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La inacabable transición hacia la democracia en Nigeria

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Una vez que la democracia va asentándose en Europa Oriental y América del Sur, la atención se desplaza hacia el continente africano, donde algunos líderes intentan cambios políticos profundos. Dicen que quieren, pero descubren que regirse por la Constitución no es tan sencillo. Tal es el caso de Nigeria, país líder del Africa occidental, donde todos parecen querer la democracia, y algunos militares los primeros. El problema para el presidente Babangida es que no encuentra a quién pasarle la pelota. Su frenética búsqueda de una salida de emergencia revela las raíces de la crisis de liderazgo en Africa.

Lagos. El presidente Ibrahim Babangida anunció el 17 de noviembre que la primera fase de las elecciones presidenciales -unas primarias para designar a los candidatos de los dos partidos- había quedado anulada por fraude. Especificó que los 23 candidatos presentados por el Partido Socialdemócrata y la Convención Nacional Republicana han sido descalificados por haber violado las reglas sobre las elecciones. Babangida comentó que todos los candidatos presidenciales fueron incapaces de elaborar una política de consenso y que sólo pretendían promocionarse a sí mismos. En un país donde la democracia es sólo una aspiración, muchos no están de acuerdo con el gobierno militar que Babangida encabeza, pero pocos disienten de esta afirmación.

Se busca presidente

La tarea de Babangida no ha sido fácil. Durante los siete años que lleva en el poder ha sobrevivido a dos golpes de Estado, ha superado serios disturbios religiosos en 1987, 1991 y 1992, y hubo de echar marcha atrás ante las airadas protestas de los cristianos cuando silenciosamente introdujo a Nigeria en la Organización de la Conferencia Islámica. Además soportó revueltas populares a causa del draconiano programa de ajuste económico, una intervención militar en Liberia que se arrastra penosamente desde hace dos años, acusaciones de corrupción, y finalmente un proceso de tránsito a la democracia que debía haber finalizado en 1990, se pospuso para 1992 y luego para 1993. Ahora el general parece estar realmente cansado de enfrentarse al querer y no poder de la política nigeriana.

En sus 32 años de independencia, Nigeria ha tenido seis gobiernos de facto y gobiernos constitucionales por un total de 10 años. El récord no es de lo mejor, y quizás los nigerianos tienen derecho a quejarse de los militares. Pero una mirada a los vecinos revela que las cosas no van tan mal por acá. Máxime si se tiene en cuenta que los condicionamientos sociopolíticos son semejantes en toda Africa.

Inmadurez política

¿Pero por qué Nigeria encuentra tan complicado el tránsito a la democracia? Desde la independencia, el país no ha soportado tiranías degradantes, sequías desastrosas, epidemias o hambres que hayan diezmado la población. La guerra de Biafra duró tres años y tuvo un final inusitadamente benigno: los vencidos no fueron masacrados y ni siquiera debieron soportar el ostracismo por largo tiempo.

En muchos aspectos esenciales Nigeria está mejor preparada que otras naciones. Con sus 88 millones de habitantes, el país muestra una llamativa vitalidad, sobre todo en el sur. Para el 30% que constituye la población alfabetizada, el autoritarismo es inimaginable. Los nigerianos odian la imposición. Todo se discute, y las teorías personales proliferan tanto como los fundadores de sectas. Un diplomático comentaba con buen humor: «En Nigeria no hace falta el espionaje. Es suficiente solicitar una entrevista con el ministro del Interior para averiguar todo lo que quieras».

El problema político tiene sus raíces en el pasado, más que en el presente. El historiador inglés Jeremy White, catedrático de la Universidad de Lagos, escribió acerca de la preparación de Nigeria para la independencia: «Los británicos nunca afrontaron realmente el problema de la unificación del país que habían creado en 1914. Siempre hubo una tendencia a posponer esta tarea, creyendo que esto se resolvería de alguna manera con el tiempo, que se pensaba sería largo, por un proceso de evolución natural. Además, en la mayor parte de este periodo se consideró más importante el desarrollo de la administración nativa que el desarrollo del gobierno central» (1).

Después del periodo de unidad en la lucha por la independencia a mediados de siglo, rápidamente se olvidó el abstracto concepto de nación y se volvió a las conocidas nociones de familia, clan y grupo étnico. Dos golpes de Estado y una guerra civil, a seis años de la independencia, son clara prueba de ello. La clase dirigente aspiraba a que el país se convirtiera en una democracia occidental, pero sólo conocía las viejas formas de gobierno tradicionales. Los que mejor se movían en este terreno eran los hausas del norte, educados en el feudalista molde islámico. Y los del norte han colocado tres presidentes militares y controlan todavía hoy los resortes vitales del aparato público.

Por desgracia es aún válido lo que escribía en 1930 el Emir de Kano al Gobernador de las provincias del Norte de Nigeria: «Los hausas no miran adelante, no piensan en el futuro, en lo que beneficiará a sus hijos y nietos (…). Digamos que la mejor política para nosotros es que un hombre aprenda lo que Dios quiere que aprenda, y que estudie en las escuelas inglesas lo que no puede aprender en otro sitio: la escritura, los métodos de calcular y otras cosas similares…». El nivel de educación en el norte es todavía sensiblemente inferior al del sur, y esto provoca roces en la política educativa. Por otra parte, la falta de una cultura democrática hace que los políticos piensen que estar en la oposición equivale a ser un don nadie, y esto ha fomentado la práctica generalizada del fraude como recurso electoral.

La opinión del general

Como sucede en países que experimentan crisis políticas, la causa y el efecto son convertibles: los golpes militares son frecuentemente consecuencia de la incapacidad civil, y a su vez generan retraso en la maduración política de la nación.

A este tema se refirió hace poco el Teniente General Theophilus Danjuma, 55 años, ex Jefe del Estado Mayor del Ejército, en una entrevista concedida al semanario nigeriano Newswatch: «La clase política luchó contra los británicos con la prensa y otros medios y nos obtuvo la independencia. Uno pensaría que, dado el tiempo transcurrido, los políticos deberían ser más maduros. Muy probablemente esta maduración ha sido retrasada por las varias intervenciones militares. El resultado es que la clase política no tiene cohesión, carece de sentido de la dirección. Son los peores enemigos de sí mismos (…). Un buen número de políticos preferirían que los militares continuaran antes que perder el poder a manos de sus rivales».

Es ciertamente problemático que Nigeria sea capaz de producir de la noche a la mañana un gobierno constitucional sólido, que maneje con ecuanimidad las delicadas cuestiones étnicas, religiosas y económicas.

Volver a empezar

En 1990 Babangida abrió el periodo de transición hacia la democracia. Creó dos únicos partidos para superar el tribalismo reflejo del triángulo étnico: norte (hausa-fulanis), oeste (yorubas), este (ibos). La ideología de ambos partidos es casi idéntica, «uno un poco a la izquierda, el otro un poco a la derecha». Pero a los nigerianos no les mueven las ideologías sino las personas que pueden defender sus intereses locales.

Las elecciones para gobernadores en 1991 fueron un éxito. Parecía que el sistema funcionaría esta vez. Los problemas se desencadenaron en 1992, con las elecciones primarias presidenciales. El primer intento fue suspendido por fraude en varios Estados. Al segundo intento, el General Shehu Yar’Adua ganó por demasiados votos en el Partido Socialdemócrata y nadie le creyó. Diez de los candidatos denunciaron el fraude, y el partido sufrió una profunda crisis interna, donde quedó claro que las personalidades y sus intereses son la cuestión central. Por su parte, la Convención Nacional Republicana soportó una crisis semejante en la elección de Adamu Ciroma.

Ahora Babangida ha hecho borrón y cuenta nueva. Cambió la cúpula de ambos partidos y, según una opción prevista por la Comisión Electoral Nacional, estableció nuevas reglas para la elección de candidatos presidenciales de. Se trata en sustancia de elecciones por Estado, de modo que cada uno tenga, al menos en teoría, idénticas posibilidades de colocar su candidato en las elecciones generales. Además, el presidente ha dado a conocer que ambos partidos deberán rehacer totalmente sus listas de afiliados y otorgar nuevos carnets.

La nueva fecha para las elecciones es el 12 de junio de 1993, y el relevo presidencial tendrá lugar el 27 de agosto, día en que el régimen de Babangida cumplirá ocho años.

¿Hay que desarmar el modelo?

Ciertamente es muy breve el plazo establecido para sentar las bases de la futura democracia nigeriana, máxime si se tienen en cuenta las negativas experiencias recientes. El presidente Babangida parece demasiado optimista, o ya cansado de las vueltas y revueltas en su proceso de transición.

En su discurso el presidente mencionó otros puntos que revisten obvia importancia: Babangida no tiene intenciones de continuar en el poder más de lo imprescindible; quiere dejar sentadas las bases para una democracia sólida y estable, donde «la intervención militar no sea requerida nunca más»; el ejército no permitirá que Nigeria se transforme en un Estado confesional: no deberá haber más de dos partidos, para evitar el tribalismo.

Todas buenas intenciones, aunque la experiencia en Nigeria indica que el gobierno posterior puede cambiar las reglas que estableció «para siempre» el anterior. Concretamente, en el sur siempre pesa la duda sobre la islamización de Nigeria, dadas las presiones del norte musulmán. Además, los intereses étnicos son tan fuertes que es fácil prever la proliferación de pequeños partidos regionales apenas se den las condiciones políticas. Cabe preguntarse si es posible la tribu sin el tribalismo (¿está en la naturaleza de la tribu la hostilidad a la otra tribu?). Mutatis mutandis la experiencia en Yugoslavia no es alentadora.

Por otra parte, sin educación no puede haber auténtica participación democrática, y Nigeria tiene un bajo índice de alfabetización. Por estas razones, es prudente abrir un signo de interrogación a los cambios en Nigeria, a pesar de las expresiones de Babangida, sinceras o no.

Pronto se verá si es capaz de preparar en seis meses las bases para un gobierno constitucional serio. Si no lo consigue podría convertirse en un nuevo dictador africano, aún a riesgo de ir a contracorriente de la historia. Y se daría la ironía de que el sector militar sería el único con recursos suficientes para mantener la unidad del país y el equilibrio de los sectores que intervienen en la disputa política.


Democracia y desarrollo en Asia

La democratización en Asia avanza de la mano del desarrollo tal como lo revela la evolución de los «dragones» asiáticos, sintetizada en un artículo de Patrice De Beer en Le Monde (22-XII-92).

Los «dragones» asiáticos, que destacaban como ejemplo de un dinamismo económico realizado a expensas de las libertades fundamentales, están demostrando que, a partir de ahora, progreso y democratización pueden ir de la mano (…).

En Corea del Sur, por primera vez en su historia, un presidente elegido democráticamente ha llegado al término de su mandato y los coreanos han podido escoger con libertad, el 18 de diciembre, a su sucesor. Si bien, en vez de Kim Dae Jung, un luchador por los derechos del hombre, han preferido a Kim Young Sam, más moderado (…). El civil que accede a la presidencia sabe que ya no deberá su poder a un ejército que en otros tiempos era omnipotente. (…) A partir de ahora será difícil que eventuales golpistas intenten cambiar el veredicto de las urnas. Y sobre todo arrebatar las riendas a una nueva clase media que, después de haberse matado a trabajar durante decenios para desarrollar el país, no está dispuesta a que el poder sea confiscado por militares.

(…) En Taiwán, desde que Chiang Ching Kuo emprendió, a mediados de los años 80, el proceso de democratización, la evolución ha sido al menos rápida. El actual presidente, Lee Teng-hui, es miembro del Kuomintang, replegado en la isla desde 1949, pero también es el primer taiwanés de nacimiento que accede a la presidencia. Su partido ha ganado las elecciones del 19 de diciembre por la mínima diferencia. Mientras que el principal partido de la oposición, el Partido Democrático Progresista (DPP), ha podido defender en su programa la independencia de la isla (frente a China), «crimen» que hasta hace un año estaba castigado con la cárcel (…).

En Taiwán, así como en Corea del Sur y en Tailandia, el ejército -que justificaba su dominio en nombre del anticomunismo- regresa lentamente y sin entusiasmo a sus cuarteles. Algunos oficiales llevan mal este apartamiento y la pérdida de ventajas materiales que implica. Pero la situación ha evolucionado tanto en Asia en los últimos años que una marcha atrás parece cada vez más improbable.

En Singapur, la ciudad-Estado que durante mucho tiempo ha funcionado con un partido único de hecho, el primer ministro, Goh Chock Tong, acaba de someterse el 19 de diciembre a unas elecciones. Corría pocos riesgos frente a una oposición fragmentada y debilitada por treinta años de marginación, y ha triunfado fácilmente con el 73% de los votos. (…) Los tiempos no están maduros para que su partido acepte la idea de que un día puede perder el poder, aunque sea democráticamente. Pero, al menos, la oposición ya no es víctima como antes de una caza de brujas.

Queda Hong Kong. Allí la situación es bastante diferente, pues la potencia colonial británica y China -a quien se devolverá el territorio en 1997- se habían puesto de acuerdo hasta ahora para privar a la población de la democracia electiva. Las cosas han comenzado a cambiar desde este otoño, cuando el nuevo gobernador británico, Chris Patten, ha decidido que los habitantes de Hong Kong gocen de las libertades previstas explícita e implícitamente en la Declaración común de 1984 (…).

Frente a esta evolución espectacular de los «dragones» asiáticos, las elecciones organizadas el día 20 en Laos, país que sigue aún bajo control del partido comunista, tienen un aspecto anacrónico o patético. Pero no hay que olvidar que Asia, símbolo de una vía original hacia el desarrollo y las libertades, es también el bastión de los últimos regímenes estalinistas, de China a Corea del Norte y Vietnam, y que algunos países, como Birmania o, en menor medida, Indonesia, son a su manera regímenes militares de otra época.

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