Vía férrea

TÍTULO ORIGINALMesilat barzel

GÉNERO

Losada. Madrid (2005). 195 págs. 16 €. Traducción: Raquel García Lozano.

Aharon Appelfeld nació en 1932 en el seno de una familia judía rumana. Con el estallido de la II Guerra Mundial perdió a sus padres y fue deportado a un campo de concentración. Estos hechos y su posterior fuga del campo y emigración a Israel componen su biografía, escrita en hebreo, como el resto de su obra.

Además de su biografía también se acaba de traducir una de sus novelas más conocidas, «Vía férrea». Sobre las vías férreas que unen el norte de Italia y Austria, Erwin Siegelbaum, judío superviviente de un campo de concentración, viaja todos los años en busca de objetos relacionados con su culto religioso.

Pero el itinerario que describe el libro esta vez es distinto. Erwin ha encontrado al hombre responsable de la muerte de sus padres, y el trayecto debe concluir con su asesinato. Desde la ventanilla del tren, los paisajes que fueron familiares se han vuelto irreconocibles. Pero lo más penoso para Erwin es comprobar que lo mismo ha sucedido con las personas. Los pequeños gestos amables son los únicos que cobran realidad: un taxista que espera su llegada, un camarero que recuerda la música que le gusta, una vieja posadera que le guarda habitación.

La novela se mueve entre el argumento del dolor colectivo y el del dolor individual de Erwin. Por un lado, aparecen viejos conocidos judíos que, aunque parezcan asentados en un pequeño negocio y un palmo de tierra, son también errantes, con el pensamiento siempre puesto en una tierra eternamente prometida y eternamente ausente. Mientras, Erwin se ve encasillado por los otros en una ortodoxia judía con la que en realidad no se identifica y sólo se siente en casa cuando recupera en la memoria los recuerdos del pasado. Una clave de la novela es la extrañeza que siente Erwin en cualquier compañía y que pone en cuestión que exista algo homogéneo a lo que se pueda llamar «el pueblo judío», en vez de las historias diferentes de seres humanos diferentes.

El tono de la novela no es violento ni despechado. El lenguaje no incluye frases abstractas sobre el mal porque el terror a gran escala de la guerra ha dejado paso a otro tipo de maldad, sutil y de tú a tú como una acogida que se transforma en rechazo o un silencio cobarde. Y aunque la fuerza motora de la venganza no desaparece, cede en importancia ante una tristeza inmensa, efecto de un pesimismo que lo abarca todo. Erwin aprende que peor que lo que unas pocas personas fueron capaz de hacer es lo que una mayoría, incapaz de reconocer el mal cuando está ante sus ojos, sigue pensando.

Esther de Prado Francia

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