Una nación conservadora

TÍTULO ORIGINALThe Right Nation

John Micklethwait,Adrian WooldridgeDebate. Barcelona (2006). 581 págs. 21,90 €. Traducción: Juliá de Jódar.

Este libro resulta imprescindible para conocer la política americana y para comprender lo que los autores creen que constituye la excepcionalidad de EE.UU.: su ideología mayoritariamente conservadora. Micklethwait y Wooldridge, corresponsales de «The Economist» en EE.UU., investigan y rastrean el movimiento republicano y su recuperación tras los años de gobierno demócrata.

El resurgir conservador se comprende, primeramente, como un rearme intelectual, lo que destruye el mito que tienen muchos europeos de que los conservadores norteamericanos son analfabetos. Durante los años sesenta y setenta, como documentan los periodistas, se forman diversos núcleos intelectuales, con propuestas atractivas sobre reducción de impuestos y reivindicación de valores.

El movimiento conservador norteamericano se muestra aglutinador y homogéneo en las cosas esenciales, es decir, en el tamaño del gobierno, la primacía de la sociedad civil y la responsabilidad de los ciudadanos. Pero lo cierto es que en él se encuentran grupos de todas las ideologías: liberales a la europea -discípulos de Hayek-, neoconservadores -partidarios de la intervención de EE.UU. en conflictos internacionales-, movimientos religiosos -que abogan por los valores familiares y son contrarios al aborto- y libertarios, defensores de la legalización de la droga y de una libertad sin trabas.

Obviamente el esfuerzo intelectual hubiera sido infructuoso sin el apoyo popular. Y es aquí donde reside básicamente la explicación. Los norteamericanos son un pueblo activista, participativo, pero con una serie de valores hace tiempo olvidados en Europa. Mayoritariamente la población se declara creyente y por eso los partidos políticos no pueden olvidar los valores religiosos. Además se sigue considerando EE.UU. como la tierra de las oportunidades, donde cada uno encuentra el éxito que merece por su esfuerzo y su trabajo.

La fuerza de la opinión pública en la política se nota en el debate sobre asuntos como el aborto, la educación o el papel de las creencias en la vida pública. Más allá de las posturas de unos y de otros, lo que los autores tratan de resaltar es que el debate es permanente y abierto; por el contrario, en Europa no se encuentran tantos foros de discusión y cuando los hay repiten los tópicos de lo políticamente correcto.

Por las razones antes expuestas, los autores creen que el dominio de los republicanos se alargará en el tiempo. Cuentan con grupos de presión y fundaciones importantes -financiadas por magnates, pero también gracias a miles de donativos de la gente corriente-. Pero sobre todo existe la sensación de que se muestran interesados en resolver los problemas de la gente. El partido republicano parece que ha ganado la batalla de las ideas a los demócratas, pero también la de la calle. Las elecciones legislativas del próximo noviembre serán un buen «test» para ver si este predominio se mantiene a pesar de la guerra de Irak.

En el libro abundan los datos, las encuestas y los testimonios. Los autores siguen manteniendo algún tópico y, en ocasiones, caricaturizan a los partidarios republicanos. Pero ofrecen, en cualquier caso, un análisis muy interesante para conocer la política de la primera potencia mundial.

Josemaría Carabante

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