África en la calle

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En muchas zonas de África la calle no es un mero lugar de paso. Por costumbre, por necesidad, por falta de empleo estable, actividades que en Europa se hacen en casa o en oficinas, allí se hacen en la calle. Muchos no tienen un lugar de trabajo al que ir por la mañana, pero salen igualmente a la calle a ganarse la vida. Esto da origen a variados oficios –desde los cambistas de moneda a los conductores de bici-taxis–, permite aprovisionarse de ropa de segunda mano en mercados al aire libre o revela el problema de los niños de la calle en Kinshasa, acusados de ser brujos.

Congo: Los niños de la calle, un fenómeno inquietante

Kinshasa. El fenómeno de los niños de la calle, que era marginal en otros tiempos, ha tomado una amplitud inquietante e incluso insoluble para el gobierno en el Congo. Se encuentran en todos los mercados, las grandes encrucijadas, las paradas de taxis y taxi-bus, en los alrededores de hoteles y supermercados… allí donde pueden pedir limosna o robar. Hoy provienen de casi todos los barrios de Kinshasa y de otras grandes ciudades del país.

No solo han abandonado las casas de sus padres, sino que hoy se reproducen entre ellos y son cada vez más jóvenes. Las explicaciones sobre el origen del fenómeno difieren. Por conversaciones con algunos de ellos y por debates sobre este asunto seguidos en la prensa, se pueden detectar varias causas.

En primer lugar, la quiebra del Estado. Con la caída de la producción y la crisis de las finanzas públicas, la protección social fue abandonada, mientras que el salario medio en la función pública es de 15 dólares al mes. ¿Cómo mantener una familia con una media de seis hijos? Al ver que sus padres son incapaces de proporcionarles los bienes de primera necesidad, los hijos salen a la calle a buscarlos: los chicos, con extorsiones y pidiendo limosna, y las chicas, prostituyéndose.

Cuando la economía del país marchaba bien, la mayoría de los cuadros congoleños mantenían amantes (altos funcionarios del Estado se «casaban» en cada nueva ciudad a la que eran transferidos). Con los pillajes de 1991, 1992 y 1993, en Kinshasa -como en la mayoría de las grandes ciudades- muchos de ellos se encontraron en paro. Al no poder subvenir ya a las necesidades de los hijos diseminados por la ciudad o por el país, los abandonaron a su suerte. Y estos niños acabaron en la calle para sobrevivir.

La estratagema de la brujería

El divorcio contribuye también a alimentar este fenómeno. Después de haberse divorciado, el padre se casa con otra mujer. Si esta no soporta a los hijos del anterior matrimonio, buscará una estratagema para que se vayan de casa. Y como en la cultura bantú toda situación difícil por enfermedad, quiebra del negocio, pérdida de un empleo, etc. se achaca a una causa externa debida a una fuerza maléfica, pronto se descubrirá que alguno de esos hijos es un «brujo». Así, si consigue echar de casa a uno de los hijos acusado de «brujo», los otros entrarán en razón o serán echados a su vez del hogar familiar.

Esta manera de actuar es amplificada por los vendedores de milagros y gurús de las sectas, que explican a los fieles que la pobreza, la enfermedad y otras dificultades de la vida son obra del demonio. Y ese demonio a menudo está en la propia casa.

En las sociedades tradicionales, la brujería estaba considerada como una fuerza en manos de los jefes y de las familias para la protección de sus miembros. Utilizada como fuerza maléfica, sólo podía tener efecto sobre los miembros de la familia. Lo extraño del fenómeno actual es que se considere sin fronteras: alguien de paso, un extraño a la familia, puede embrujar a cualquiera y en cualquier sitio. La familia de un difunto recurre a la invocación de la brujería para apropiarse de los bienes de su pariente y expulsar a la mujer y a los hijos, acusándoles de haber acabado con él.

En este contexto, el Congo se encuentra hoy con miles de niños de la calle que carecen de porvenir. Todas las medidas tomadas por el gobierno para atajar el fenómeno han sido ineficaces. Por ejemplo, una de las medidas era internar a estos chicos en N’sele (a más de 30 kilómetros de Kinshasa) para que cultivaran maíz y mandioca. Pero este lugar, que fue una casa de recreo de Mobutu, había sido saqueado. De algunos edificios solo quedaban los muros, y las zonas habitables estaban ocupadas por militares. No había ni profesores, ni organización de la cantina, ni unos monitores adecuados para la reinserción de estos niños en la sociedad. Los militares que debían asegurar su custodia les sometían a abusos sexuales. Como resultado, a las dos semanas, todos estaban de vuelta en Kinshasa.

La elaboración de verdaderos planes para la educación y reinserción de estos chicos en la sociedad requeriría la colaboración entre el gobierno y las ONG.

Los cambistas de las esquinas

Otros que se buscan la vida en la calle son los cambistas. Tanto el cambista de Occidente como su homólogo congoleño se dedican al cambio de moneda. Pero mientras el primero trabaja en un despacho, el segundo opera al aire libre.

Hacia mediados de los años 80, los bancos comerciales congoleños empezaron a quebrar uno tras otro. La causa del mal era una inflación galopante debida a que el Banco Central imprimía papel moneda sin control para financiar las actividades políticas. La inflación desvalorizaba los depósitos bancarios de los clientes, que renunciaban a poner sus haberes en el banco. Esto ocasionaba una falta de liquidez de los bancos, y abría el camino a que la gente conservara sus ahorros sin colocarlos.

Los pillajes de 1991, 1992 y 1993 destruyeron la economía haciendo imposible los depósitos bancarios por parte de las grandes empresas. Las pocas empresas que resistían todavía, como las cerveceras, las tabacaleras y los compradores de diamantes, tenían dificultades para aprovisionarse pagando en divisas. Para obtenerlas recurrían a los cambistas.

¿Quiénes son los cambistas? En su mayor parte son estudiantes de las Universidades que cerraron en 1991 a causa de las reivindicaciones políticas, y cuyas familias podían disponer de cierta suma de dinero.

Los cambistas se reparten por toda la ciudad en las esquinas de las grandes avenidas. Están sentados en taburetes o en sillas de plástico con fajos de billetes en sus manos. Hay sitios más conocidos donde se realizan las grandes operaciones. También son numerosos en Mbujimayi, centro de la actividad diamantífera.

Para convertirse en cambista, hace falta como media unos 50 dólares. Por cada 50 dólares cambiados, se gana 0,5 dólares de beneficio.

Algunos antiguos estudiantes no han vuelto a los estudios tras la reapertura de las Universidades en 1993 y se dedican al cambio de moneda como a su verdadero oficio. También las amantes de ex dignatarios del régimen de Mobutu han encontrado aquí un medio de ganarse la vida.

¿Cómo consiguen las divisas? De los directivos de empresas públicas y privadas; de los políticos que se benefician de las larguezas del poder o sustraen fondos públicos; de los comerciantes de diamantes; y en menor medida de las divisas que envían a sus familias los inmigrantes en Europa.

Además de los cambistas de las esquinas, hay oficinas de cambio en el centro de la ciudad, pero son pocas a causa de las dificultades burocráticas y a que son desvalijadas regularmente por hombres con uniformes militares.

Al principio, se podía pensar que el fenómeno de los cambistas era momentáneo, pero dura desde hace doce años y atrae a más gente. Toda una generación de jóvenes no ha aprendido otra cosa en la vida más que las operaciones de cambio.

«Toleka» o la bici-taxi

En lengua lingala toleka es el modo imperativo del verbo que significa «partir». En su uso actual en Kisangani (capital de la provincia oriental del nordeste de la R.D. del Congo, con una población estimada en 1995 en un millón de habitantes) designa a la bicicleta-taxi y es la palabra que el conductor dice al cliente para indicarle «suba, le llevo».

En diciembre de 1995, cuando me trasladé de Kisangani a Kinshasa a causa de los disturbios étnicos, en Kisangani solo circulaban unos pocos automóviles, que aseguraban casi exclusivamente el transporte de los comerciantes de diamantes hacia las minas que se encontraban en pueblos próximos a la ciudad. Los coches pertenecían a los altos funcionarios del Estado y a profesores de la Universidad de Kisangani que se habían beneficiado en 1990 de un regalo del presidente Mobutu, y que encontraban así un modo de sobrevivir.

Después, a causa de las dificultades de transporte en la ciudad, la bicicleta, que en otro tiempo se utilizaba para el transporte de bultos de las vendedoras, se ha reconvertido para el transporte de pasajeros. También antes se podía ver a una persona que llevaba a otra en su bici. Lo nuevo es que ahora se haya convertido en un servicio de pago, como un taxi.

Primero fueron las vendedoras las que inauguraron este medio de transporte. Después los hombres siguieron sus pasos. Finalmente, se consagró como un servicio reconocido cuando un profesor de la Universidad montó en toleka. ¿Por qué? Porque en aquella época era el funcionario mejor pagado por el Estado.

La bici-taxi es un producto de montaje artesanal, ya que la bici comprada en un almacén cuesta cara (100 dólares) y es menos resistente. Hay que reforzar la vieja bicicleta, agrandar el portaequipajes y poner un cojín para confort del cliente. Esta bici-taxi artesanal sale por 40-50 dólares. Según los que explotaban entonces este medio de transporte, podían ganar cada día al menos 2 dólares. Cuando el conductor no es el propietario, lo que sucede a menudo, recibe un sueldo pactado.

Pero la toleka agota físicamente al conductor, y se le atribuyen enfermedades como la hernia o la impotencia sexual.

También es posible que la guerra, que asola Kisangani desde 1996, haya acabado incluso con la toleka, de modo que sus habitantes se vean obligados a trasladarse solo a pie.

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> Ver segunda parte de este servicio: «Mitumba», ropa de segunda mano de marca.

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