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¿Extranjero y dispuesto a trabajar? ¡Bienvenido!

publicado
DURACIÓN LECTURA: 7min.

Los países desarrollados quieren inmigrantes ricos. Y también pobres. ¿Qué clase de ricos? Pues en algunos casos casi cualquiera, sin demasiados filtros. ¿Y cualquier pobre? No, solo unos tipos específicos: preferiblemente aquel que llegue, salude, trabaje y se marche por donde vino, o el que venga a quedarse para asumir tareas que no gustan a los nacionales.

Respecto a estos últimos grupos, de lo que más se habla es de las posturas antiinmigración de determinados países. Casi enseguida viene a la mente EE.UU., pues los medios están saturados de un nombre: Donald Trump, el del muro en la frontera con México y la descalificación de las caravanas de centroamericanos.

“El trabajo agrícola se ha vuelto la gran excepción a la regla de cerrar más y más las fronteras, y al cada vez más duro discurso antiinmigración presente en los países ricos”

Lo que se conoce menos es que el presidente estadounidense, hombre de negocios como es, también necesita mano de obra en sus dominios particulares, y no se pone escrupuloso para contratar inmigrantes. Según un reporte de BuzzFeed, de principios del verano pasado, el club privado de Trump en la Florida, Mar-a-Lago pidió permiso al gobierno federal para emplear a unos 40 trabajadores temporales extranjeros, que cubrirían los puestos de cocineros y camareros.

Durante la campaña electoral de 2016, el entonces candidato había asegurado a una periodista de que era “muy, muy difícil” contratar a gente del lugar durante la temporada vacacional, porque la demanda era muy alta, de modo que desde 2008 el club venía solicitando entre 70 y 90 visados H-2b para estos trabajadores foráneos. De este modo, solo entre 2015 y 2018, los negocios del presidente han contado con el auxilio de 480 guest workers (trabajadores que llegan por un tiempo limitado), incluidos más de 240 en el mencionado club de Palm Beach.

Europa del Este “sale de compras”

Si el tema en este lado del Atlántico es la cerrazón a la inmigración pobre, la mirada se dirige al este de Europa –al menos esa es la imagen que se quiere difundir sobre determinados gobiernos que le resultan antipáticos al mainstream–. Pero la realidad es que a Hungría, a Polonia, a la República Checa, etc., sí que llegan extranjeros. Y cada vez en mayor número.

La diferencia quizás radica en que, mientras el oeste lidia con flujos de entrada que no ha pedido, los de Europa central y oriental son selectivos al “salir de compras” al “mercado” de la inmigración. El primer ministro polaco, por ejemplo, ha dicho que no autorizará a inmigrantes de Oriente Medio ni del norte de África a que ingresen en Polonia. ¿Racismo entonces?

En realidad, un repaso a las estadísticas migratorias polacas revela que hubo un leve aumento del número de inmigrantes en 2016: ese año llegaron más de 29.000, para engrosar una población de casi 641.000 extranjeros de los que la mayor parte son blancos, a saber, ucranianos (209.000), alemanes (80.000), bielorrusos (79.500), lituanos (52.800), etc.

Sin embargo, en los hechos, el gobierno polaco parece interesado, más que en garantizar solo una inmigración blanca, en contratar trabajadores –el desempleo está en mínimos y la economía va a toda máquina, pero en peligro de ralentizarse si no encuentra mano de obra–. Y los busca en lugares tan lejanos y racialmente diferentes como… Filipinas.

Según el portal japonés Nikkei, Varsovia está reclutando filipinos para trabajar en el sector de la informática, la construcción y la medicina, incluido el cuidado a los mayores. La embajadora filipina Patricia Páez informó meses atrás de que las partes estaban trabajando en un acuerdo para dejar bien asentados los derechos de los asiáticos en el país europeo (nada de retenerles los pasaportes, como se acostumbra en las petromonarquías del Golfo), y celebró que Polonia sería “un destino atractivo para nuestros trabajadores, debido a sus fuertes derechos laborales, la fe católica compartida y los sólidos valores familiares; el único problema posible sería el frío”.

Vietnamitas y mongoles también hacen las maletas

Además de los polacos, también los checos ponen una pica en… Manila, y fraguan arreglos para atraer a los de allá. Praga ha suavizado las reglas migratorias para facilitar que trabajadores del archipiélago, y también de Mongolia, preparen su equipaje y aterricen en la capital checa en solo tres meses desde que se inicia el proceso.

De cada país llegarán inicialmente mil trabajadores. En el caso filipino, tienen la oferta de emplearse en diversos puestos logísticos en la plataforma de comercio electrónico Alza, así como también en la empresa reparadora de aeronaves Czech Airlines Technics. Los mongoles, por su parte, irían al sector ganadero y lechero, para lo que está concebido que pasen una etapa de formación previa.

Polonia puede ser un destino atractivo para los trabajadores filipinos, “debido a sus fuertes derechos laborales, la fe católica compartida y los sólidos valores familiares”

Polacos y checos no son, por cierto, los únicos que buscan personal en Asia. También Alemania ha implementado un programa, el Triple Win Pflegekräfte (Enfermeros Triplemente Ganadores), que, además de profesionales del archipiélago filipino, persigue atraer a otros de Bosnia y Croacia, donde habría –dice– un excedente de estos trabajadores (antes de marchar a su nuevo destino pasan dos años de aprendizaje de la lengua, así como de materias de la especialidad). Incluso Rumanía ha multiplicado el número de permisos de trabajo para foráneos, con especial interés en los vietnamitas. En 2017 las autoridades expidieron 1.400 nuevos permisos, seis veces más que en el año precedente.

“¡Que pase el recolector de fresas!”

Los trabajadores de países menos desarrollados que llegan para quedarse, así como los que tras un tiempo se vuelven, pueden dejar una impronta positiva. Lo ilustra The Economist: si cuando Polonia entró en la UE, en 2004, un gran número de temporeros polacos no se hubieran marchado al Reino Unido, los británicos hoy consumirían menos hortalizas y frutas, pues los agricultores locales no tenían personal suficiente para cosechar aquellas que deben recogerse de forma manual. Los datos muestran que la superficie cultivada de fresas, cerezas y, sobre todo, espárragos, se expandió notablemente allí entre 2005 y 2016.

Estos temporeros en particular, los que se dedican a las tareas agrícolas, parecen estar bien valorados por las autoridades de países tradicionalmente reticentes a la migración desde el sur. La publicación británica aventura algunas razones para esta mayor tolerancia, como que los empresarios del campo son “muy buenos” haciendo lobby con los políticos, o que estos trabajadores se quedan en barracas cercanas a sus sitios de labor, lejos de los núcleos poblacionales, o que en cuanto llega el invierno lían los bártulos y regresan a casa.

“Cualquiera que sea la razón, el trabajo agrícola se ha vuelto la gran excepción a la regla de cerrar más y más las fronteras, y al cada vez más duro discurso antiinmigración presente en los países ricos”, dice la publicación británica, y añade la paradoja de que el gobierno conservador anunció en septiembre la creación de un programa especial para llevar a los campos ingleses y escoceses a trabajadores de fuera del espacio europeo.

Así, mientras en Londres quieran coronar el pastel con una cereza; en Praga, comer una cuña de queso, y en Varsovia hacer una tarta de manzana, muchos seguirán viendo en la frontera un cartel de “Bienvenidos”.

Entre 2015 y 2018, las empresas del presidente Trump han empleado a unos 480 temporeros extranjeros

De problemas creados por otros

La postura de algunos gobiernos de Europa oriental hacia la inmigración viene signada por la autonomía para decidir quiénes entran, en función de los intereses del país y de la seguridad, la cual han visto saltar por los aires algunas veces en sitios tan multiculturales como Francia, Alemania, el Reino Unido, Canadá, etc.

La homogeneidad de esas sociedades, debida en parte a que no ejercieron como potencias coloniales en otros continentes, incide en que miren con desconfianza a los que llegan de regiones que Francia, Gran Bretaña, Bélgica, etc. se repartían entre sí no hace ni un siglo. Si las exmetrópolis aprendieron a gestionar el asentamiento en sus territorios de sus excolonizados, los países eslavos de la UE, más Hungría, sometidos ellos mismos a otros imperios el pasado, carecen de esa práctica.

En ese extrañamiento puede pesar además la noción de que en los conflictos bélicos de los que se derivan las oleadas de refugiados, ellos han tenido poco que ver. Si los afganos tocan a las puertas de Europa es, en buena medida, porque EE.UU. dio alas a los islamistas cuando quiso debilitar a los soviéticos. Y si Libia es un trampolín migratorio para los subsaharianos, en su origen está el caos que siguió al descabezamiento del régimen de Gadafi, acción liderada por Francia, que como otras potencias se había beneficiado anteriormente de arreglos económicos con el sátrapa.

Próxima entrega de la serie: Pasaportes a la carta (con el euro por delante)

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