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Los cambiantes números de la miseria en Brasil

publicado
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El número de brasileños que viven en estado de pobreza es la mitad de lo que se decía -o sea, unos 16,6 millones-, según un informe publicado el pasado septiembre del que da cuenta el semanario de mayor tirada del país, Veja (27-IX-95).

En marzo de 1992, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) calculaba que el país tenía 64 millones de pobres (en una población de 150 millones de personas). Poco después, el Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA) rehizo las cuentas del IBGE. Y el número bajó a la mitad: había exactamente 31.679.095 brasileños viviendo por debajo del umbral de subsistencia.

Ese era el Mapa del Hambre preparado en el IPEA por Anna Maria Peliano para apoyar una campaña contra el hambre llevada por el sociólogo Herbert de Souza, popularmente conocido como Betinho, y apoyada por el Presidente Fernando Henrique Cardoso.

A finales de septiembre, otro estudio aportó estimaciones más convincentes: los indigentes -o sea, los hambrientos de Betinho, gente que gasta todo lo que gana en comida y aun así no come lo suficiente para mantener la salud- son 16,6 millones. Así lo afirma Sonia Rocha que, como Peliano, trabaja en el mismo IPEA.

¿Cómo es posible que, con la misma base estadística -los datos de la Encuesta Nacional por Muestreo de Domicilios (PNAD), hecha por el IBGE en 1990-, se llegue a cifras tan dispares? Anna Peliano argumenta que la diferencia se debe a la metodología. De hecho, Sonia Rocha partió de las informaciones del PNAD, pero siguió un camino técnicamente más elaborado que el de Anna Peliano para llegar a los 16,6 millones: tuvo en cuenta las diferencias regionales en el coste de la vida, los parámetros de consumo y de renta de las familias, los sueldos y el número de personas que viven bajo un mismo techo… Recurrió también a otros factores relevantes: sexo del cabeza de familia, grado de escolaridad, lugar de residencia, etc.

Rocha distingue en el país tres grupos -los «indigentes», que pasan privaciones; los «pobres», que viven con lo suficiente para alimentarse, y los «nopobres», que serían los demás-, y concluye que los indigentes van a menos: han pasado del 14% de la población en 1981 al 12% en 1990. Aunque la timidez de los logros no se preste a triunfalismos, desmiente que la situación se haya agravado en la última década, como se venía diciendo.

El estudio concluye que para eliminar la pobreza metropolitanta del país bastaría dedicar el 3,7% de la renta de los brasileños situados por encima del umbral económico de estricta supervivencia. Y para elevar a todos los pobres del Brasil a ese nivel, se requeriría el 2,1% del PIB de 1990. Esta cantidad es la que los inversores privados piensan invertir hasta el final de la década en el área de telecomunicaciones.

Según aclaró la señora Rocha, el estudio estaba listo hace un año, pero «resultaba embarazoso, con el país empeñado en la campaña contra el hambre. Aquello de los 32 millones de indigentes era un error, pero un error con función social».

Otro episodio del «baile de los números» se refiere al de los niños que viven en las calles de las ciudades: publicaciones de ONG europeas afirman que hay 21.000 niños viviendo en las calles de Río de Janeiro, mientras que -según datos oficiales del Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicos, confirmados por otros organismos como la archidiócesis de la ciudad-, el número está entre 800 y 1.500.

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