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La violencia en Kenia tras las elecciones

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Nairobi. Kibera, el más grande de los barrios bajos de Nairobi, hogar de casi un millón de personas, sirvió de fondo ambiental para El jardinero fiel, la película que trata de la experimentación fraudulenta de productos farmacéuticos en países en vías de desarrollo. El mismo Kibera vuelve a aparecer en las pantallas. Esta vez la acción es real y mortífera. Quizás algunos de los extras de la película empuñan ahora machetes en esta explosión de violencia, secuela de lo que se considera como una elección presidencial robada.

¿Es Kenia otra Ruanda en ciernes? ¿Tiene la violencia orígenes puramente étnicos?

Las circunstancias de Ruanda eran distintas. Existían allí dos grupos étnicos principales, y la minoría, que había sido favorecida por los poderes coloniales, dominaba a la mayoría. Durante mucho tiempo se habían ido acumulando los motivos de queja; la venganza había sido planificada y la radio se había encargado de difundir el odio étnico. Las infraestructuras -carreteras, comunicaciones- eran escasas y Ruanda carecía de valor estratégico, ya fuera geopolítico o económico. La mayoría de las personas cultas de Occidente jamás habían oído hablar de ella, y al mundo occidental, lisa y llanamente, no le interesaba.

El caso de Kenia es diferente. El país ha disfrutado de una paz relativa desde 1963. Cuenta con una población bien educada y políticamente madura, y es un centro de negocios y comunicaciones. Demasiada gente tiene demasiado que perder si Kenia es víctima de una implosión. El presidente Mwai Kibaki, de 76 años, ha ocupado el poder durante los últimos cinco años. Él y la mayoría de sus más próximos asesores son kikuyus, el mayor grupo étnico de Kenia. Son personas emprendedoras y laboriosas que dan gran importancia a la tierra. Ellos combatieron por la tierra contra los británicos en la rebelión del Mau Mau que condujo a la independencia.

La tierra es una cuestión de gran importancia en Kenia, como en la mayor parte de África. La posesión de la tierra provoca una codicia desmedida, que se traduce en la expulsión de los pobres y crea muchos ocupantes ilegales; ha dado lugar a disputas a medida que la población de África crece en regiones cuya meteorología es impredecible, e innumerables conflictos sobre la tierra permanecen sin resolver.

Los luos, marginados del poder

El otro candidato a la presidencia, Raila Odinga, de 62 años, es un luo, hijo de Jaramogi Odinga, el primer vicepresidente de Kenia, a quien el presidente Jomo Kenyatta, kikuyu, destituyó pronto. Los luos son un pueblo franco y sin miedo, con un fuerte sentido de la justicia, que dominan el ámbito académico de Kenia. Su región está cerca del lago Victoria y es menos fértil; también sienten menos inclinación hacia las actividades agropecuarias y muchos han emigrado a las ciudades en busca de trabajo. Los luos son nilóticos y poseen una fuerte cultura de solidaridad; los kikuyus son más individualistas.

Los luos nunca han catado el poder en Kenia. Políticamente, siempre se han sentido marginados. Su parte del país está mucho menos desarrollada. En 1969, Kenyatta viajó a Kisumu, la capital de los luos, para inaugurar un hospital financiado por la Unión Soviética y también para reprender a Jaramogi Odinga, que había formado un partido opositor. Acto seguido, estalló la tensión; la policía disparó a la multitud y mató a varios transeúntes. A lo largo de los años, dos destacados ministros luos, Tom Mboya y Robert Ouko, fueron asesinados, sin que sus muertes fueran jamás debidamente esclarecidas. Los agravios se han ido acumulando y la insatisfacción, creciendo.

Se esperaba que Raila ganase esta elección presidencial, según las encuestas previas a la votación. Los jóvenes luos desempleados vieron que Raila rozaba la victoria y sus esperanzas aumentaron. Pero el fraude electoral cambió su estado de ánimo llenándoles de desesperación y furia. Sin nada que perder, dieron rienda suelta a su fiasco precipitándose a la violencia, liberando sentimientos reprimidos, uno de los cuales era el cinismo provocado por la certeza de no poder confiar en nadie que ocupe el gobierno ni en sistema político alguno.

La escritora y periodista Michela Wrong (In the Footsteps of Mr Kurtz) opina que el verdadero motivo no es de orden étnico, sino la brecha que separa a los ricos de los pobres haciendo que éstos se sientan desamparados (Al-Jazeera News, 2-01-2008). Un misionero comboniano, Daniele Moschetti, que ha estado trabajando durante los últimos quince años en Korogocho, uno de los barrios extremos más difíciles de Nairobi, declaró a Reuters(31-12-2007): “Ésta es una guerra de los pobres… La identidad étnica que se ha politizado durante la campaña electoral se está convirtiendo en odio ahora que los kenianos tienen la sensación de que la democracia les ha fallado”. El propio Moschetti ha sido atacado varias veces por los mismos jovencísimos matones que corren en busca de su ayuda cuando uno de ellos está muriendo.

Los barrios bajos, olvidados

Kenia ya ha superado a Brasil como el país con la mayor diferencia entre los muy ricos y los muy pobres. Los sucesivos gobiernos han ignorado a esta gente. Quienes habitan en los barrios bajos -y “barrios bajos” significa chozas con “paredes” de polietileno, albañales a la intemperie, carencia de agua corriente, mugrientos callejones, constante quema de basuras, inseguridad- constituyen, quizás, el 55% de la población de Nairobi. La mayoría sobrevive con una sola comida al día. Gracias a la educación primaria gratuita, muchos de los niños van ahora a la escuela; otros muchos todavía no van sino que trabajan para sus madres, ya que a la cabeza de la mayoría de los hogares de los barrios bajos se encuentra una mujer sola.

Estas personas han sido abandonadas; sólo han oído la retórica política durante el periodo previo a las elecciones. Éste es su mensaje: nos habéis ignorado durante cinco años; ahora os vais a enterar.

El resto de África también sigue de cerca los acontecimientos de Kenia. Si el presidente Kibaki se sale con la suya, ¿qué ejemplo dará a otros dirigentes que podrían estar pensando en hacer exactamente lo mismo? Y ¿qué esperanza de gobierno democrático queda para los pueblos de África que han puesto su mirada en Kenia, viéndola como un modelo?

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