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Humanismo y reciprocidad: El regreso al mundo vital

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A estas alturas de la crisis, algunas personas e instituciones comienzan a atisbar, no las soluciones a corto plazo que la supervivencia demanda, sino incluso la necesidad de un cambio de modelo que nos permita afrontar con garantías el futuro de nuestra civilización, más allá de aspectos puramente económicos. Este era al menos uno de los principales objetivos del I Simposio “Sociedad, Economía y Valores” que organizó hace unos días la Universidad de Navarra en el campus del IESE en Madrid. En palabras de su Rector, Ángel José Gómez Montoro, el objetivo es “plantear la renovación de los paradigmas actuales del conocimiento, condicionados por la fragmentación de las distintas perspectivas desde las que se intenta acometer”.

La emergencia de las personas frente a la tecnoestructura

Existe una tecnoestructura que se eleva por encima de la sociedad y desde la que, de un modo capilar, se intenta colonizar la vida de las personas, ya sea mediante la publicidad, los contenidos de televisión, la excesiva regulación que atenta contra la libertad, etc…

“Se habla de la emergencia de los países cuando debería hablarse de la emergencia de las personas frente a esa colonización del Estado y del mercado”, afirmó el metafísico. Factores como el dinero y el poder no constituyen lo esencial del hombre y no pueden ser por tanto la clave de lo humano. Por el contrario, la familia, que sí lo es, parece haberse convertido en el objetivo a batir para robarle el protagonismo que todavía tiene en el desarrollo de las personas y lograr así la colonización definitiva.

Esa emergencia de las personas debe traducirse para Llano “en no esperar a que nadie nos diga lo que tenemos que hacer para lograr así una rebelión de los mundos vitales”. Una rebelión que se ha confundido en algunos casos con ideales rebajados que sí han conseguido integrarse y condicionar el modelo actual, pero de una manera infructuosa desde el punto de vista del hombre. Se trata del feminismo, el pacifismo, el ecologismo y el nacionalismo. “Prueba de ello -dice Llano- es que ninguna voz pública que se precie en la actualidad puede descuidar estos elementos”.

Para Llano, el humanismo cívico consiste en tratar a las personas no sólo como medio sino también como fin. Esa es la verdadera cultura de lo humano. El humanismo cívico aporta al humanismo básico la libre comparecencia y protagonismo de los ciudadanos en la sociedad y la vida pública multiplicados hoy por el amplio desarrollo de las nuevas tecnologías.

No cabe duda de que el protagonismo de las personas se pone de manifiesto en muchos casos en su desarrollo y realización dentro de las empresas. Para recordarlo, Llano rescató unas palabras de Peter Drucker, uno de los principales gurus del management. “La técnica de dirección y organización de empresas es también un humanismo porque tiene que ver con la gente”. Y Llano afirmó sin ambages que “el management será la disciplina a través de la cual cobrarán relevancia de nuevo las humanidades”.

Paradojas del siglo XXI

“Los problemas económicos del presente no se pueden resolver con el marco conceptual del pasado”. Fueron las palabras con las que inició su exposición otro de los ponentes, Stefano Zamagni, Catedrático de Economía Política de la Universidad de Bolonia.

Zamagni explicó esta idea basándose en tres paradojas fundamentales del siglo XXI; la paradoja de la felicidad, la paradoja de la desigualdad y la paradoja del modelo taylorista. La paradoja de la felicidad la planteó en 1974 Sterling, quien afirmaba que después de un determinado nivel de renta, la felicidad no sólo no aumenta sino que disminuye. En segundo lugar, la paradoja de la desigualdad tiene que ver con la cuestión de que cada vez hay más riqueza, y sin embargo las desigualdades van en aumento. Por último, la paradoja del sistema taylorista ha mostrado que ya no es posible este sistema de organización basado en un modelo piramidal donde la base de la organización no aporta más que fuerza productiva.

En el momento actual, para ser competitivo es necesario que todos los miembros de una empresa tengan un peso en la misma, y “el empresario que no adopte este sistema está condenado al fracaso”. “Difícilmente los esclavos -apuntó Zamagni- aportan nada a la organización”. “Si queremos aprovechar al máximo el conocimiento tácito de nuestros empleados, tenemos que saber establecer relaciones recíprocas con ellos, porque puedo obligar a una persona a llegar a las 8 de la mañana al trabajo, o a estar 8 horas en la oficina, pero no puedo obligarlo a que proporcione sus mejores ideas, su capital intelectual a la organización”. “La única forma de aprovechar el conocimiento tácito de las personas -afirmó el ponente- es a través de la reciprocidad”.

Desde estas tres paradojas, la cuestión es “cambiar los esquemas mentales de la gente hacia un nuevo modelo, y eso lleva trabajo y tiempo, pero acabará imponiéndose por necesidad”. Zamagni esquematizó este nuevo modelo en tres principios básicos. Los dos primeros principios son el del intercambio de equivalentes y la redistribución. En el principio del intercambio de equivalentes se basan las relaciones de mercado y es “un principio fundamental, porque sin él no es posible la eficiencia, y la eficiencia es un fin necesario en las sociedades capitalistas en las que vivimos”. Y el segundo, el de la redistribución de la riqueza, es el principio del que se ocupa el Estado, y también es fundamental para tener sociedades justas.

El principio de reciprocidad

Toda la Economía Política se ha basado en estos dos principios, pero “no son suficientes en la era de la información y el conocimiento”. Para Zamagni, “es necesario combinar estos dos principios con un tercero, que es el principio de la reciprocidad, en el que se basa la Economía Civil”. Los primeros dos principios están basados en una relación de deber y derecho, de derechos de propiedad y deberes de cumplimiento de lo negociado. La reciprocidad, sin embargo, se basa en una relación de don, de gratuidad entre las personas. A ayuda a B con la expectativa de que cuando necesite algo, B le devolverá la ayuda. Si B no es recíproco, se trunca la relación. Las relaciones de reciprocidad no se basan en la ley, no se puede obligar a ellas, “pero es la única manera de obtener el conocimiento de las personas, lo mejor de cada uno”.

En definitiva, concluyó Zamagni, el olvido de este tercer principio da respuesta a las paradojas planteadas, ¿Por qué no somos felices con tantos recursos? Porque la felicidad está ligada a la reciprocidad, y “algunos economistas, no inteligentes -apostilló Zamagni-, han confundido utilidad con felicidad, y la felicidad depende de la relación con los otros, no de la acumulación de cosas”. Del mismo modo, el problema de las empresas hoy no es un problema técnico, sino un problema relacional. No se transmite el conocimiento tácito de la gente por falta de reciprocidad en el grupo.

En ocasiones se traslada la mentalidad de intercambio de equivalentes propia del actual espacio laboral al espacio personal lo cual da lugar a fracasos en las relaciones familiares. Por eso, para Zamagni, la llave del cambio son en los empresarios: ellos pueden poner en práctica este modelo y demostrar que funciona, que es posible, que es el adecuado, y servir de ejemplo para los demás. El desafío que se nos plantea consiste en diseñar un modelo de organización en que quepan tanto empresa como persona.

Islas de vida intelectual genuina”

A Llano y Zamagni se sumó Víctor Pérez Díaz, Catedrático de Sociología Política de la Universidad Complutense, que centró su intervención en la recuperación de la universidad por parte de la sociedad civil. Es lo que persiguen sin saberlo esas “islas de vida intelectual genuina”. Así llamó Pérez Díaz a esos espacios o grupos de trabajo que quizá no encuentran respaldo en su entorno más cercano, pero están empeñados en la búsqueda de la verdad. “Aunque sean tiempos difíciles, si las cosas están bien hechas tienen su irradiación”.

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