Ciudad de Guatemala.— En Guatemala, las estadísticas oficiales sobre violencia sexual en menores son escalofriantes. Es un tema complejo y lleno de lagunas, pero quienes trabajan para solucionarlo están claros en que es necesario hablar de él, pues el silencio crea un círculo difícil de romper.
“Hay que entender que este delito se comete de forma silenciosa por los agresores y también es silencioso de parte de las víctimas, por las amenazas que les hacen generando en ellas un silencio y miedo profundo. Muchas veces el silencio es también de la familia para evitar problemas, porque el agresor ejerce algún tipo de poder en ellos, porque no saben qué hacer o porque es una constante en la familia y se vuelve un patrón de conducta”. Así lo explica Carlos Flores, Gerente General de El País de los Jóvenes, una organización que busca apoyar el desarrollo de la juventud y la familia. Flores es padre de dos hijas que fueron objeto de abusos sexuales.
La Secretaría contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas (SVET) recibe diariamente en sus oficinas en el centro de la ciudad de Guatemala un promedio de ocho a diez casos de niños y niñas –de 10 a 12 años– que han sufrido abusos sexuales. Estos son únicamente los casos que se denuncian, pues muchas veces las víctimas deciden ocultarlo.
Este tipo de abuso es más frecuente en entornos de pobreza y donde imperan factores psicosociales estresantes. “El abuso físico y sexual está muy relacionado con la baja educación de los padres, desempleo, pobres condiciones de vivienda (sobre todo hacinamiento), padres solteros. Suele ocurrir en familias disfuncionales donde se sufre violencia doméstica, alcoholismo, drogadicción, enfermedades mentales”, explica la Dra. Cecilia López Sandoval, experta en psicoterapia.
Todas esas condiciones son comunes en un país en donde la pobreza y la violencia son el pan de cada día. Para Guatemala, es imperante que se genere conciencia sobre esta situación pues las consecuencias son, además de las personales, una sociedad dañada emocionalmente donde cada víctima puede tener un efecto en expansión que genera deserción estudiantil, vicios, manejo de emociones inadecuadas como ira u odio, resentimientos e incluso más violencia.
El abuso sexual y las violaciones a menores de edad usualmente se relacionan con mujeres y niñas. Sin embargo, pueden sufrirlos también niños. Carlos Flores explica que en su programa de atención a menores víctimas de abuso sexual reciben un 55% de chicas y un 45% de chicos. “Muchas veces, para el hombre es más complejo hablar sobre este tema y lo que genera es más silencio, por miedo al qué dirán”, explica.
Niñas que son madres
Otra de las consecuencias más visibles del abuso sexual son los embarazos en niñas y adolescentes. Explica la Dra. Flor de María Ortega, médico internista y especialista en métodos de reconocimiento natural de la fertilidad, que el embarazo temprano y la violencia sexual son dos realidades distintas, aunque hay gran proporción de embarazos tempranos debidos a las distintas formas de violencia sexual y social. Sin embargo, explica que su abordaje debe ser distinto y a la vez complementario. “Se deben evaluar y diseñar propuestas adaptadas a las necesidades reales, que permitan cambios profundos y duraderos en el modo de pensar en relación con la valía de la mujer y la niña, así como la del niño/a por nacer, proveyendo soluciones culturalmente aceptables y pertinentes a cada comunidad”, asegura.
Según el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social de Guatemala, entre el 1 de enero y el 20 de mayo de 2020 se registraron 1.962 embarazos en niñas de 10 a 14 años de edad. Si ampliamos el rango de edades, se han registrado más de 47.000 embarazos de niñas y adolescentes menores de 19 años. Estas cifras, aunque en sí mismas alarmantes, no corresponden únicamente a casos de violencia sexual.
Gabriela Urcuyo de Tefel, presidente de la Junta Directiva de la asociación Sí a la Vida, trabaja con mujeres con embarazos inesperados que se encuentran en situaciones complicadas y en muchos casos desesperadas. “Les ayudamos con ideas para trabajar –explica–, y si están en una situación económica precaria, les ingresamos a un programa de despensa mensual hasta que puedan incorporarse a un trabajo luego de haber nacido su hijo. Si quieren dar en adopción al bebé las contactamos con el Consejo Nacional de Adopciones, si las echan de sus casas o tienen miedo a ser rechazadas, contamos con un hogar temporal de acogida. Lo que más necesita una mujer con un embarazo inesperado, sin importar la condición socioeconómica o la edad, es comprensión, cariño, ternura y acompañamiento”.
Durante la pandemia (de abril a septiembre) recibieron a 180 mujeres embarazadas de las cuales 3 eran menores de edad y 4 estaban embarazadas a consecuencia de una violación. Urcuyo explica que en los años que llevan trabajando, los casos de violación representan un porcentaje menor al del número que se publica en los medios. Sin embargo, explica que sí se ha observado un aumento del abuso sexual durante la pandemia y el aislamiento.
La prevención pasa por educar a los padres de familia para que hablen de estos temas con sus hijos
En Guatemala, la situación es especialmente complicada para una joven que ha quedado embarazada. Sin embargo, las dificultades son compartidas con casi cualquier mujer que se enfrenta a un embarazo inesperado, sin importar la edad. “En el contexto de nuestro país se tiene que seguir insistiendo en el tema de educación, acceso a la salud, oportunidades de trabajo y el desarrollo económico en general, situación a la que se puede enfrentar cualquier persona que decide tener un hijo”, explica Urcuyo de Tefel. La edad temprana trae además la complejidad de que requiere del apoyo de una familia (o una asociación), enfrentar la deserción de estudios, problemas económicos, etc. No es una situación fácil, pero programas como Sí a la Vida o Proyecto Gabriel trabajan para auxiliar a estas mujeres.
¿Una mentalidad conservadora que perpetúa el crimen?
Una de las inculpaciones más comunes cuando se discute la violencia sexual en Guatemala es a la mentalidad conservadora del país. Cuando a Flores se le pregunta acerca de esta mentalidad del guatemalteco, responde que es necesario plantearse qué es lo que vale la pena conservar en la sociedad.
“Si hablamos de conservar la familia como el centro de la sociedad, es muy importante conservarla, porque desde el concepto de familia se da todo el desarrollo de un país. Los valores importantes e inherentes que se transmiten en la familia son necesarios para formar personas responsables, con metas y hacer de cada miembro una persona productiva para el país. Si tomamos en cuenta esto, no creo que una mentalidad conservadora sea la que aumente las cifras. Lo que sí puede aumentar las cifras es la falta de conocimiento de esta problemática o la falta de algunos valores necesarios para implementar y reforzar el cuidado de la niñez y adolescencia, que es el grupo más vulnerable”.
Para Flores, el machismo, la falta de oportunidades o el silencio social ante estos temas no se deben a una mentalidad conservadora, sino a actitudes que deben corregirse sin dejar de conservar los valores de los guatemaltecos.
Trabajo a largo plazo
Como el problema, las soluciones son también complejas y quizás más lentas de lo que nos gustaría. Según Flores y Tefel, se debe buscar un cambio social y cultural principalmente en la prevención de los abusos. Este cambio pasa por educar a los padres de familia para que hablen de estos temas con sus hijos y les ayuden a enfrentarse a una potencial situación de abuso.
Flores, además de sus años de trabajo con jóvenes en el programa de prevención del abuso, ha sufrido en carne propia las consecuencias del abuso. Sus dos hijas fueron abusadas sexualmente con el consentimiento de la madre y fueron personas cercanas a ellas quienes lo hicieron. “Mis hijas –recuerda– tenían apenas 7 y 8 años, pero aun así tuvieron el valor de hablar del daño que les hacían. Pasaron por abusos, maltratos, amenazas de muerte y torturas, todo con el objetivo de que no hablaran del daño que habían sufrido y de quiénes eran sus abusadores. Siempre les enseñé a decir la verdad y defender la vida. Hace tres años tengo a mis hijas conmigo y les puedo decir que con fe, amor y apoyo se puede salir adelante; ellas están recuperándose”.
La Dra. Ortega explica que para ayudar a las víctimas es indispensable la confianza y el apoyo de la familia: las víctimas deben sentirse creídas. También explica que deben buscarse sistemas de apoyo que ayuden a romper estos círculos viciosos: “Sistemas que revalorizan a la persona y le ayudan a salir adelante ante la adversidad, le proveen un refugio biopsicosocial seguro, y que castiguen a los agresores para reivindicar a las víctimas”.
El aborto no es solución
Las soluciones cortoplacistas son una tentación que algunas organizaciones quieren imponer en el país. El 29 de mayo de 2019, Planned Parenthood y el Centro de Derechos Reproductivos, junto con cuatro organizaciones latinoamericanas, realizaron una petición ante el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU) en favor de cambios en las políticas regionales para asegurar que los Estados garanticen derechos sexuales y reproductivos de estas niñas que aún no están preparadas para ser madres. Específicamente se pide para ellas el acceso al aborto para prevenir las “maternidades forzadas”. Se identifica al Estado como el opresor que obliga a estas niñas a ser madres.
“Puede existir doble trauma psicológico: uno por el abuso sexual, y otro por el aborto provocado”
Sin embargo, otros expertos argumentan que el futuro de estas niñas que han pasado por situaciones traumáticas se pinta aún más negro si la solución que se propone es hacerlas pasar por un nuevo trauma: el aborto. Así lo explica la Dra. López Sandoval: “Si la adolescente que queda embarazada a causa de una violación sexual acude a la opción de un aborto inducido, puede existir doble trauma psicológico: uno por el abuso sexual, y otro por el aborto provocado, pues está demostrado que este último trae consecuencias psicológicas y psiquiátricas de peso como consumo de sustancias, depresión, suicidio, etc. Puede duplicarse el sentimiento de culpa y vergüenza y desarrollar un estrés postraumático relacionado a la pérdida provocada del bebé”. Además, el aborto no soluciona el problema a fondo y se eliminan las consecuencias de las acciones del abusador, dejándolo libre para seguir dañando a más víctimas.
La clave, según estos expertos, está en la prevención y en los programas de apoyo a las víctimas, tanto si quieren quedarse con el niño como si no. La educación sexual y reproductiva es importante, pero en opinión de Flores no es suficiente por sí misma y debe ir acompañada de valores que formen y eduquen a los niños y adolescentes, que hagan ver la importancia que tienen ellos como seres humanos.
Deben ser los padres –dicen también los expertos consultados– los protagonistas de esta educación en sus hijos. Por tanto, es a los padres a quienes debe prepararse primero para que puedan informar a sus hijos desde el amor y la confianza que hay en el hogar.
Las escuelas y otros ambientes educativos podrán reforzar la educación sexual y afectiva que los padres han brindado en un primer momento. Así, en caso de que el abuso llegara a ocurrir, el menor estará capacitado para hablar y denunciar, rompiendo el círculo de silencio. Finalmente, la certeza jurídica es lo que acaba de dar seguridad a las víctimas y les motiva a denunciar al agresor. Solo de esta manera tanto las víctimas como la sociedad guatemalteca podrán realmente iniciar un camino hacia la recuperación física y emocional.