Cuando se comete un crimen, el cuidado y el acompañamiento a las víctimas y sus familiares deben ser prioritarios. A la vez, hay acuerdo general en que la sociedad debe tratar no solo de que el criminal no siga haciendo daño, sino también de “recuperarlo”, pues no es infrecuente que el propio agresor haya sufrido agresiones o abusos pasados, quizás en la infancia.
Sin embargo, esta actitud pragmática o compasiva desaparece ante algunos crímenes que generan una especial repulsión. La pederastia es uno de los ejemplos más claros. Quienes incurren en ella, o quienes, sin llegar a hacerlo, sienten impulsos pedofílicos, son calificados frecuentemente de “monstruos”, lo que parece excluir cualquier posibilidad de recuperación y de perdón, y también disuade de buscar en su pasado las “heridas” que puedan explicar su comportamiento. Quienes se atreven a hacerlo, incluso desde un enfoque clínico, a veces son mirados con sospecha.
Por eso es tan arriesgado –y tan valiente– un programa como BRIDGE. Se trata de un proyecto internacional financiado por la Comisión Europea en el que se contactaba con personas que estaban consumiendo material pedofílico en Internet y se les ofrecía dos tipos de intervención a distancia para combatir sus impulsos y, en algunos casos, buscar ayuda terapéutica cara a cara. Rafael Ballester Arnal, psicólogo clínico e investigador, ha dirigido la parte española del estudio, junto a un equipo de la Universitat Jaume I (Castellón de la Plana). Ha tenido la amabilidad de contestar a nuestras preguntas.
– ¿Cómo se ha desarrollado el programa BRIDGE? ¿Ha sido exitoso?
– Se trata de un proyecto que lidera Suecia y en el que participan Alemania, Finlandia, la República Checa, Eslovaquia y España. El enfoque de este proyecto es bastante novedoso. Hay dos formas de prevenir el abuso sexual infantil. Una, la más corriente, es centrarse en las posibles víctimas: enseñándoles, por ejemplo, qué tipo de conductas deben aceptar o rechazar de parte de un adulto. Esto es necesario, pero, a la vez, por la edad de los que reciben la información, no siempre resulta sencillo que esta llegue correctamente. Lo que hace BRIDGE, en cambio, es buscar al potencial agresor, para evitar que cometa un abuso; en concreto, detectamos a personas que ya están visionando o descargándose material de abuso infantil online, casi siempre en la deep web, y les decimos: si te preocupa tu comportamiento y quieres cambiar, contacta con nosotros; te ofrecemos ayuda gratuita y conservando tu anonimato.
A los que contactan con nosotros los redirigimos a dos grupos, en función de la gravedad de los casos y, por tanto, del riesgo de que incurran en abusos. Los que presentan un riesgo alto (grupo MiBridge) reciben una intervención de tres semanas según el método de la entrevista motivacional, con el objetivo de que lleguen a aceptar tratamiento cara a cara de un especialista. A los del riesgo medio-bajo (grupo ReDirection) les ofrecemos un programa autoguiado de cinco semanas que busca mitigar sus impulsos sexuales pedofílicos.
Estimar la prevalencia del abuso sexual infantil es complicado por la heterogeneidad de las conductas, la variación por países y la invisibilidad de algunos casos
Como era de esperar, entre todas las personas que contactaron con nosotros inicialmente ha habido muchos abandonos. Es lógico que se muestren recelosos. En parte, por la vergüenza de admitir esos comportamientos. Por otro lado, aunque nosotros les aseguramos –y es verdad– que conservamos el anonimato y que ni siquiera podemos rastrear las IP desde donde nos contestan, también les dejamos claro que si reconocen conductas delictivas, no podemos no denunciarlo; eso está por encima del secreto profesional. Con todo, el programa ha dejado algunas conclusiones muy positivas, que publicaremos en su momento. Pero te puedo anticipar que en ambas intervenciones se ha conseguido refrenar esos impulsos sexuales hacia niños y que aumente la motivación para buscar ayuda terapéutica.
– ¿Cuál es la tasa de incidencia de los abusos sexuales a menores a nivel mundial?
– Estimar la prevalencia del abuso sexual infantil es un asunto complejo. Para empezar, porque bajo esta etiqueta cabe un rango de comportamientos muy amplio, que va desde el exhibicionismo a las relaciones sexuales con penetración, y no todos los estudios los incluyen todos. Con todo, en general se suelen señalar unas tasas de en torno al 10% de victimización en varones, y del 20% en mujeres.
Por otro lado, hay bastante variedad por países. Los datos de un reciente estudio internacional, bastante amplio en cuanto a la población analizada (más de 80.000 participantes de 42 países) y en el que la Universitat Jaume I ha liderado la parte española, muestran que España está en la zona baja de la tabla, con una prevalencia global –entre hombres y mujeres– del 15%, cerca de otros como Chequia, Japón o Taiwán, con tasas incluso un poco inferiores. En el otro extremo, llama la atención el 26% de Estados Unidos, o los casos de Argelia, Bangladesh o Brasil, que superan el 30%.
Una tercera dificultad para estimar la prevalencia del abuso sexual infantil es que, precisamente por la edad de los abusados, muchos casos quedan en el olvido o no son “racionalizados” por las víctimas como conductas abusivas: en parte porque cuando el victimario es un familiar (no olvidemos que la mayor parte de estas conductas ocurren en el hogar) puede manipular al niño o a la niña en ese sentido. Este no reconocer como abusos sexuales conductas que claramente entraban en esa definición es aún más frecuente en colectivos especialmente vulnerables, como el de las personas con discapacidad intelectual, y tenemos estudios que lo demuestran. Por tanto, con toda seguridad la prevalencia es mayor de lo que dicen las cifras. Lo que sí sabemos es que el interés sexual hacia los niños es bastante más alto de lo que la sociedad se imagina.
– ¿Son “monstruos” (depredadores impasibles e irredimibles) todos los que cometen actos de pederastia? ¿Lo son quienes tienen impulsos pedofílicos? ¿El uso de este calificativo puede hacer que estas personas rechacen buscar ayuda, o disuadir a los investigadores y psicólogos clínicos de analizar o tratar estos casos?
– Como ciudadano, entiendo a las personas que piensan así. Y, sinceramente, a veces en la consulta yo mismo he tenido la sensación de que estaba ante monstruos, por las cosas espeluznantes que me han contado o me han enseñado, y que me han llegado a provocar pesadillas. Pero también he tratado a pacientes pedófilos, que no habían cometido ningún acto de pederastia (es importante diferenciar entre la tendencia sexual pedófila y las conductas) y probablemente nunca lo cometan, y que lloraban y me suplicaban entre lágrimas que les quitara esos impulsos; estos decían de sí mismos que eran monstruos, y que entendían que la sociedad los considerara así. Yo diría que, a pesar de todo, eran buenas personas.
La mayor parte de los pedófilos nunca llegan a cometer un abuso y son clínicamente tratables, pero el “estigma” de monstruos puede disuadirles de buscar ayuda
La mayoría de los pedófilos nunca llega a cometer un abuso. Muchos dicen que nunca harían daño a un niño, incluso los idealizan; idealizan su inocencia, su belleza, su ingenuidad. Otra cosa es que algunos puedan racionalizar como conductas no abusivas algunas que sí lo son.
Pero más allá de la justicia o no del calificativo de monstruos, llamarlos así tiene varios efectos negativos a nivel social. En primer lugar, induce a pensar que, como seres especialmente malignos y repugnantes, tienen que poder ser reconocidos desde fuera. Y no: la mayoría de ellos, en muchas facetas de su vida, son personas con un comportamiento totalmente normal, y no es que estén fingiendo.
Por otro lado, son personas que necesitan un tratamiento, y que pueden recuperarse si se les aplica. En cambio, si se convencen –o les convencemos– de que son monstruos, eso les puede disuadir de buscar ayuda. También hay quien considera que no habría que “concederles” que tienen un trastorno, porque, en caso de que cometan un abuso, ese diagnóstico psicológico podría servirles de atenuante. Entiendo la rabia que se puede sentir ante estos casos, pero lo cierto es que no se trata de una “concesión”: la mayoría de los abusadores de niños tienen un trastorno. Y como sociedad, nos interesa tratarles, por el bien de todos, de ellos y sobre todo de sus posibles víctimas.
– ¿Cuáles son, según la investigación sobre el tema, los factores de riesgo más comunes para desarrollar impulsos pedofílicos o cometer actos de pederastia?
– Sabemos que haber sufrido abusos sexuales en la infancia puede ser un predictor de cometerlos uno mismo de adulto (obviamente, se trata de predictores, no de determinantes). Las personas que han sido víctimas de abuso en la infancia normalmente pueden desarrollar dos tipos de conductas: o bien una aversión al sexo (una falta de confianza o de apego hacia otros adultos en el campo sexual), porque han experimentado que el sexo puede ser una herramienta de sometimiento, o bien todo lo contrario: una hipersexualización temprana que les lleve a normalizar las relaciones sexuales entre adultos y menores. Si ellos se vuelven conscientes de estas heridas sufridas en su juventud, y se dejan tratar, el impulso sexual hacia los menores se aminora, aunque difícilmente desaparece del todo. Por ejemplo, si una de estas personas aprende a tener relaciones normales con otros adultos, su atracción por los niños frecuentemente se vuelve menos fuerte, y es más fácil de controlar.
También sabemos que son predictores las experiencias traumáticas infantiles, aunque no sean de índole sexual: los problemas de apego con los padres, quizás por conductas negligentes o agresivas de estos.
Otro problema es el elevado consumo de pornografía durante la juventud. Actualmente, tenemos a muchos jóvenes que, en lo que se refiere a su sexualidad, se han socializado solo con material pornográfico, y que se han acostumbrado a ver vídeos que simulan relaciones con menores (eso, en las páginas pornográficas más conocidas; en la deep web hay muchísimo material de sexo con menores real). Afortunadamente, la inmensa mayoría de quienes consumen pornografía no se convierten en abusadores. Sí que es cierto que, más allá del abuso y del abuso a menores, el porno está ocasionando otros problemas, como un tipo de relaciones sexuales caracterizadas por un estilo agresivo o violento, según los modelos de estos vídeos, o que cada vez más jóvenes sean incapaces de sentir deseo sexual si no es a través del porno.
– ¿Qué se puede hacer desde la terapia clínica para tratar la pedofilia?
– La base de los tratamientos es el control de los impulsos. Pero no según el modelo de las terapias aversivas que se practicaban antiguamente, con muy poco éxito, por cierto. Hay que dar herramientas a los pacientes para fortalecer su autocontrol frente a esos impulsos.
Otra parte importante de la terapia consiste en “desmontar” las racionalizaciones con que muchos pedófilos justifican sus acciones. Y no siempre es fácil, porque, por ejemplo, algunos dicen que su consumo de material pedófilo es una forma de exteriorizar su atracción por la belleza de los cuerpos juveniles, los cuerpos que vemos inmortalizados y expuestos para la admiración en muchas esculturas clásicas. Pero, claro, ahí hay que hacerles ver el importante matiz de que no es lo mismo admirar la belleza de un cuerpo joven que desear mantener relaciones sexuales con él. Yo, en mi práctica clínica, también explico a mis pacientes los daños de todo tipo que produce haber sufrido abuso infantil, para que entiendan lo que pueden provocar y empaticen con sus víctimas.
– Y, más allá de la práctica clínica y de las intervenciones del tipo BRIDGE, ¿qué podemos hacer como sociedad para afrontar este problema? ¿Cómo crear un entorno que favorezca una visión más saludable de la sexualidad?
– El programa BRIDGE no sigue los casos de las personas que han accedido a recibir ayuda. No sabemos si luego acuden a un especialista, o si cambian de hábitos. En cualquier caso, hacen falta recursos públicos para ayudarles en ese trayecto, y en esto hay una gran diferencia por países. Por ejemplo, en Alemania existen muchos servicios especializados en el tratamiento de la pedofilia, pero en España son pocos y apenas están consolidados. Para empezar, hay que aumentar la ratio de psicólogos clínicos respecto a la población, que es mucho mayor en Alemania que en España.
También tenemos que mejorar la educación sexual en las escuelas; que sea obligatoria y desde bien temprano. Tenemos el problema del porno, que se está extendiendo, y ni los contenidos ni el patrón de consumo entre los jóvenes de ahora son los mismos que en anteriores generaciones. Debemos convencerles de que el porno no expresa la realidad de la sexualidad, de que si te gusta el sexo no te debería gustar el porno, porque la sexualidad es algo mucho más bonito que eso.
Por otro lado, tenemos que hacer alguna reflexión como sociedad en cuanto a cómo tratamos la sexualidad. Cada vez erotizamos más la infancia y la juventud. En algunas campañas de publicidad se presenta al niño como una figura sexy, y los niños no tienen que ser atractivos. Y más allá de la infancia, diría que los adultos hemos “prostituido” la intimidad, no solo la sexual, por ejemplo, con algunos programas de televisión, tipo reality. Los jóvenes ven eso y racionalizan que la intimidad es algo que se puede vender, explotar. Por eso, estaría bien, en general, des-sexualizar un poco la vida de los jóvenes.
2 Comentarios
Muy interesante
Muchas gracias. Realmente es un asunto complejo y delicado, pero interesante.