Kenia, un año después de la violencia

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En enero de 2008 Kenia se sumió en la violencia tras unas elecciones presidenciales consideradas fraudulentas. El acuerdo alcanzado después para el reparto del poder ha logrado evitar los choques, aunque los problemas siguen ahí.

Hace un año, mientras Kofi Annan mediaba entre el bando del presidente Kibaki y el del jefe de la oposición Raila Odinga y cuando aún no había amainado el caos, muchos kenianos bien informados preveían un inevitable conflicto y la fragmentación del país en dos grandes bloques. Esto no ha llegado a suceder. El país está en paz, pero en muchas partes las tensiones subyacen a no mucha distancia de la superficie.

El acuerdo fraguado por Annan, teniendo en cuenta las principales causas de la violencia postelectoral, establecía algunas condiciones que debían afrontarse de inmediato y otras antes de las próximas elecciones generales, para evitar un rebrote de la violencia: crear un clima propicio para el regreso a casa de los 300.000 desplazados; hacer un proyecto de nueva constitución; resolver el problema de la tierra.

Costó llegar a un acuerdo sobre el reparto entre el presidente y la oposición, pero ha funcionado mejor de lo que esperaba la mayoría de sus críticos. De hecho, muchos piensan que ha ido incluso demasiado bien, pues la antigua oposición, que ha respetado las reglas a pies juntillas, se ha convertido ahora en parte de la facción gobernante; y el keniano común, maltrecho por la lucha diaria por la supervivencia, siente ahora que no tiene a nadie que le respalde y que se haga eco de sus inquietudes en el Parlamento.

La acción directa

La violencia de hace un año ha tenido consecuencias. Algunas fueron inmediatas, otras se dejarán ver con el tiempo.

En julio del año pasado hubo disturbios en más de 300 institutos de secundaria de todo el país. Las principales razones invocadas eran la mala administración y la escasez de la alimentación.

La mala administración estuvo relacionada en parte con la filtración de los exámenes nacionales de fin de la secundaria. Muchos habían hecho trampas, y los exámenes se vendían en la calle y a través de los teléfonos móviles. Incapaces de afrontar el problema, las autoridades educativas de algunas partes del país utilizaron como nota definitiva los resultados obtenidos en el examen de prueba, que es una suerte de “ensayo general” del examen final, y siempre más difícil que éste. Temiendo que esto pudiera repetirse, miles de estudiantes salieron a protestar.

La gente sensata más reflexiva detectó en esta rebeldía un reflejo de lo que los estudiantes habían visto hacer a los mayores, incluidos a policías, durante los dos meses de violencia: resolver los problemas por la acción directa, sin recurrir a las instituciones oficiales. Prender fuego a una casa de labranza, incendiar los cultivos o una iglesia donde la gente había buscado refugio, o disparar contra los transeúntes.

Escasez de alimentos

La agricultura de Kenia depende mucho de las dos estaciones lluviosas anuales. El año pasado, además de la quema de cultivos y de la tierra que quedó sin trabajar durante la violencia, en ambas estaciones húmedas hubo pocas lluvias. El resultado ha sido un seria escasez alimentaria. Diez millones de personas, un tercio de la población, se enfrentan al hambre. La gente se pregunta qué ha sido de las reservas de alimentos. Aparte de esto, a la gente le cuesta aprender de la experiencia pasada que pueden prevenir las hambrunas conservando el agua de lluvia o usando agua de río para irrigar. Y así el país, que solía ser un exportador de alimentos en la región, tiene ahora que importarlos.

Hace pocas semanas el presidente firmó una ley sobre los medios de comunicación que, naturalmente, ha creado controversia en los medios, ya que parece recortar la libertad de expresión, y suscita el temor de que luego resulten sacrificadas otras libertades que se ganaron con dificultad a lo largo de las últimas décadas.

Sin embargo, hay también buenas noticias. Los turistas, que habían huido asustados hace un año, están volviendo en gran número; vuelos diarios llegan a la ciudad costera de Mombasa, lo que beneficia a la economía local, muy dependiente de los visitantes extranjeros.

Líderes desconectados de la gente

Otra buena noticia es que la comunidad internacional se ha mantenido vigilante sobre la situación de Kenia desde la tragedia del año pasado, y está presionando para que se cumplan los términos del acuerdo de Annan. Tras dos informes sobre la violencia y llamadas a enjuiciar a los implicados, toca ahora al Parlamento decidir si los sospechosos tendrán un juicio en el país y se les castigará debidamente, en caso de ser hallados culpables, o si se remitirán a la Corte Penal Internacional.

En la región, Kenia es considerado el país más “político”, donde es siempre la política el principal tema de conversación. Esto es comprensible habida cuenta de todo lo que está en juego, en primer lugar tantas cosas que representan un peligro con problemas como la escasez de tierra cultivable, un errático comportamiento del clima, una población joven y dinámica con altas expectativas e impaciente por obtener resultados rápidos, una tasa de natalidad razonablemente elevada, corrupción en las altas esferas que no se castiga, codicia e ineficiencia y unos recursos limitados. Y, en segundo término, a causa de una clase dirigente que, prácticamente durante los 45 años de independencia, ha estado desconectada de la gente a la que gobierna. Los kenianos son fuertes y no son tontos, han tomado más conciencia de sus derechos -y de lo que pueden perder- y lo reclaman más. Tal es la esperanza para el futuro.

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