La torre de cristal y acero que alberga la sede central de Roche en Basilea se recorta contra el cielo suizo como un monumento a la prosperidad farmacéutica europea. Aquí, en este santuario de la innovación médica, los ejecutivos de uno de los laboratorios más poderosos del planeta digieren una posibilidad que hasta hace poco resultaba impensable: que su mayor mercado, Estados Unidos, les cierre las puertas.
“Estados Unidos nunca volverá a ser rehén de cadenas de suministro extranjeras”, ha declarado Donald Trump en muchas ocasiones. Palabras que en estos despachos suizos resuenan como el presagio de una tormenta.
El modelo norteamericano y su anomalía
Estados Unidos es una anomalía planetaria: con apenas el 4% de la población mundial, absorbe el 27% del gasto farmacéutico global. En 2023, el país superó los 460.000 millones de dólares en gasto en medicamentos recetados, muchos de ellos importados de Europa, China o India.
Para compañías como Roche y Novartis, que obtienen el 40% y el 54% de sus ingresos en EE.UU., la subida de los aranceles es una grave amenaza
Lo extraordinario no es solo el tamaño del mercado, sino también los márgenes de beneficio que genera. A diferencia de Europa, donde los precios están regulados, en EE.UU. las farmacéuticas pueden fijar los precios libremente. Un medicamento que en Europa cuesta 100 euros puede llegar a costar 400 dólares en suelo estadounidense. Como explica Bill Anderson, CEO de Bayer, “los medicamentos son más caros en EE.UU. Esto les da a las empresas locales dinero para invertir en I+D. Los consumidores estadounidenses están financiando el progreso médico global”.
La amenaza arancelaria
Howard Lutnick, nuevo secretario de Comercio designado por Trump, confirmó que los nuevos y más altos aranceles llegarán “en uno o dos meses”. Trump ha hablado incluso de tarifas del 25%. Pero como señala Stefan Schneider, analista de Vontobel, el problema va más allá: “Lo que está planteando Trump no es solo una subida de aranceles. Es una reconfiguración completa de la cadena de valor farmacéutica global. Podría exigir que la fabricación final, los principios activos y los procesos intermedios se realicen en EE.UU.”.
Para compañías como Roche y Novartis, que obtienen el 40% y el 54% de sus ingresos en Estados Unidos, la amenaza es existencial.
Inversiones, mutismo y maniobras
En este contexto, las grandes farmacéuticas reaccionan en silencio. Novartis ha anunciado inversiones por 23.000 millones de dólares en EE.UU. en los próximos cinco años. Roche ya cuenta con once plantas en territorio estadounidense y más de 25.000 empleados.
Wolfgang Wienand, CEO de Lonza, resume la situación: “Con nuestra fuerte presencia en EE. UU., nos sentimos bien posicionados. Pero si se imponen aranceles, los costes aumentarán y serán los pacientes quienes los paguen”.
Bruselas también ha reaccionado. La Comisión Europea discute medidas para repatriar capacidades de producción, crear reservas estratégicas y aumentar la I+D. “Europa no puede depender exclusivamente de terceros países para medicamentos esenciales”, explica un funcionario europeo. Pero también se reconoce que romper la cadena global supondría una desventaja competitiva.
Le Figaro lo resume así: “Los laboratorios se muestran más agresivos en este tema porque Donald Trump está decidido a reducir la diferencia de precios entre Estados Unidos y Europa”.
El sector de los medicamentos genéricos es el más vulnerable. Sandoz, filial de Novartis, obtiene el 20% de su facturación en EE.UU. y podría no resistir un arancel del 25%. Según el Neue Zürcher Zeitung, “los fabricantes se retirarían del mercado estadounidense. No tendrían otra opción”.
Además, la concentración de la industria en Suiza representa ya el 5% del PIB, frente al 2% de principios del milenio. El mismo diario advierte que esta dependencia de EE. UU. convierte al sector en un “riesgo económico”.
El horizonte se estrecha
En paralelo, Francia reducirá del 65% al 60% los reembolsos de medicamentos a partir de 2025, lo que afectará a millones de pacientes.
Mientras tanto, la Inflation Reduction Act de Biden permite que Medicare negocie directamente con las farmacéuticas. Así, un medicamento como Revlimid, que puede costar 17.000 dólares al mes sin seguro, podría reducirse a solo 50 dólares con cobertura pública.
Consultoras como Deloitte estiman que las exportaciones farmacéuticas alemanas a EE. UU. podrían caer un 53% si se imponen aranceles generalizados, informa Handelsblatt.
¿Se aplicarán los aranceles? Todavía no lo sabemos. Pero incluso si no ocurre, el mensaje ha sido recibido. La era de la globalización sin restricciones podría estar terminando para la industria farmacéutica.
Ya hace años, Le Monde lanzó una advertencia más amplia: “El modelo económico del medicamento ha llegado a su límite; los equilibrios tradicionales ya no garantizan ni sostenibilidad económica ni justicia sanitaria”.
Las empresas se están reconfigurando. Nadie quiere ser sorprendido por un decreto que limite las exportaciones. Porque, en última instancia, no solo está en juego la rentabilidad de empresas como Roche, Sanofi o Novartis. Está en juego el futuro mismo de la medicina global.