Los japoneses ante la depresión económica

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Del empleo vitalicio a la inseguridad laboral
Ashiya. Japón está sufriendo la peor crisis económica de los últimos cincuenta años, aunque el visitante apenas lo note al deambular por las calles. Una tasa de paro del 4,3% quizá parezca poco en comparación con otras naciones. Pero cuando uno ha vivido para trabajar, la pérdida del empleo puede suponer la pérdida del sentido de la vida. De modo que la depresión económica está arrastrando a muchos a la depresión clínica.

En un país donde el empleo se consideraba vitalicio hasta hace muy poco, la existencia de tres millones de parados supone un cambio notable. La pérdida de la seguridad en el empleo entre trabajadores que dedicaban prácticamente su vida entera a sus empresas está provocando un abismo de división y un sin número de enfermedades tanto físicas como psíquicas, no sólo entre los directamente afectados sino también en sus familias. Lo peor del caso es que, a pesar de las medidas gubernamentales y los billones de yenes in-vertidos para poner remedio (cerca de 20 en 1998 y otros 24 prometidos para principios de 1999), la economía no se recupera.

El ministro de Finanzas, Kiichi Miyazawa, predecía el pasado día 15 en una rueda de prensa en el Club de Corresponsales Extranjeros, en Tokio, que 1999 será el año del desempleo. Hitachi, por ejemplo, uno de los gigantes de la electrónica, ha anunciado hace poco que en marzo próximo piensa eliminar 4.000 puestos de trabajo y está estudiando reducciones de más de 60.000 en un futuro próximo. En estas circunstancias, muchos psiquiatras dan fe del reciente aumento de pacientes que sufren de depresión. Son las repercusiones de lo que ha venido en llamarse el «reventón de la burbuja económica», y de la consiguiente reestructuración de muchas empresas.

La «tribu de junto a la ventana»

«Hay una conexión directa entre el aumento de pacientes y la situación económica -dice el Dr. Toru Sekiya, director de una conocida clínica de neuropsiquiatría en Shinjuku (Tokio)-. Esta situación ha supuesto un duro golpe sobre todo para los hombres de entre 40 y 50 años», que han sufrido el traslado a trabajos que no les gustan, de los que no tienen ninguna experiencia; o a puestos sin prestigio o responsabilidad.

La mayoría de estas personas pasan a formar parte de los llamados madoguiwa zoku («tribu de junto a la ventana», por tener su mesa de trabajo en un rincón de la oficina, generalmente junto a una ventana). Lo que equivale a hacerles entender, de una manera sutil, que sus servicios ya no son necesarios. Algunos aguantan en esa situación por una temporada, pero casi todos acaban por marcharse o son finalmente despedidos.

Víctimas de la reestructuración

Muchas víctimas de la reestructuración empresarial no pueden hacer frente al shock que esto les produce y sufren una forma de depresión extrema, que puede llegar hasta el suicidio. «Es frecuente -dice Sekiya- que estos hombres no encuentren tampoco consuelo en su hogar, ya que en muchos casos carecen de buena comunicación con su familia, puesto que la mayor parte de su tiempo ha sido absorbido por el trabajo durante casi toda su vida adulta».

«Al verse privados de lo que era esencial en su vida -aparte de los ingresos, que en bastantes casos eran prácticamente su única contribución a la familia-, muchos de estos hombres experimentan una tremenda sensación de pérdida. Algunos se suicidan. Otros desaparecen de repente y pasan a formar parte de los vagabundos, que proliferan en las grandes ciudades». Según estadísticas recientes de la Agencia Nacional de Policía, el número de suicidios de personas de mediana edad (sobre todo hombres alrededor de los 50 años) se ha triplicado en los últimos años, en comparación con el inicio de la década de los 90.

En 1996, fueron 478 los presidentes y directores de empresas y organizaciones que se suicidaron, generalmente por problemas económicos. Sólo en la primera mitad de 1998 se ha producido la quiebra de 10.173 compañías, un 30% más que el año pasado. Menos mal que en noviembre se registró un descenso de quiebras del 5,3%, el primero en 23 meses. Sin embargo, esto no se debe a que la economía haya mejorado de forma global, sino a que en abril se inyectaron 16,5 billones de yenes en fondos públicos para estimularla; lo que ha reducido el número de quiebras de pequeñas compañías en el campo de la construcción.

La tasa anual de suicidios en Japón es de 17,2 por cien mil (en comparación, la de España es 7,7). En 1997, el total de suicidios fue de 24.391 en todo el país, un incremento del 5,6% respecto a 1996.

Akigahara Jukai, un frondoso bosque con árboles majestuosos de más de 300 años, en la zona volcánica a los pies del Monte Fuji, lugar favorito de los excursionistas de Tokio, es también uno de los principales destinos para muchos suicidas.

A la entrada del bosque hay letreros que aconsejan a los excursionistas no separarse de las estrechas sendas formadas por residuos de roca volcánica negra. La visibilidad, debido a lo tupido del bosque, es mala, y en muchas partes del recorrido hay profundos cráteres a ambos lados. A lo largo de esas sendas han aparecido recientemente varios letreros destinados a disuadir a los posibles suicidas. Uno de ellos reza así: «Tu vida es un precioso regalo de tus padres. Piensa con calma de nuevo en ellos, en tu familia, en tus hijos y hermanos. No te quedes con tus preocupaciones dentro de ti. Por favor, busca consejo».

Los que más sufren el shock

Según el Dr. Sekiya, «las personas que sufren este tipo de depresión clínica suelen tener un fuerte sentido de culpabilidad y falta de autoestima. A esto se añaden otros síntomas de tipo fisiológico, como indigestión, jaquecas, insomnio, etc.». Muchos pacientes dicen haber perdido las ganas de trabajar después de haber sido transferidos a empresas subsidiarias, o por repetidos actos de intimidación y desconfianza en el trabajo.

Masaomi Kaneko, autor del libro Psicología del desempleo, dice que los empleados tienden a convertirse en personas entregadas en cuerpo y alma a la empresa alrededor de sus 30-40 años, cuando empiezan a ocupar puestos de responsabilidad. «Por eso -continúa-, los que más sufren el shock de la recesión son los de 50 años para arriba. Están tan acostumbrados a trabajar sin descanso que aun cuando las empresas empiezan a reducir sus negocios, ellos siguen a toda marcha; y cuando pierden el empleo, su orgullo se hace añicos. Sienten vergüenza de estar en casa todo el día sin hacer nada, y no pueden recuperarse del shock».

También los jóvenes

La «reestructuración empresarial» es, en bastantes casos, un eufemismo que usan las empresas para deshacerse del lastre de personal sobrante o remanente de la década de la abundancia (los años 80).

Aunque es verdad que los más directamente afectados son los que tienen entre 40 y 50 años de edad y cobran salarios más altos, no son ya los únicos. Hoy en día, también los más jóvenes sufren de pleno las consecuencias de la recesión económica.

Según las más recientes estadísticas (septiembre de 1998), de los casi 3 millones de japoneses en paro forzoso, 1,47 millones están comprendidos entre los 15 y los 35 años de edad: un aumento de 300.000 respecto a 1997.

«Si la sociedad no presta mayor atención al paro forzoso de la gente joven -dice un abogado que tiene un servicio para víctimas del desempleo-, se debe a que, por regla general, los jóvenes no suelen estar endeudados para comprar la vivienda, no tienen hijos que mantener y educar; y porque, siendo jóvenes, pueden acabar encontrando trabajo, volver a la universidad para ampliar estudios o, simplemente, ingeniarse alguna forma de mantener a raya la desesperación que tanto afecta a los mayores». Por otra parte, la sensación de que a causa de la crisis económica no necesitan las energías y aptitudes que poseen, puede hacer que se conviertan en personas peligrosamente apáticas.

La idea tradicional de que ingresando en una gran empresa se tenía el porvenir asegurado ha quedado totalmente superada. Un experimentado asesor en cuestiones laborales da este consejo a los jóvenes que buscan trabajo: «Piensa en el Titanic. Desarrolla alguna habilidad personal que te haga indispensable. Está dispuesto a cambiar de trabajo en cuanto te lo indiquen, o cuando encuentres una oportunidad mejor. Aprende inglés, chino, árabe, manejo de ordenadores. Una buena manera de evaluar tus posibilidades es la siguiente: estudia con detenimiento los requisitos (se publican en revistas especializadas) que las empresas piden a los nuevos empleados. Si ves que puedes solicitar empleo en alrededor de 20, con razonable posibilidad de ser aceptado, estás en forma. Si el número es menor, date prisa en mejorar tu curriculum».

Recientemente están prosperando distintos tipos de negocios que ofrecen formación para ayudar a superar las dificultades en la búsqueda de nuevo empleo, o mejorar el curriculum de los recién graduados de la universidad.

Para quitarse el estrés

Los problemas de estrés en el trabajo han propiciado también que crezcan como hongos un sin número de salones de masaje, de música relajante con vídeos de lugares pintorescos, etc. Pero el negocio más próspero por el momento consiste en ofrecer la posibilidad de descargar la bilis haciendo añicos vasos, figuritas y jarrones de porcelana hasta que no quede ni rastro. Se puede hacer en grupos de cuatro o cinco personas (a 10.000 yenes cada uno) o en solitario por la friolera de unos 50.000 yenes. Y los locales que ofrecen tan divertido y lucrativo juego no dan abasto. A menudo se oyen allí los gritos del típico sarariman renegando contra alguno de sus superiores mientras rompe un florero de cerca de un metro contra otro en el que ha escrito el nombre de su jefe. Las sesiones suelen durar dos horas y, por lo visto, los clientes salen totalmente relajados y dispuestos a acumular más estrés para repetir la sesión la próxima semana.

La gente no gasta

Aparte de estos nuevos negocios, no hay duda de que la incertidumbre causada por la depresión económica ha puesto en sordina los dispendios del consumidor. Esto, a su vez, influye de modo negativo en la economía: la gente compra menos, el consumo se retrae, la economía no mejora, la incertidumbre crece, la gente no gasta; se completa el círculo vicioso. El informe mensual de la Economic Planning Agency anuncia casi a finales de año que los consumidores siguen con «los cordones de la bolsa bien apretados», economizando todo lo que pueden. La gente sigue teniendo dinero, pero no gasta. Se podría decir sin exagerar mucho que se trata sobre todo de una «recesión psicológica». Aunque no sea así para todos.

La recesión existe, es real, pero no afecta a todo el mundo del mismo modo. Los viejos se han librado de la virulencia con que la recesión se deja sentir entre las personas de mediana edad. «Los que están en la ‘edad dorada’ -dice Hidehiko Sekizawa, director del Hakuhodo Institute of Live and Living-, aunque entienden la dureza de la época que estamos viviendo, cuando consideran el tiempo que a ellos les queda, prefieren más gastar ahora que ahorrar para después». Los viejos usan sus dineros sobre todo en viajes, de los que tendrán un grato recuerdo para el resto de sus días.

La gente joven que depende de sus padres tampoco siente los efectos de la recesión porque todavía no les han reducido la asignación mensual. Por otra parte, los jóvenes parecen menos preocupados, a juzgar por una encuesta realizada por la empresa de relaciones públicas Dentsu Inc., con personas de 18 a 59 años, a las que se preguntaba si habían reducido o no sus gastos: entre los casados, el 30% de los hombres y el 25% de las mujeres respondieron que «no». Estos porcentajes saltaron al 56% y 44%, respectivamente, entre los solteros.

Quizá las nuevas generaciones, al esperar menos de la empresa, tengan también en el futuro una idea menos absorbente del trabajo.

La vergüenza de no trabajarCuando su marido (de 54 años de edad) no regresó una noche, la mujer pensó en la posibilidad de que se hubiera suicidado. Es lo primero que le vino a la cabeza. Desde que perdió el empleo en febrero pasado, su marido sufría una fuerte depresión.

El marido era jefe del departamento técnico de una empresa de aparatos farmacéuticos. Había sido contratado hacía dos años para ayudar a poner en marcha una nueva sección subsidiaria de otra empresa extranjera. Antes trabajó durante 23 años en un departamento similar de electrodomésticos. El trabajo era interesante y el sueldo bastante mejor: pasó de 9 millones de yenes anuales a ganar 13 millones al año.

Una mañana de febrero, al llegar a la empresa puntualmente a las nueve de la mañana, como era su costumbre, el presidente le llamó para anunciarle que habían decidido cerrar el departamento técnico y que, por lo tanto, ya no le necesitaban. El shock fue tan grande que no supo qué contestar. Cuando regresó a su oficina, el jefe de personal le dijo que no tocara ningún documento de trabajo y que se fuera lo antes posible. Todavía en estado de shock y sin saber bien lo que hacía, recogió los bártulos y salió de la empresa un poco pasadas las 10, apenas una hora después de haber llegado dispuesto a trabajar.

En el momento de ser despedido tenía una deuda de 8 millones de yenes de su préstamo hipotecario y el hijo estaba en tercer año de universidad. Afortunadamente, la hija mayor ya se había graduado y trabajaba a tiempo completo.

Cuando días después se entrevistó con el jefe de personal para discutir la paga adicional por despido, quiso saber la razón del hecho. La respuesta: «porque eres incompetente», le dejó totalmente deshecho. Más tarde averiguó que la sucursal no era rentable. Con la ayuda de abogados y del sindicato obrero consiguió que la paga extra fuera de 2,6 millones y que la compañía le extendiera un documento oficial certificando el despido, para poder así acogerse más pronto a los beneficios del seguro de desempleo. «Lo que más me enfureció -dice considerando lo ocurrido- fue el sentirme abandonado por la empresa por la que con tanto ahínco trabajé. Si no hubiera sido por la ayuda de la familia, me hubiera suicidado».

La familia ha reducido lo más posible los gastos, pero hay un límite en lo que se refiere a recortar en los alimentos. El seguro de desempleo seguirá hasta febrero próximo. Mientras tanto está tratando de encontrar nuevo empleo, cosa nada fácil hoy en día para un hombre de más de 50 años. «Este hombre -dice Taizo Sugano, jefe del Tokyo Counseling Center- tuvo suerte de encontrar ayuda y comprensión en la familia. Perder el empleo a causa del plan de reestructuración empresarial es como ser etiquetado como un inútil». Otros, explica Sugano, no han tenido la misma suerte. Un hombre de 50 años, jefe de departamento en una empresa textil, fue incapaz durante dos semanas de enfrentarse con su mujer para decirle que había sido despedido. La primera semana salió todos los días de su casa a la hora de siempre, diciendo que iba al trabajo. La segunda semana fingió que había tomado unos días de vacaciones porque no se encontraba bien. Por fin fue al Counseling Center para decir que no se atrevía a hablar con su mujer del asunto. A.M.

Antonio Mélich

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