Enseñar los límites

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Frente a la demanda ciudadana de seguridad, la prevención de la violencia entre los jóvenes exige un esfuerzo educativo para el aprendizaje de los límites. Xavier Darcos, ministro delegado francés de enseñanza escolar, explica en Le Monde (21 noviembre 2003) el planteamiento de esta prevención.

Durante numerosos años ha prevalecido un discurso que consideraba la violencia como la consecuencia mecánica de una estructura socio-económica alienante. La única prevención eficaz consistiría entonces en mejorar las condiciones materiales de vida en los barrios difíciles. (…)

Un planteamiento similar no podía tener éxito: numerosos estudios nos indican en efecto que la violencia y la delincuencia no son una simple reacción a una situación socioeconómica de exclusión. Al contrario, se percibe incluso que la mayoría de los jóvenes violentos llevan una vida social relativamente comparable a los demás jóvenes: salen, tienen amigos, cursan sus estudios… (…)

La acción preventiva que iniciamos se despliega sobre otro terreno: el de la educación. Lejos de los determinismos macroeconómicos, se trata de volver de nuevo a la persona, en su complejidad psicológica y humana; de comprender que la persona no puede desarrollarse sino con el aprendizaje progresivo de los límites que dan al mundo sus formas y a la libertad individual su base.

Los problemas que sufren muchos de nuestros hijos no son de carácter material, sino psicológico y simbólico. Estos jóvenes crecen a menudo en un ambiente caótico, sin normas, el más angustioso que existe. De ahí su reacción desproporcionada frente a todo acontecimiento exterior, percibido a priori como una amenaza. Observo que los propios adolescentes reclaman, a su manera, estos límites que no quisieron o supieron transmitirles. El favor del que gozan algunas palabras (la de «respeto», por ejemplo), así como las formas rígidas de organización que los jóvenes se imponen a veces a sí mismos, prueban el rechazo casi instintivo de la anomia, aunque sea bajo la peligrosa promoción de la ley del más fuerte, que no tiene de ley más que el nombre.

Todos estos hechos nos dicen hasta qué punto necesitamos hoy esta educación que marque los límites, sin la cual cualquier otra educación es imposible. Se nos objetará que aquí se choca con la famosa paradoja de la autoridad. Parece que la obediencia a las normas supone ya siempre el respeto de las normas, de modo que resulta inútil querer imponerlas. La autoridad no se impone. Cierto, ¿pero este círculo vicioso no es el de la educación en general? ¿No ha sido necesario en todas las épocas enseñar normas a seres para quienes al principio esas normas no significaban nada? Los «salvajes» no son un fenómeno contemporáneo. Toda educación está llamada, por definición, a conducir a los «salvajes» hacia la cultura común. (…)

Pero la escuela por sí sola no puede todo. Debe salir de su aislamiento y encontrar aliados. En primer lugar, las familias. (…)

No se trata de descuidar la inserción económica, social, cultural, sino de recordar que esta inserción no puede tener éxito más que con individuos que han aceptado ya las reglas que rigen a toda la sociedad. Es una extensa red de solidaridades la que es necesario tejer alrededor del hogar escolar, dejando el papel central a la escuela, para que la vida en común recobre sentido y se margine la violencia.

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