Europeos y norteamericanos ante el trabajo

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Peter Meiksins y Peter Whalley, profesores de sociología en la Cleveland State University y en Loyola University (Chicago) comparan en «International Herald Tribune» (11 agosto 2004) la filosofía laboral dominante en EE.UU. y en Europa.

¿Se debe trabajar más en Europa, o menos en los Estados Unidos?, se preguntan Meiksins y Whalley, autores de un libro titulado «Putting Work In Its Place: A Quiet Revolution». Los viejos estereotipos dicen que el europeo es civilizado y el norteamericano materialista, el americano es trabajador y el europeo perezoso. Pero las cosas no son tan simples.

Por ejemplo, si el porcentaje de población empleada es mayor en EE.UU. que en Europa, hay que tener en cuenta que en América hay importantes sectores que no se cuentan (gente que está en la cárcel, o que ha dejado de buscar empleo). Tampoco todos los norteamericanos son adictos al trabajo, ya que un 18% trabaja a tiempo parcial, en la mayor parte de los casos de forma voluntaria. En el otro sentido, hay que tener en cuenta que otros trabajan muchísimas horas, especialmente titulados superiores con buenos sueldos.

Pero la investigación de los autores muestra que muchos norteamericanos se quejan de sus estresantes horarios de trabajo y de su incapacidad para hacerlo compatible con otras actividades: la mayoría manifiesta con claridad que le gustaría trabajar menos.

«Lo que ocurre -dicen los autores- es que los norteamericanos se ven compelidos a trabajar muchas horas por la persistente inseguridad que caracteriza a la vida norteamericana. La ausencia de pensiones generosas, de ayudas estatales para pagar los estudios universitarios, de atención sanitaria universal y de otros beneficios de que gozan los europeos, hace que los norteamericanos vean los largos horarios de trabajo como el único camino para obtener esas prestaciones y ahorrar lo necesario para pagar la Universidad y asegurarse el retiro. La amenaza real de la pérdida del empleo, incluso para los profesionales empleados, obliga a los trabajadores a maximizar sus ingresos presentes. En la ausencia de sindicatos influyentes y de una legislación que proteja a los trabajadores, los empleados no están en condiciones de protestar por sus largos horarios».

En el lado de los empleadores, Meiksins y Whalley perciben que el sistema les impulsa a demandar más horas a sus empleados porque les resulta más barato pagar horas extras que contratar nuevos trabajadores. Es más fácil pedir más horas a los ejecutivos y profesionales que no tienen protección legal y cuya inseguridad ha crecido enormemente en estos últimos años en los que ha echado raíces la cultura de las horas extra.

«El modelo americano, más que una ética del trabajo, ilustra una obligación de hacer horas extra no deseadas por la mayoría», señalan los autores. Como aspectos esperanzadores, señalan especialmente la entrada masiva de la mujer en el mundo del trabajo, lo que ha empezado a cuestionar la inflexibilidad de los devoradores horarios laborales. Un significativo porcentaje de mujeres elige el horario parcial, no como una solución temporal a necesidades sobrevenidas (cuidar a un recién nacido o al padre enfermo) sino como una alternativa, como una forma normal y deseable de trabajar.

En el contexto norteamericano, han sido en buena parte las mujeres casadas de clase media las que han podido hacer frente a la cultura de los largos horarios, reduciendo sus ingresos y compensándolos con los de sus maridos. El peligro -señalan Meiksins y Whalley- es ver este logro como una prueba de que las mujeres son trabajadoras diferentes, menos comprometidas.

Según Meiksins y Whalley, la sociedad americana está cambiando, y crece el número de hombres que dicen que les gustaría pasar más tiempo con sus hijos. Y, lo más importante es que el aumento de empleos y la movilidad laboral ha hecho disminuir los incentivos disponibles (como las promociones) para aquellos que trabajan más horas. A la vez, crece el número de ocasiones en que uno tiene que replantearse su actitud sobre el empleo.

Los autores terminan extrayendo una lección sobre la comparación de EE.UU. con Europa: «Los europeos han obtenido política y socialmente lo que muchos norteamericanos dicen querer individualmente, pero no han sido capaces de lograr políticamente».

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