De la defensa del aborto a la postura pro vida

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Es frecuente que cuando el aborto entra en el terreno del debate político se comience a hablar de la preeminencia del derecho de la mujer. No es extraño que los estrategas políticos de la línea pro choice comiencen reconociendo que el aborto es un mal a erradicar, pero que en determinadas situaciones el derecho de elección de la madre prima sobre el del no nacido, a quien se elude llamar persona. Se trata de un proceso deshumanizador, que tiene su raíz en una errónea concepción de la sexualidad.

Los fundamentos de esta línea argumental se resquebrajan cuando con honestidad intelectual se analiza lo que la ciencia médica va dando a conocer sobre el inicio de la vida humana. Así le ocurrió a Jennifer Fulwiler, gestora de páginas web de Austin (Texas), casada y con tres hijos. Su convencida defensa del llamado derecho de elección de la mujer a interrumpir su embarazo fue poco a poco debilitándose hasta convertirse en una encendida defensa de la vida. En el origen de dicho cambio está la comprensión de la intima unión entre la sexualidad y la vida. En un artículo publicado en el semanario America, cuenta cómo fue ese cambio

Un recurso lamentable

“Antes de volverme pro life, había leído que en algunas sociedades antiguas era común que los padres abandonaran a los recién nacidos no deseados, dejándolos morir de frío o inanición”. Fulwiler reconoce que aquellas historias le conmovieron: le costaba imaginar cómo podía alcanzar una amplia aceptación social una práctica que “para la sociedad moderna sería impensable”.

Por eso, esta tejana no podía soportar que los grupos pro vida hablaran del aborto como una “masiva matanza de bebés”. “Obviamente –sigue diciendo Fulwiler–, nadie está a favor de matar bebés, y los pro vida daban a entender que aquellos de nosotros que defendíamos la libertad de elección éramos partidarios de locuras semejantes a las de aquellas primitivas civilizaciones”. Cómo para muchos de los que hoy lo defienden, el aborto era para Fulwiler “un recurso lamentable, pero era el sacrificio que había que hacer para impedir que las mujeres se convirtieran en víctimas de embarazos no deseados”.

“Una noche yo estaba discutiendo el tema con mi esposo”, que estaba por aquel entonces replanteándose su postura pro-abortista. Él había estado pensando que en realidad el ser provida es “estar en defensa de la vida de los otros”, porque “todo el mundo está en favor de su propia vida.”

Evidencias médicas

Por aquel entonces Jennifer Fulwiler conoció la Iglesia católica. Y es en ese momento cuando descubre que su formación escolar se había edificado sobre algunas ideas que contrastaban ahora con una sencilla convicción de los católicos: “la vida empieza en la concepción”. Desde entonces se sintió incómoda en su defensa del aborto. “Me di cuenta de que mis criterios para determinar cuándo comienza la vida humana eran penosamente vagos”.

“Me encontré mirando para otro lado cuando oía hablar de que con ecografía 3-D podían verse a los fetos tocar sus rostros, sonreír y abrir los ojos a las semanas en que todavía se consideran aceptables los abortos”. Cada vez había más pruebas de que los fetos son seres humanos.

La autora reconoce que en algunos momentos sentía que su decisión de defender a ultranza el aborto estaba por encima de las pruebas que le llegaban desde la medicina. Esta ruptura interior se manifestaron de manera especial cuando se acercó a la práctica conocida como partial birth abortion, que provoca la muerte del feto por succión del cerebro en el sexto o séptimo mes de embarazo. “Yo no podía creer cómo algunos profesionales podían justificar con tanta calma semejante infanticidio sencillamente llamando a las víctimas en lugar de bebés, fetos”. Fue entonces cuando decidió cambiar de posición: “Si quienes hacen esto son pro choice, yo no quiero ser pro choice”.

Sexo y vida

Con el paso de los años, Fulwiler reconoce que desde su juventud había “entendido el sexo como algo desconectado de la idea de crear la vida”. “En las clases de educación sexual de la escuela secundaria, aprendimos no que el sexo crea a los bebés, sino que son las relaciones sexuales sin protección las que crean bebés”. Pero la confusión no se quedó en la escuela: “Incluso hace poco, antes de que nuestro matrimonio fuera bendecido por la Iglesia católica, mi esposo y yo asistimos a un curso sobre lo que debía ser un buen matrimonio. Vimos un video de un grupo cristiano interconfesional, y en la parte titulada ‘Good sex’ no se mencionaba ni una vez a los niños. Se hablaba de unión, de intimidad, de mantenerse en forma. La más cercana conexión del sexo a la creación de la vida era una breve nota acerca de cómo las parejas debían discutir el tema de la anticoncepción”.

La autora afirma que en toda su vida “el mensaje que había escuchado alto y claro era que el sexo es para el placer y la unión, y que su potencial creador de vida es meramente tangencial, casi hasta el punto de poder ser olvidado”. Para ella, aquí radica su inicial postura en favor del aborto: “como postura por defecto, he visto el sexo cerrado a la posibilidad de la vida, he pensado que los embarazos no planificados eran como un rayo que te cae mientras caminas por la calle, algo totalmente impredecible e indeseado”. De hecho, Jennifer Fulwiler sostiene que “mi opinión favorable al aborto (y me imagino que los de muchos otros) estaba motivada por una preocupación hacía los demás: yo sólo quería que las mujeres no tuvieran que sufrir a la hora de hacer frente a los embarazos no deseados”.

Esta visión del sexo, conduce, según la autora, a identificar a los bebés con el enemigo del placer, que muchas veces es a su vez identificado con la felicidad: “los bebés se han convertido en el enemigo que lo arruina todo”. De aquí a la deshumanización del bebé hay solo un paso. “Es lo mismo que hacen los ejércitos rivales en tiempo de guerra: deshumanizar a los seres humanos que hay al otro lado de la línea”.

Para esta norteamericana, muchas de las posturas favorables al aborto tienen su raíz en una falsa concepción de la sexualidad, desconectada de la vida, que deshumaniza a los bebés.

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