El respeto a los derechos laborales, ¿pretexto para obstaculizar las exportaciones de los países pobres?

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¿Debe utilizarse la política comercial para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores de los países pobres? Este fue uno de los motivos de trifulca en la fracasada cumbre de la Organización Mundial de Comercio en Seattle. Los adversarios de la globalización, y especialmente los sindicatos de los países ricos, alegan que los países pobres hacen competencia desleal por producir sin respetar los derechos laborales básicos. A lo que los países pobres responden que eso no es más que un pretexto para cerrarles los mercados y privarles de su única ventaja comparativa. Ahora van a tener un motivo más para reafirmarse en su opinión tras lo ocurrido en Camboya.

En enero de 1999, Camboya firmó un acuerdo con Estados Unidos sobre sus exportaciones textiles. Camboya se comprometía a mejorar las condiciones laborales en ese sector. A cambio, EE.UU. prometía aumentar un 14% la cuota de importaciones textiles de empresas camboyanas, lo que suponía un aumento de 50 millones de dólares al año. Otros países en vías de desarrollo dijeron que los camboyanos estaban locos si creían que así iban a conseguir algo. Pero Camboya, que no pertenece a la Organización Mundial de Comercio, estaba dispuesta a intentarlo.

La mayor vigilancia del gobierno camboyano sobre las condiciones laborales tuvo consecuencias positivas para los trabajadores, según cuenta el Wall Street Journal (28 de febrero). En un país donde la renta per cápita anual es de 180 dólares y donde los profesores universitarios ganan 20 dólares mensuales, el salario mínimo en la industria textil se fijó en 40 dólares al mes. A partir del acuerdo se autorizó que los trabajadores textiles crearan sindicatos y eligieran a sus representantes; y, por primera vez, hubo algunas huelgas en casos en que se retrasó el pago de los salarios. Se hizo obligatorio conceder 19 días de vacaciones pagadas. El gobierno utilizó la amenaza de no conceder licencias de exportación a las empresas que no cumplieran las normas laborales, y de hecho las negó en dos ocasiones el año pasado.

La perspectiva del aumento de las exportaciones a EE.UU. hizo que se crearan nuevas empresas, que han dado trabajo sobre todo a mujeres. Es un trabajo duro: diez horas al día, durante seis días a la semana, cosiendo una prenda tras otra. Pero han conseguido ahorrar dinero para mantenerse y ayudar a sus familias.

Llegó el momento de recoger los frutos. Los representantes del gobierno de EE.UU. reconocieron que el acuerdo había logrado importantes mejoras laborales, en muy poco tiempo. Pero los sindicatos norteamericanos se opusieron. UNITE (sindicato del textil) aseguró que en Camboya aún seguían produciéndose violaciones de las normas laborales internacionalmente reconocidas. Como prueba aducía el informe de un grupo sindical holandés que reveló incumplimientos en cinco fábricas. La oposición sindical fue suficiente para que el gobierno no aumentara la cuota del textil camboyano. Las críticas a la decisión del gobierno se preguntan por qué se ha dado tanto peso a la opinión de UNITE, que dedica buena parte de sus energías a luchar contra las importaciones de textiles. Y señalan que no se ha valorado las mejoras de la situación laboral de Camboya en comparación con otros países ni se ha solicitado un dictamen de la Organización Internacional del Trabajo.

Desde la decisión norteamericana, adoptada el pasado diciembre, han cerrado 18 fábricas textiles. Pero los trabajadores camboyanos tienen el consuelo de que los sindicatos norteamericanos velan por sus derechos.

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