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Estados Unidos, número uno en fecundidad

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La escasez de nacimientos es ya motivo de preocupación general en Occidente y Japón. Pero existe una gran excepción a la crisis: Estados Unidos, donde la fecundidad ha remontado hasta situarse cerca del umbral de reemplazo de generaciones (2,1 hijos por mujer). Cada vez más analistas ven ahí una clave importante de la superioridad de la economía americana sobre la europea. ¿Por qué se da esta diferencia?
En general, los países occidentales experimentaron marcados descensos de la fecundidad desde los años setenta. Tres decenios sin asegurar el reemplazo de generaciones han provocado un notable envejecimiento que amenaza los sistemas de pensiones y augura un descenso de población. Algunos países (Alemania, Grecia, Italia) registran ya más muertes que nacimientos, y perderían habitantes si no fuera por la inmigración.

Estados Unidos estuvo en la vanguardia del descenso, y ya en 1972 quedó por debajo del nivel de reemplazo. Canadá iba a la par, y Europa occidental les siguió un poco más tarde. Hoy, en los 15 países que formaban la UE antes de la última ampliación (UE-15) la tasa de fecundidad está en torno a 1,5 hijos por mujer, después de haber bajado hasta cerca de 1,4 a mediados de los años noventa. Más o menos la misma tasa registra Canadá.

En cambio, la fecundidad en Estados Unidos empezó a remontar hacia 1980. Desde 1999 está por encima de 2 hijos por mujer, acercándose al umbral de reemplazo.

Llama la atención la diferencia con respecto a Europa, y más aún el contraste con Canadá, de muy similar contexto cultural y socioeconómico.

¿Son los inmigrantes?

Una opinión atribuye la superior fecundidad estadounidense a los inmigrantes. La repetía hace poco el comentarista Philip Bowring: «Las normas culturales de los migrantes es la razón más importante por la que Estados Unidos tiene una fecundidad (2,0) más alta que la de Europa y la de toda Asia desarrollada» («International Herald Tribune», 20-06-2006). Por ejemplo, añade Bowring, «la tasa entre los hispanos de Estados Unidos es 2,9» (la estimación es discutida).

Ciertamente, Estados Unidos ha recibido en el último decenio un flujo de inmigrantes sin comparación, en términos absolutos, con cualquier otra época de su historia. También es verdad que las mujeres inmigrantes hacen una aportación notable a la natalidad. Según un informe publicado por el Center for Immigration Studies (1), en 2002 casi la cuarta parte (el 23%) de los niños nacidos en Estados Unidos eran de madre inmigrante (legal o no), proporción que representa un máximo histórico. El 59% de esas madres eran hispanas; o sea, del único grupo étnico del país cuya fecundidad está por encima de 2,1, dice en otro lugar la Oficina del Censo de Estados Unidos (2).

Sin embargo, la contribución de los inmigrantes a la fecundidad del país es muy pequeña. El informe del Center for Immigration Studies la evalúa en menos de una décima. En 2000, la tasa de fecundidad nacional, con inmigrantes, fue casi 2,1; sin inmigrantes, habría sido 2,0.

Algo parecido se observa en Francia, uno de los países con más alta fecundidad de Europa. Un estudio publicado hace dos años (3) señalaba, con datos del período 1991-98, que también en Francia los inmigrantes aportan una proporción de nacimientos (17,1%) considerablemente mayor que la correspondiente a su peso demográfico (7-8%). También allí las inmigrantes presentan una fecundidad más alta (2,5 hijos por mujer) que las nativas (1,65), e igualmente las primeras hacen subir la tasa nacional menos de una décima, hasta 1,72.

La clave está en la población nativa

La aparente paradoja se explica. Los inmigrantes aportan un número elevado de nacimientos no tanto por tener una fecundidad superior cuanto porque entre ellos hay una proporción mayor de personas en edad fértil. Últimamente se ha reforzado esta diferencia en Estados Unidos. En 1970, el porcentaje de mujeres de 15-44 años era casi igual para las inmigrantes que para las nativas (46% y 45%, respectivamente). En 2002, el de las inmigrantes subió al 56%, mientras que el de las nativas bajó al 41%. En cambio, la diferencia de fecundidad entre inmigrantes y nativas, favorable a las primeras, se ha reducido desde 1990.

Que la singularidad de Estados Unidos no está principalmente en la inmigración se ve también en la comparación con Canadá. En lo que concierne a flujos de inmigrantes, Estados Unidos se parece mucho más a Canadá que a Europa, pero en la fecundidad se distingue tanto de una como de otra. En suma, concluye el estudio citado antes (1), «la superior tasa de fecundidad en Estados Unidos no se debe a la presencia de inmigrantes. Más bien refleja la mayor fecundidad de las mujeres nativas, que siguen teniendo, por término medio, un número significativamente mayor de hijos que las mujeres de otras democracias industrializadas».

Maternidad y trabajo

La clave de esta diferencia, según otro estudio (4), está en que las estadounidenses aplazan menos la maternidad y disfrutan de más facilidades para compaginarla con el trabajo.

El primer factor resulta bastante claro: la edad media de las mujeres en su primer parto es 24,9 años en Estados Unidos y 28,4 años (tres y medio más) en UE-15 (datos de 2000). El segundo factor requiere un examen más detenido.

Una primera observación es que, en los países de la OCDE, en los años ochenta se invirtió el signo de la correlación entre fecundidad y tasa de actividad femenina: antes, a mayor trabajo de la mujer, menos natalidad; ahora, ocurre lo contrario. Esto se aprecia en la diferencia entre dos grupos de países europeos. En los países nórdicos, la fecundidad ha remontado en los últimos tiempos y la proporción de mujeres que trabajan fuera del hogar es alta. En el polo opuesto figuran varios países del sur (España, Grecia, Italia), donde la fecundidad y la tasa de actividad femenina son bajas.

Otra coincidencia es que en el sur, donde más se ha retrasado la edad media de las madres primerizas y más se demora la llegada del segundo hijo, el paro, en especial juvenil, es más frecuente y más prolongado.

A partir de estos datos, un estudio (5) supone, en fin, que la inseguridad económica dificulta la maternidad. Y concluye que, en términos generales, es baja la fecundidad allí donde es más difícil que las mujeres obtengan trabajo y, si lo tienen, es arriesgado dejarlo para tener un hijo. Al contrario, la fecundidad se acerca al 2,1 donde les resulta fácil interrumpir el trabajo con ocasión del parto y recuperarlo después.

Y puede ser fácil al modo americano, con una protección social relativamente débil (el permiso por maternidad no era pagado hasta 1999), pero con poco paro y un mercado laboral dinámico que permite la movilidad. O puede ser fácil al modo nórdico, con generosos permisos de maternidad y abundancia de empleos interesantes para madres: en el sector público y de dedicación parcial. Por ejemplo, entre otros datos, la autora suministra éste: una mujer con empleo de media jornada en el sector público presenta un 20% más de probabilidad de tener un segundo hijo que una mujer sin empleo.

Factores intangibles

Pero la correlación entre fecundidad y actividad femenina es muy imperfecta. Así lo muestra el gráfico, donde figuran los países de UE-15, más Estados Unidos y Canadá, ordenados de menor a mayor tasa de fecundidad (línea, eje derecho). Las barras representan las respectivas tasas de actividad femenina (eje izquierdo).

Se ven notables excepciones: países con fecundidad baja y tasa de actividad femenina relativamente alta, como Alemania o Austria, y otros en el caso inverso, como Francia e Irlanda. La relación entre ambas magnitudes tampoco aclara la singularidad de Estados Unidos, que registra la mayor fecundidad de Occidente teniendo una tasa de actividad femenina que es, por una parte, inferior a las nórdicas y, por otra, cercana a la canadiense.

Esto muestra que la crisis de la fecundidad es un fenómeno complejo y las estadísticas no dan una explicación cabal. Por eso hay que tener en cuenta también factores intangibles, como hace el demógrafo norteamericano Nicholas Eberstadt (American Enterprise Institute), citado por el comentarista Robert Samuelson en «Newsweek» (29-05-2006). Para explicar la excepción estadounidense, «Eberstadt menciona tres diferencias con Europa y la mayoría de los demás países ricos: mayor optimismo, mayor patriotismo y valores religiosos más firmes».

Es muy verosímil que esas y otras actitudes ayuden, aunque su influencia apenas se puede medir. Desde luego, muchos en Alemania buscan respuestas y soluciones a la crisis de fecundidad en las ideas (ver segunda parte). Una que se abre paso es la que hace un mes mantenía «The Wall Street Journal» (2-06-2006) en un editorial sobre la superior natalidad de Estados Unidos: «Nuestra floreciente economía atestigua que los seres humanos, durante tanto tiempo condenados como la suprema amenaza para el planeta, son su recurso más indispensable».

_________________________

(1) Steven A. Camarota, «Births to Immigrants in America, 1970 to 2002», en Backgrounder (Center for Immigration Studies), julio 2005.
(2) Jane Lawler Dye, «Fertility of American Women: June 2004», en Current Population Reports (U.S. Census Bureau), diciembre 2005.
(3) Laurent Toulemon, «La fécondité des immigrées: nouvelles données, nouvelle approche», en Population & Societés (Institut National d’Études Démographiques), abril 2004.
(4) Hans-Peter Kohler, Francesco C. Billari y José A. Ortega, «Low Fertility in Europe: Causes, Implications and Policy Options», en F. R. Harris (ed.), The Baby Bust: Who Will Do the Work? Who Will Pay the Taxes?, Rowman & Littlefield Publishers, Lanham (2006), pp. 48-109.
(5) Alícia Adserà, «Changing fertility rates in developed countries. The impact of labor market institutions», en Journal of Population Economics (2004) 17: 1-27. Cfr. también, de la misma autora, Labor Market Performance and the Timing of Births. A Comparative Analysis across European Countries (www.spc.uchicago.edu/prc/pdfs/adsera03.pdf).

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