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Seguridad alimentaria: bombas sobre la cesta de pan

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Seguridad alimentaria: bombas sobre la cesta de pan

La guerra desatada por la invasión rusa a Ucrania tiene una dimensión diferente respecto a otros conflictos: si en algún lejano rincón del planeta dos o tres países se disputan un trozo de frontera selvática, los disparos no interrumpen el comercio internacional y “la vida sigue”. Las bombas rusas, sin embargo, están cayendo hoy mismo sobre una enorme cesta de pan. Y el mundo mira: es su pan…

Rusia y Ucrania producen, de conjunto, el 28% del trigo que se exporta a nivel mundial, un porcentaje que, en buena medida, está paralizado en los almacenes locales. El trigo ruso, por las sanciones internacionales: según The Economist, a estas alturas del año ya Moscú ha exportado dos tercios de la producción destinada a ello. El tercio restante, sin embargo, está forzosamente quieto en casa, lo que contribuye al déficit del cereal en los mercados internacionales.

Aun peor, sin embargo, lo tienen los exportadores ucranianos: en el país invadido están repletos los silos (de trigo, pero también de maíz y cebada), y como no hay modo de que sus buques mercantes sorteen la presencia militar rusa en el Mar Negro, todo ese grano corre el riesgo de desperdiciarse, pues podría tirarse para hacerle espacio en los almacenes al de la ya próxima cosecha (en julio). Que tampoco, por supuesto, será en volúmenes como los que podrían esperarse en paz: se estima que la producción ucraniana de trigo caerá este año un 35%.

Pero la incertidumbre provocada por la invasión a una zona tan neurálgica trasciende la geografía ucraniana y trae otras malas nuevas, como que varios países, exportadores tradicionales de alimentos, han tomado nota y están restringiendo las ventas al exterior, tanto de determinados productos alimentarios como de insumos agrícolas.

Es así que Turquía ha suspendido la exportación de carne, aceite vegetal y maíz; Indonesia ha cerrado el grifo del aceite de palma, ese tan presente en las chuches –el aceite de girasol de Ucrania, gran productora, ni está ni se le espera–, y la India, segundo productor mundial de trigo, ha detenido su exportación, dado que la intensa ola de calor que ha sufrido el país ha dañado los cultivos de cara a las próximas cosechas.

La incertidumbre provocada por la guerra ha llevado a varios países a suspender la exportación de alimentos e insumos agrarios esenciales

Lo que no entregue Nueva Delhi tendrían que entregarlo otros, pero para tener buenos rendimientos hacen falta fertilizantes, y un componente esencial de estos: la potasa, viene precisamente de la sancionada Rusia. Llueve sobre mojado entonces, porque ya desde 2021 China había ordenado a sus empresas dejar de exportar este tipo de productos, sin los que el rendimiento agrícola decae (a la fórmula NPK: nitrógeno+fósforo+potasio se le debe el aumento exponencial de la producción agrícola desde mediados del siglo XX).

Conjugados estos factores, la situación mundial de la alimentación amenaza con ser un tornado fuerza 5 dentro de un huracán estilo Katrina, y son las casas más endebles las que más se lo sentirán. Al menos 36 países que obtenían la mitad de sus suministros de trigo de las exportaciones ucranianas y rusas no tienen muchas más puertas a las que tocar. Varios de ellos son Estados ya muy agobiados por guerras civiles, como Siria, Yemen, Somalia y la República Democrática del Congo, por lo que están en grave riesgo de hambruna.

Trigo a ritmo de tango

Una tenue esperanza parece llegar de la orilla occidental del Atlántico. Quizás, como sostiene un equipo de investigadoras de la Universidad de Illinois y de un instituto agrícola argentino, la guerra en Ucrania impulse a Argentina y Brasil a expandir aun más decididamente su producción de trigo.

El primer país ya provee el 7% del mencionado cereal que se comercializa a nivel mundial, y va a más, en línea con su comprobada tendencia a cultivar cada vez mayores superficies. En las últimas tres campañas se sembró un 10% más que en las tres precedentes.

“Es posible –dicen las autoras– que la siembra de 2022 sea más amplia que la mayor de los últimos 10 años (6,95 millones de hectáreas, en 2019)”. En la temporada 2021-2022, con 6,6 millones de hectáreas, se exportaron más de 13 millones de toneladas.

En Brasil, entretanto, se esperaba que en mayo aumentara un 30% el área cultivada de trigo, hasta alcanzar casi cuatro millones de hectáreas (un rendimiento bueno sería de 3 toneladas por hectárea). El país, que no se abastece completamente del cereal con su producción nacional –buena parte del argentino va a parar allí–, ha exportado en los dos meses previos a la guerra más trigo que en todo 2021. Sus ventas en esos meses a los países árabes supusieron un 438% más que el mismo período del pasado año.

El desempeño en ascenso de estos grandes productores de granos es una buena noticia para los países de un continente que es el primero en venir a la mente cuando se menciona la posibilidad de una hambruna: África. Aunque hay diferencias: por el trigo de Brasil habrá que esperar todavía un poco para ver grandes volúmenes. El gigante sudamericano, mayor exportador mundial de soja, carne de vacuno, azúcar, café y naranjas, está despegando aun en el cultivo del mencionado cereal, cuyos altos precios han empezado a seducir a los productores locales, que esperan llegar a los 11 millones de toneladas este año (40% más que en 2021).

En Argentina, en cambio, los africanos tienen ya una apuesta segura. La agencia Argus, especializada en periodismo económico, señala que, solo en mayo, Buenos Aires habrá enviado casi 250.000 toneladas a Costa de Marfil, Angola, Burundi, Camerún, Guinea, Kenia, Senegal y otros. Seis países del área subsahariana habrían de recibir, este mes, un 333% más de trigo argentino que el que recibieron en el mismo período de 2021.

Crisis alimentaria de 2008: similitudes y una gran diferencia

Los apuros y preocupaciones en torno a alimentos tan básicos como el trigo y otros tienen puntos de contacto con la crisis alimentaria de 2007-2008. En aquel momento, unos precios del combustible al alza –como hoy, con Rusia usándolos como arma de presión– propulsaron los precios de los cereales, que se dispararon además, como en el caso del maíz, por el interés creciente que despertaba su empleo en la producción de biocombustibles.

Asimismo, grandes exportadores de granos, principalmente de arroz, como India y Vietnam, decidieron en aquel momento dejar en casa la producción, lo que causó que, respecto al disponible en el mercado mundial, se efectuaran compras de pánico, la cotización del producto subiera y algunos se quedaran con la mano extendida.

El empleo de tierras que hoy están en barbecho en Europa podría contribuir a aliviar las tensiones alimentarias

A diferencia de entonces, sin embargo –y esto es lo grave–, no había un conflicto entre una superpotencia nuclear y un país mucho más pequeño en una zona tan importante para la producción de cereales –tanto de consumo humano como para pienso animal– y para el tráfico comercial.  Hasta febrero pasado, la mala meteorología y algún que otro exabrupto social dictaban hacia donde iba la aguja de los precios, pero la guerra del Kremlin ha inutilizado los puertos comerciales ucranianos en el Mar Negro, provocado un éxodo de trabajadores y desestabilizado el contexto rural por tiempo indeterminado.

Ahora, nadie sabe si se podrá cosechar en verano, ni plantar posteriormente, ni si quedará alguien que coseche o plante en un campo por el que se mueven las cadenas de los blindados, caen bombas y se siembran minas. Además, al anularse todo contacto comercial con el agresor, los fertilizantes, de los que Rusia y su aliado Bielorrusia son grandes productores, han salido de circulación, lo cual se puede hacer sentir con fuerza… en Argentina y Brasil, destinos tradicionales del producto.

Algunas posibles medidas de alivio

En este contexto, para evitar una crisis alimentaria de grandes proporciones, algunos expertos piden tomar distancia de ciertas medidas implementadas en 2008, como la paralización de las exportaciones, algo que no solo perjudica a los países de destino, sino que empuja a la ruina a no pocos productores que pierden presencia en los mercados y se quedan sin acceso a las divisas internacionales, lo que les dificulta reponer insumos necesarios para su actividad.

En abril, en un podcast sobre la inseguridad alimentaria derivada del conflicto, dos expertos de la consultora McKinsey, Daniel Aminetzah y Nicolas Denis, pedían no repetir errores como el mencionado y ser creativos en el empleo de algunas “palancas”. Una de ellas sería el cereal que se emplea en la producción de biocombustibles, que de momento podría redirigirse a la red de consumo. “El 18% del maíz a nivel mundial se destina a combustible o a productos bioquímicos –recuerda Denis–, por lo que podríamos replantearnos ese equilibrio, al menos durante un breve período”.

Otras de las medidas posibles pasarían por utilizar las tierras potencialmente cultivables, que hoy están en reposo “especialmente en Europa” por motivos de preservación ecológica. “Hemos reservado –dice– el 10%, el 15% de las tierras en barbecho para fines de biodiversidad. Podríamos acceder temporalmente a esto”.

También proponen, mientras escaseen los fertilizantes, hacer un uso más racional de ellos, y si la crisis se extiende, echar mano de las reservas estratégicas de alimentos. Según cálculos del Departamento de Agricultura, solo China tendría almacenado en este momento el 69% del maíz de todo el mundo, el 51% del trigo y el 60% del arroz. Pero en Pekín, de momento, de lo único que ha hablado el presidente Xi Jinping es de “incrementar reservas”, nada de emplearlas en aliviar la ausencia del trigo ucraniano y ruso.

De alguna manera, volvemos todos a 2008, expectantes, como entonces, de las decisiones de dos o tres señores: uno en Pekín, otro en Moscú, otro en Nueva Delhi…

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