del suelo. El cristiano no puede permitirse perder tiempo y energías en quejas y lamentos estériles. La aceptación de la realidad con sentido cristiano, no nos impide aspirar a cambiarla. Es más, la aceptación de la realidad es un presupuesto indispensable para poder aplicarnos en su transformación”. Para este cambio “el Sacramento de la Penitencia y el acompañamiento espiritual se nos muestran como especialmente importantes y necesarios para conjugar nuestros ideales con nuestra realidad”.

La presencia de Cristo en los pobres nos evangeliza. Conviene recordar “la potencialidad sanadora que pueden tener en el corazón de los jóvenes las experiencias de acercamiento al sufrimiento del prójimo”.

Uno de los fenómenos más determinantes en la extensión de la desconfianza ha sido el divorcio y la falta de estabilidad familiar

Pansexualismo
En la actualidad “parece como si viviéramos una ‘alerta sexual’ permanente, que condiciona lo más cotidiano de la vida. El bombardeo de erotismo es tal que facilita las adicciones y conductas compulsivas, provoca innumerables desequilibrios y la falta de dominio de la propia voluntad, hasta el punto de hacernos incapaces para la donación”.

“Por ello, para poder percibir la herida afectiva de nuestra generación, es necesario partir de un profundo conocimiento antropológico y teológico de la vocación al amor que todos hemos recibido y llevamos grabada en lo más hondo de nuestro corazón”. Mons. Munilla invitó a leer diversos documentos del Magisterio de la Iglesia como el publicado en 2012 por la CEE: La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar (cfr. Aceprensa, 5-07-2012). También recomendó la instrucción pastoral de los obispos españoles que lleva el título de La familia, santuario de la vida, esperanza de la sociedad (cfr. Aceprensa, 13-06-2001).

“Aprender a amar consiste, en primer lugar, en recibir el amor, en acogerlo, en experimentarlo y hacerlo propio. Creer en el amor divino es vivir con la esperanza de la victoria del amor. Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que la verdad del amor está inscrita en el lenguaje de nuestro cuerpo. En efecto, el hombre es espíritu y materia, alma y cuerpo; en una unión sustancial, de forma que el sexo no es una especie de prótesis en la persona, sino que pertenece a su núcleo más íntimo. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad, de forma que jugar con el sexo, es jugar con la propia personalidad”.

“En nuestra cultura se ha perdido en buena parte el sentido y el valor de la sexualidad. ¿Cómo ha ocurrido esto?”

En primer lugar se produjo un divorcio entre sexo y procreación: “La utilización masiva de los anticonceptivos terminó por cambiar la mentalidad de la sociedad frente a la sexualidad… Después vino el divorcio entre amor y matrimonio: la mentalidad liberal-anárquica de ‘Mayo del 68’ llega a presentar el matrimonio como la tumba del amor. Finalmente se produjo un tercer divorcio entre sexo y amor: merece la pena detenerse un poco para percibir el cambio tan enorme que ha dado la sociedad española en no mucho tiempo. En el momento presente la gran mayoría de las parejas conviven antes del matrimonio… La sexualidad ha dejado de ser la expresión de la entrega total de dos personas que se aman, para pasar a ser un instrumento de diversión… El sexo tendría sentido por sí mismo, dejando ya de ser un vehículo del afecto y del amor. Esta ruptura entre el lenguaje sexual del cuerpo y el amor, es una distorsión que incapacita claramente para la fidelidad. Toda esta deriva concluye en una gran dificultad psicológica y moral para vivir la vocación al amor en fidelidad, que –no lo dudemos– es lo único que puede hacernos felices”.

La castidad consiste en poner en orden y en sintonía lo que expresa el lenguaje corporal sexual, con la autenticidad del amor expresado

Remedios
Rescatar la virtud de la castidad de su impopularidad. “Para poder ‘darse’, primero hay que ‘poseerse’. Es importante que transmitamos a los jóvenes que la conquista del mundo pasa por la conquista de uno mismo. Y en esta ‘batalla’ interior, la castidad consiste en poner en orden y en sintonía lo que expresa el lenguaje corporal sexual, con la autenticidad del afecto y del amor expresado. Por ello, alguien dijo que la castidad está muy ligada a la sinceridad… La batalla puede ser larga, pero merece la pena luchar; con la santa rebeldía de quienes no se conforman con menos que con la bienaventuranza de Cristo: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

Cursos de formación afectivo-sexual. “Una de las grandes carencias de nuestra España moderna es, sin duda, la educación en el amor humano. La felicidad de nuestros jóvenes depende en buena medida de ello, del descubrimiento del verdadero sentido del amor humano, y de la educación para la madurez afectivo-sexual”.

Educación en la belleza. “Uno de los dramas de nuestros días –muy unido a la herida de la impureza– consiste en reducir los cánones de la belleza a un modelo corporal erótico, que está muy lejos de ser expresión de la interioridad del ser humano y de su riqueza espiritual… Estamos plenamente convencidos de que “la belleza es el esplendor de la verdad”, al mismo tiempo que “la santidad es la belleza absoluta”.

Desconfianza
“La herida afectiva de la desconfianza supone la sensación de no pisar suelo firme y el temor por el futuro…Uno de los fenómenos más determinantes en la extensión de esta herida afectiva de la desconfianza ha sido el divorcio y la falta de estabilidad familiar. Cuando un niño o un adolescente desde su habitación escucha a sus padres discutir, faltándose al respeto, llega a albergar dolorosas dudas sobre si su familia continuará unida al día siguiente o si se tomará la decisión de la separación… No dudemos de que así se están poniendo las bases del síndrome de desconfianza. Cuando se desmoronan los cimientos familiares sobre los que debería sustentarse la estabilidad de la persona, las heridas afectivas son más que predecibles”.

Por otra parte, “la crisis del principio de autoridad y de referentes morales, puede conllevar una dificultad a la hora de desarrollar la confianza en Dios… Algo similar podríamos señalar en lo que se refiere a la crisis en las amistades y en los noviazgos”.

Las soluciones que Monseñor Munilla propuso son:

Experiencia de comunión en el seno de la Iglesia. Conviene hacer una “apuesta por confiar en los jóvenes, sin asustarse de los riesgos que de tal confianza puedan derivarse. Cuando un joven comprueba que nos fiamos de él, que poco a poco vamos delegando en él pequeñas responsabilidades, que lo sentimos como miembro vivo de la Iglesia y no como mero cliente de ella, entonces empieza a superar su tendencia a la desconfianza”.

Evangelio de la confianza y del abandono. “El Evangelio de Jesucristo es el Evangelio de la confianza…un método eficaz para aprender a confiar es afrontar nuestros miedos, mirarlos a los ojos, y comprobar que cuando estamos unidos a Cristo, los miedos se disipan como la nieve al sol”.

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