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La consagración de Xi Jinping

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La consagración de Xi Jinping

Xi Jinping se dirige al XX Congreso del Partido Comunista Chino (CC: CPC)

 

El Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), celebrado entre el 16 y el 23 de octubre, es un acontecimiento que se repite cada cinco años para designar o confirmar a sus dirigentes. Esta vez no ha habido renovación del presidente del país tras diez años en el poder. La consagración de Xi Jinping como líder con mandato indefinido ratifica el cambio de época: se ha acabado el pragmatismo inaugurado por Deng Xiaoping y se imponen la centralización y la ideología.

El Congreso se ha celebrado en un momento de turbulencias. La situación económica de China, que ha visto disminuir su crecimiento, con las consiguientes repercusiones sociales, coincide con en el complejo escenario internacional derivado de la guerra en Ucrania, que pone a prueba el papel que el régimen comunista quiere jugar en el mundo. Estos hechos, sumados a una situación interna marcada por las drásticas medidas de covid cero, requerían una mayor presencia del régimen para transmitir a su propia opinión pública y al exterior la imagen de un liderazgo fuerte y cohesionado, capaz de llevar a cabo el “sueño chino” al que se refirió el presidente Xi Jinping en el Congreso de 2017.

Desde entonces el régimen ha fomentado la simbología de las fechas y todas ellas confluyen en 2049, centenario de la fundación de la República Popular, año en el que China deberá haber ascendido al rango de primera potencia política y económica. Atrás queda el eslogan del “ascenso pacífico”, omnipresente en la época del gobierno del anterior presidente, Hu Jintao. Estas ambiciosas aspiraciones marcan un cambio de época que cancela la sucesión reglada en la cúpula del PCCh, establecida en diez años por Deng Xiaoping, el padre de la China posmaoísta, en 1982. En contraste, Xi Jinping pretende moverse en la estela de Mao, hasta el punto de que el pensamiento Xi Jinping fue equiparado al de Marx, Lenin y Mao en el anterior Congreso, aunque lo fuera más en los métodos que en el contenido.

En los últimos diez años, Xi se ha ido forjando la imagen de líder indispensable, que debe de seguir al frente de la nave del Estado y del Partido para llevar a cabo lo que él llama “el rejuvenecimiento de la nación china”. Desde el momento en que en 2018 una enmienda a la Constitución suprimió el límite en los mandatos presidenciales, el camino a su continuidad en la secretaría general del PCCh estaba abierto. Sin embargo, no ha dado el paso que le hubiera equiparado con Mao: el de convertirse en presidente del Partido. Esto hubiera llevado automáticamente a la devaluación del puesto de secretario general, síntesis de todos los poderes en China. Deng Xiaoping suprimió en 1980 el puesto de presidente, y abogó por una sucesión ordenada para evitar las luchas internas de los últimos años del maoísmo. Xi no ha querido llegar a ese extremo porque no lo ha considerado necesario. No hacía falta esa mimetización con Mao para demostrar quién está al mando.

Xi no afloja

Por lo demás, hace ya mucho tiempo que Xi rompió las infundadas expectativas de que podría aflojar la presión ejercida por el régimen sobre sus ciudadanos. El hijo de Xi Zhongxun, compañero de la primera hora de Mao, padeció, junto con su familia, las humillaciones de la revolución cultural. La historiografía oficial siempre se ha encargado de recordarlo, pero la conclusión, tanto en la vida de Xi Jinping como en la política china, no ha sido abogar por una liberalización sino por fortalecer el régimen comunista, única garantía para la estabilidad del país.

La estabilidad es una obsesión permanente para los gobernantes chinos, siempre con el recuerdo de los ciclos históricos de unidad y desintegración de la época imperial. La estabilidad, que pasa por el gobierno absoluto del Partido, es un bien al que hay que sacrificar todos los demás intereses, incluso los personales y familiares. Así lo creía Xi Zhongxun y su hijo comparte esta convicción. De ahí infiere que los problemas de China no se derivan del autoritarismo sino del modo en que se ejerce ese autoritarismo.

Los tiempos de Deng, con aquel eslogan de que “ser rico es glorioso”, han pasado, y Xi subraya que el desarrollo económico no puede cuestionar el orden establecido

Algunas imágenes de la sesión de clausura del Congreso hablan por sí solas. El expresidente Hu Jintao, de 79 años, fue obligado por Xi a abandonar la reunión, pese a las protestas explícitas de aquél. Fuentes oficiales han atribuido la drástica salida de Hu de la tribuna a problemas de salud, aunque en realidad podría interpretarse como una escenificación sobre quién tiene las riendas del poder. Ha sido una manera de clausurar la era de los anteriores secretarios generales, incluido Deng Xiaoping, por parte de un líder como Xi que no perdió ni su compostura ni su parsimonia durante el incidente. Quizás haya sido también una forma de expresar que durante el mandato de Hu, el PCCh se había debilitado, también en sus convicciones ideológicas, y se había visto afectado por la corrupción y una poco eficiente maquinaria burocrática. Estos han sido los calificativos de Xi a aquel período en el discurso: “Culto al dinero, hedonismo, egocentrismo y nihilismo histórico”.

Contra corrupción, pureza ideológica

En la “purga” de Hu Jintao se expresa el triunfo de un partido más ideologizado, ajeno, en teoría, al pragmatismo y representado por “un socialismo con características chinas”. De ahí la insistencia en el discurso de Xi Jinping en el incremento de las políticas sociales, particularmente en sanidad, educación o medioambiente, con el propósito de transmitir la idea del retorno a la “pureza ideológica” amenazada de continuo por la corrupción estatal o privada. En este sentido, en dicho discurso se han deslizado algunas autocríticas con referencias a las desigualdades económicas entre las zonas rurales y urbanas, las carencias en las innovaciones científicas y tecnológicas, la seguridad alimentaria y los fallos en la cadena de suministros.

Sin embargo, las conclusiones que Xi deriva de estas situaciones están influenciadas por la ideología, al hacer del materialismo histórico el único método interpretativo de la realidad. Una postura muy alejada de aquello de “Busca la verdad en los hechos”, eslogan de Mao actualizado por el pragmatismo de Deng Xiaoping. El inevitable determinismo marxista hace que importe más la resolución del líder político capaz de superar toda clase de obstáculos, aunque tenga que remar contra el viento.

La economía de mercado es indispensable para el desarrollo de China. No lo ignora Xi, pero los tiempos de Deng, con aquel eslogan de que “ser rico es glorioso”, han pasado, y el presidente chino es de la convicción de que el desarrollo económico no puede cuestionar el orden establecido. Por tanto, adopta la centralización del poder, en el más puro estilo leninista, y un poder centralizado no admite rivales. Los grandes empresarios, aunque tengan el carné del Partido, han forjado una riqueza que puede convertirles en sospechosos, en un obstáculo a “la prosperidad común”, a la que tanto se refiere Xi. Esto explicaría las campañas emprendidas en los últimos años contra algunos de ellos, en nombre de la lucha contra la corrupción, y que han afectado, entre otros, a Jack Ma, fundador de Alibaba y acusado de posición dominante en el mercado, o a Xiao Jianhua, millonario especialista en inversión de fondos y condenado a trece años de prisión.

Una de las conclusiones del Congreso es que la seguridad –también la digital, la alimentaria o la energética– puede ser más importante que la economía

Por lo demás, la situación económica de China ha empeorado con la proliferación de restricciones derivadas de la política de covid cero, con sus confinamientos masivos y prolongados. Como consecuencia, las perspectivas de crecimiento económico para 2022, que eran del 5,5%, se han visto reducidas al 3,2%. No menos inquietantes son el aumento de la deuda china hasta el 250% del PIB y el descenso de la inversión extranjera en el país. Con independencia de los efectos de la pandemia o de las consecuencias de la prolongada crisis del sector inmobiliario, todo parece indicar que la recuperación será lenta porque el régimen seguirá apostando, en nombre de “la prosperidad común”, por medidas en las que los tecnócratas podrían ser arrinconados por los ideólogos, pues el poder siempre suele valorar más la lealtad que la eficiencia.

En “el lado bueno de la historia”

En el discurso de Xi Jinping ante el Congreso, China ha sido presentada una vez más como un ejemplo para el mundo entero, pues sería el único país capaz de romper el monopolio occidental de la modernización y sus condicionamientos ideológicos basados en la democracia liberal. En cambio, China encarnaría un modelo independiente de desarrollo basado en la coexistencia pacífica, la amistad y la cooperación, que no busca imponer modelos a nadie. Todo un contraste con un Occidente que sigue apostando, de diversas formas, por lo que hizo en la historia reciente: la guerra y la colonización.

Por tanto, en palabras de Xi, China se sitúa en “el lado bueno de la historia”. Es un mensaje en el que no se ocultan las ambiciones de ser una potencia global, y a esto se añade una vez más el toque de determinismo marxista y maoísta: “Las ruedas de la historia avanzan hacia la reunificación de China y hacia el rejuvenecimiento de la nación”. La referencia a Taiwán es evidente, y si bien Xi aboga por una reunificación pacífica, se niega a prometer que no renunciará al uso de la fuerza. No deja de ser el mismo planteamiento aplicado a las excolonias de Hong Kong y Macao. Por un lado, no se niega la vigencia del principio “un país, dos sistemas”, que facilitó la devolución a China de la soberanía territorial, pero en lo político no cabe cesión alguna. Todos esos territorios deben estar gobernados por ”patriotas”, es decir personas leales al Partido, con lo cual queda legitimada la intromisión de Pekín en su administración política.

Una de las conclusiones que se pueden derivar del Congreso del PCCh es que la seguridad, y por ella se entiende también la digital, la alimentaria o la energética, puede ser más importante que la economía. Así se explican las drásticas medidas de la política de covid cero o los casi cinco millones de funcionarios purgados en los últimos años. El “sueño chino” sigue adelante, y ello implica el fomento de un excepcionalismo, que no es tan diferente del estadounidense.

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