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La mejor ayuda al desarrollo

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A propósito de una campaña organizada en España para que el Estado dedique el 0,7% del PIB a la ayuda al desarrollo del Tercer Mundo, Mario Vargas Llosa sostiene que hay métodos más eficaces para aliviar la pobreza de los países subdesarrollados (El País, Madrid, 10-X-94).

(…) Si [la campaña] lograra su objetivo y España dedicara ese porcentaje de la riqueza que produce a ayudar a los países pobres, la suerte de éstos no cambiaría por ello de manera significativa.

(…) No es cierto que los países ricos lo sean porque los otros son pobres y, a la inversa, que la miseria del Tercer Mundo sea resultado de la afluencia del Primer Mundo. Eso fue cierto, y de manera bastante relativa, en el pasado. En el presente no lo es. Y nada hace tanto daño a los países atrasados y misérrimos del planeta como esta falsa doctrina, que los exonera de su culpa en lo que respecta a su condición y transfiere toda la responsabilidad del hambre y el desamparo que padecen sus pobres a los países desarrollados, los que se alimentarían de ellos succionándoles la riqueza, como los vampirosa sus víctimas. Pues, si esto fuera así, no habría esperanza para ellos, y no les quedaría otra alternativa que llorar y apiadarse de su suerte, o vociferarcontra el malhadado Occidente, mientras, con la mano extendida, esperan pasivamente que aquellosvampiros que les chupan la sangre se compadezcan, dejen de hacerlo y vengan más bien con sus ayudas a desempobrecerlos y desarrollarlos.

La verdad es que, hoy en día, la pobreza se produce, al igual que la riqueza, y que ambas son opciones al alcance de cualquier pueblo. Y que muchos países subdesarrollados, debido a la infinita corrupción de sus clases dirigentes, a la demencial dilapidación de sus recursos y a las insensatas políticas económicas de sus Gobiernos, se han convertido en unas máquinas muy efectivas de producir esas condiciones atroces en las que viven sus pueblos. Atención: sus pueblos, no sus dirigentes, los que a menudo disfrutan de la opulencia mily-unanochesca.

(…) La verdadera ayuda al Tercer Mundo no es la dádiva, por más noble y bienintencionada que sea la voluntad con que ésta se dé. La triste realidad es que, en la mayoría de los casos, esta ayuda no va a parar a la boca de los hambrientos a quienes se quiere ayudar, ni a los enfermos devorados por las pestes y sin hospitales, ni a los campesinos sin semillas ni tractores, sino a los bolsillos sin fondo de los Mobutus y los Marcos, o a los jefezuelos militares y caudillos de facciones que, cuando no se la roban y la regresan a los bancos occidentales donde tienen sus cuentas, se la gastan en comprar armas para entrematarse a fin de conquistar el poder o eternizarse en él.

El verdadero servicio que el Occidente democrático debe prestar a esos pueblos tiranizados y saqueados del Tercer Mundo es ayudarlos a sacudirse de sus tiranos y saqueadores, pues estos son obstáculo principal para romper el círculo infernal de la pobreza, y comerciar con ellos, abriéndoles esas fronteras que todavía se hallan cerradas, o entreabiertas, en Europa como en Japón o en Estados Unidos, para tantos productos de los países en vías de desarrollo.

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