La castidad vale la pena, dicen los obispos a los jóvenes

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Los caminos de largo recorrido se hacen más andaderos en compañía; siempre viene bien contar con unas palabras de ánimo o un consejo preciso cuando flaquean las fuerzas. Con este sentido de solidaridad, la Conferencia Episcopal de Canadá acaba de publicar una carta pastoral dirigida a los jóvenes católicos en la que les exhorta con optimismo a llevar una vida casta.

La carta, de ocho páginas, transmite un mensaje alentador. “Queremos que los jóvenes (…) sepan que tienen a los obispos a su lado y que cuentan con nuestra oración y nuestro apoyo”, dijo el arzobispo de Vancouver y presidente de la Conferencia Episcopal de Canadá J. Michael Miller, en la presentación de la carta.

Los obispos canadienses han querido hacerse eco de las palabras que pronunció Benedicto XVI en la misa de inauguración de su pontificado: “Queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.

La carta sigue un esquema muy eficaz. Primero explica de forma sencilla el sentido teológico de la castidad; después analiza brevemente sus diversas manifestaciones para las personas solteras, casadas y célibes; a continuación, plantea una estrategia para vivir esta virtud; por último, ofrece el testimonio de cuatro jóvenes a los que también presenta como intercesores.

El valor del cuerpo

“Nuestra fe se toma muy en serio el gozo que provoca el misterio de la Encarnación: el Hijo de Dios se hizo carne para nuestra salvación. Que el cuerpo de Jesús padeciera, fuera crucificado y resucitara por nosotros nos indica que Dios se sirve del cuerpo humano para hacer presente su amor en el mundo. El cuerpo es nuestra puerta de entrada a la salvación y, por eso, importa cómo lo tratemos”.

De la dignidad del cuerpo, la carta pasa a hablar de la pureza de corazón desde la cual es posible establecer relaciones verdaderas con Dios, con uno mismo y con los demás. En cambio, abandonarse a lo que reclaman los instintos “conduce a una existencia centrada en uno mismo que ciega para las necesidades, las alegrías y la belleza del mundo en que vivimos”.

Vivir la castidad requiere una estrategia global. Entre otras cosas, los obispos recomiendan a los jóvenes la oración, los sacramentos de la confesión y de la Eucaristía, la dirección espiritual, la disciplina para encauzar los afectos, rodearse de amigos que también quieran vivir la castidad, etc.

Testigos del amor de Dios

La carta se cierra con una breve biografía de cuatro personas que, en distintas épocas y lugares, encontraron en Dios la fortaleza para vivir a fondo su vocación cristiana. Cada uno a su modo, ofrece un ejemplo de castidad a los jóvenes de hoy.

La historia de San Agustín (354-430) es conocida. Un hombre apasionado por la verdad y la belleza, cuyo proceso de conversión al cristianismo pasó por cambiar unos hábitos que venía arrastrando desde su adolescencia.

La beata Kateri Tekakwitha (1656-1680), una joven indígena iroquesa que fue bautizada a los 20 años, decidió vivir virgen con la opinión en contra de su tribu. Fascinada por la Eucaristía y por Jesús Crucificado, se dedicó al cuidado de los enfermos y ancianos hasta que murió con 24 años.

El beato italiano Pier Giorgio Frassati (1901-1925), calificado por Juan Pablo II como “el hombre de las ocho bienaventuranzas”, puso sus cualidades humanas al servicio de los demás. Combinó su simpatía con la firmeza de carácter para oponerse a las injusticias sociales. Falleció a los 24 años por una poliomielitis contraída en uno de los barrios pobres en los que ayudaba.

El cuarteto lo cierra santa Gianna Beretta Molla (1922-1962). Doctora en medicina y cirugía, vivió con entusiasmo su vocación al matrimonio sin abandonar la práctica de su profesión. Falleció a los 39 años, pocos días después de dar a luz a su tercera hija.

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