Japón necesita más niños o abrirse a la inmigración

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El descenso de la natalidad presagia un futuro difícil para la sociedad japonesa
Ashiya. Aunque la economía mejore, como se prevé, el descenso de la natalidad y el envejecimiento de la población presagian graves dificultades para la sociedad japonesa en las próximas décadas. Si no aumentan los nacimientos, la única salida será abrirse a la inmigración; pero esto sigue siendo una píldora amarga que la mayoría de los japoneses se resisten a tragar.

Los recientes datos estadísticos indican que Japón -que a pesar del prolongado letargo sigue siendo la segunda potencia económica mundial- está empezando a desperezarse y los «gurús» de la economía presienten que la largamente esperada recuperación se está acercando.

El gobierno, sin embargo, no encuentra demasiado solaz en estos halagüeños indicios. Aunque la economía llegue a recuperarse en un plazo relativamente breve, quedan todavía dos serios problemas nada fáciles de resolver: el rápido envejecimiento de la población y la baja tasa de natalidad.

En líneas generales la población japonesa continúa aumentando, aunque con un índice de crecimiento mínimo. Las estadísticas del National Institute of Population and National Security Research predicen que Japón alcanzará la cima de 127,7 millones de habitantes en 2006. Y que, a partir de esa fecha, se producirá un rápido descenso, que reducirá la población a 100 millones en 2050.

Problemas de una sociedad de viejos

El problema de la población japonesa, sin embargo, no es sólo que se reduce, sino que envejece y que cada vez tiene menos jóvenes. Actualmente hay unos cuatro japoneses de 15 a 64 años por cada jubilado. Las previsiones dicen que en 2025 la proporción será de 2 a 1. El peligro está en que el peso, cada vez mayor, de la responsabilidad de mantener a la población inactiva puede llegar a desmoralizar a los más jóvenes, provocando un círculo vicioso de débil actividad económica y la caída en un nuevo estancamiento, lo que agravaría la carga que debe soportar la población productiva.

Hacerse cargo de los ancianos trae consigo, por otra arte, una serie de problemas típicos de las sociedades envejecidas, todavía pendientes de resolver (ver servicios 168/01, 6/98 y 118/97). Uno de estos problemas, como apunta Naohiro Ogawa, profesor de demografía de Nihon University, en el semanario The Nikkei Weekly, es que «el sistema actual para cuidar de los ancianos, que depende principalmente de mujeres de mediana edad, de la misma familia o contratadas, será imposible de mantener a medio o largo plazo, lo que tendrá graves consecuencias, especialmente en zonas rurales poco pobladas». Por ejemplo, los pronósticos para algunas de esas zonas apartadas de la isla de Kyushu son de sólo cuatro mujeres de 40 a 59 años por cada 100 residentes mayores de 65 años, en 2025.

Por otra parte, a medida que la población se contraiga, se reducirá también el consumo y la fuerza laboral disminuirá de forma drástica. La población activa llegó a un máximo de 87,17 millones en 1995 y desde entonces ha venido disminuyendo de año en año: se prevé por debajo de 70 millones en 2030 y alrededor de 54 millones en 2050.

Es cierto que la preocupación más apremiante ahora mismo es el paro: no hay suficientes puestos de trabajo para reducir la tasa de desempleo, que -a pesar de haber bajado un poco durante el verano pasado-, sigue todavía alrededor del 5%, lo que en Japón significa cerca de tres millones de personas sin empleo fijo.

Sin embargo, teniendo en cuenta el bajo índice de fecundidad, que es hoy de 1,32, y si estas tendencias, como parece previsible, se mantienen, los pronósticos de reducción de la población activa presagian una aguda escasez de trabajadores, que acarreará perjuicios todavía más considerables que el paro actual en la actividad empresarial de las próximas décadas.

Desequilibrio social

Un estudio del Population Research Institute de Nihon University indica el tipo de rémoras que traerá consigo la continuada disminución de la tasa de natalidad junto con el envejecimiento de la población. Durante la década 1990-2000, la economía japonesa creció a un ritmo del 3,18% anual. Pero el Instituto prevé que ese crecimiento se reducirá al 1,28% entre 2000 y 2015 y que sufrirá un fuerte bajón hasta llegar a un endémico 0,40% entre 2015 y 2025 a consecuencia del descenso de la natalidad.

Pero los efectos del descenso de la natalidad van todavía más lejos. La sociedad en sí estará cada vez más desequilibrada a medida que decrezca el número de gente joven y suba el de ancianos. En la actualidad uno de cada seis ciudadanos es mayor de 65 años, y en 2050 la proporción será de 1 a 3. La pregunta obvia que se hacen los responsables de formular la política nacional es: ¿quién se hará cargo de esa multitud de ancianos, y cómo podrá el maltrecho fondo público de pensiones evitar desmoronarse totalmente?

La solución a primera vista parece clara: facilitar el aumento de la población haciendo subir el índice de natalidad -evitando, por ejemplo, la discriminación laboral de la mujer y mejorando los servicios de guarderías infantiles-, o facilitar la inmigración. Las dos cosas se presentan difíciles. La inmigración es una píldora amarga para la sociedad japonesa, pero probablemente inevitable. Si en las próximas décadas no se logra el aumento de la natalidad, Japón no tendrá más remedio que buscar ayuda en el extranjero, facilitando la inmigración. Un informe reciente de las Naciones Unidas estima que Japón necesitará aceptar 17 millones de inmigrantes antes de 2050.

¿Por qué baja la natalidad?

En cuanto a la disminución de la natalidad, parece evidente, a la vista de las estadísticas, que los japoneses no quieren tener hijos. Sin embargo, una encuesta llevada a cabo por el National Institute of Population and Social Security Research sugiere que las razones son un poco más complejas. A la pregunta de cuál piensan que sería el tamaño ideal de la familia, la mayoría de los matrimonios dicen que les gustaría tener tres hijos (la media es de 2,56).

Si los matrimonios quieren tener hijos, ¿por qué baja la natalidad? La razón principal que alegan la mayoría de los matrimonios es que encuentran demasiado difícil compaginar la responsabilidad de un trabajo serio con la crianza de niños. Esto es especialmente cierto en el caso de las mujeres que trabajan, que en Japón llevan todavía casi todo el peso del cuidado del hogar y de los hijos.

En los últimos años el gobierno japonés está empezando a tomar medidas para tratar de resolver estos problemas, aunque hasta el momento los resultados no parezcan demasiado alentadores. Según una encuesta del Ministerio de Sanidad, una de cada cuatro mujeres que tuvieron su primer hijo en 2001 tuvo que dejar el empleo por no poder superar las dificultades para compaginar trabajo y familia.

Fomentar la fecundidad

En septiembre de 2002 se hizo pública una iniciativa llamada «Plus One Proposal to End the Low Birthrate» (cfr. servicio 48/03), que presentaba un proyecto de ley para hacer más fácil la vida a los matrimonios jóvenes que trabajan y tienen hijos pequeños. El programa propone mejorar, por parte del gobierno, el acceso a guarderías infantiles y la extensión de subsidios a las parejas que buscan terapia contra la infertilidad. La Dieta aprobó en julio pasado una nueva legislación en este sentido y recomendó a las empresas dar las ventajas que la ley ofrece a los nuevos padres (permisos por maternidad o paternidad y otras prestaciones), así como poner guarderías infantiles en los centros de trabajo y permitir flexibilidad de horarios a los nuevos padres.

De hecho, cada vez más grandes empresas proporcionan servicios de guardería para sus empleados y crece también el número de guarderías privadas. En el caso de las grandes empresas, prácticamente todas actúan así porque saben que no podrían retener en sus puestos de trabajo a empleadas cualificadas si no les facilitaran una ayuda efectiva en la crianza de los hijos. El problema, por desgracia, está en que los directivos de empresas medianas y pequeñas no prestan, o no pueden prestar, la atención debida a esta cuestión por el coste adicional que les supondría mantener esos servicios.

Se cierran escuelas

Otro problema colateral que trae consigo el desplome de la natalidad, y del que no se habían hecho previsiones, es el cierre de escuelas, sobre todo primarias y secundarias, en muchas localidades del país. El censo más reciente (de 2002) cuenta casi 18 millones de menores de 15 años, lo que representa sólo el 14,1% de la población total y el número más bajo registrado hasta el momento. En 1982 había 17 millones de niños en las escuelas públicas de primaria y de primer ciclo de secundaria. Veinte años después, la cifra había bajado a 11 millones. Y el número de escuelas se redujo también en proporción similar: de 500.000 en 1982 a 390.000 en 2002.

Muchas comunidades de todo Japón se ven en la necesidad de cerrar escuelas por falta de niños. Estudios sobre la educación primaria y secundaria, llevados a cabo por investigadores y profesionales de la enseñanza, recomiendan que, para alcanzar un nivel académico y de interacción social aceptable, se necesita que las escuelas tengan, por lo menos, 100 alumnos. Pero muchas escuelas, tanto en grandes ciudades como en zonas rurales, tienen menos de 50, y en bastantes casos no llegan ni siquiera a 40, número que normalmente era el de alumnos por clase.

En ciudades grandes, la reurbanización y, en consecuencia, los cambios demográficos son notables. Así, no es raro que la inscripción de alumnos se reduzca de forma drástica en bastantes escuelas. En las zonas rurales, la gente joven emigra a las ciudades en busca de mejores oportunidades de trabajo y mayor libertad de movimientos. Pero el fondo de la cuestión es que los japoneses tienen cada vez menos hijos. Y el resultado es que en los últimos diez años más de 2.000 escuelas han cerrado sus puertas; y las juntas de gobierno responsables de muchas de ellas se devanan los sesos pensando qué hacer con las aki kyooshitsu (aulas vacías) o yoyuu kyooshitsu (aulas sobrantes). En muchos casos, las aulas sobrantes se adaptan a otros usos. Es típico que se conviertan en comedores, donde alumnos de distintos cursos pueden comer juntos, superando así la antigua costumbre de tomar el almuerzo en los propios pupitres. Los educadores dicen que esto es conveniente para promover la convivencia, pues hoy en día los niños de proceden de familias pequeñas y tienen pocas oportunidades de convivir con otros compañeros de diferentes edades.

Necesidad incuestionable y perentoria

Es claro que la sociedad japonesa tiene serios problemas de difícil solución, al menos a corto plazo. Con la reducción y envejecimiento de la población, parece que Japón no tiene más remedio que abrir sus puertas a los inmigrantes, cuestión realmente peliaguda. En primer lugar, porque Japón no es un sitio fácil para los no nativos. La escasez de escuelas internacionales, por ejemplo, es un indicio. El idioma es difícil y -en contra de lo que en general se supone- prácticamente nadie habla inglés (o ningún otro idioma). Por otra parte, sin ser excesivamente racistas, en general los japoneses tienen persistentes prejuicios contra ciertos grupos de extranjeros.

Además, en los últimos años ha crecido bastante el número de delitos (desde hurtos de carteras a robos violentos y asesinatos) en los que están implicados extranjeros, en especial chinos. Esto ha hecho que aumente la hostilidad hacia algunos grupos de extranjeros y ha dificultado mucho que la sociedad japonesa se abra más a la inmigración. Sólo se exceptúa a los hijos de emigrantes japoneses a países de Sudamérica, especialmente Brasil y Perú.

De todos modos, como apuntaba el semanario The Nikkei Weekly (8-IX-2003), hay un camino para saltarse las barreras de la inmigración, en forma de programas o cursillos prácticos de educación profesional técnica, respaldados por el gobierno. Los graduados, generalmente procedentes de países en vías de desarrollo, pueden luego sumarse al personal de las empresas anfitrionas por un período de tres años.

Sea como sea, parece obvio que -tomando todas las medidas de seguridad posibles-, si la economía y la sociedad japonesas han de mantener su vigor en las futuras décadas, la apertura a la inmigración es una necesidad incuestionable y perentoria.

Antonio Mélich

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