Un estudio sobre el ensayo español en el siglo XX

Una valiosa antología (1) con más de cien muestras del ensayo español, desde, por ejemplo, Unamuno a Jon Juaristi, se ve lastrada por algunos tópicos y gastados estereotipos en el prólogo obra de Jordi Gracia y Domingo Ródenas.

El prólogo -de 164 páginas- tiene notables méritos: capacidad de síntesis, erudición, extensión de los temas, aportación bibliográfica; pero por eso mismo choca que se hayan incluido simplificaciones rayanas a veces en lo burdo. Al firmar los dos autores in solidum no se puede saber qué opiniones corresponden a cada uno. Pero el tono general del prólogo parece, salvo error, más propio de obras anteriores de Gracia que de Ródenas.

En esencia, la cosa es esta: para los autores, España decae en el siglo XVII -también en el campo del ensayo- y no se recupera hasta finales del XIX. Hay una época dorada desde ese tiempo hasta 1936; después, el oscurantismo franquista y, finalmente, un renacimiento desde los años setenta del siglo XX hasta hoy mismo.

La culpa de todo lo malo es, dicen, principalmente, del catolicismo, de la Iglesia, a la que se califica de “omnívora”; y los méritos son del krausismo, del laicismo… La historia de siempre, el manual de lo hoy políticamente correcto y aprobado por la autoridad política, por las estructuras de poder.

Todo bastante anacrónico: ya bastan más de dos siglos cuestionándonos las causas del retraso español y de su escasa modernidad, y más en una época como la nuestra en la que las ideologías se han convertido en marketing, la economía manda sobre la filosofía y la gente no lee a no ser que el producto venga con una buena promoción. Hay personas, como los autores de esta antología, que piensan que una explicación breve y precipitada puede explicar más de doscientos años de historia.

Para empezar, no hay tal decadencia en el siglo XVII; o mejor, hay, como siempre, de todo. En el siglo XVII se da un ensayista máximo, que es Gracián; pero están, además, Saavedra Fajardo o Quevedo. En el XVIII, Feijoo, Forner, Cadalso, Jovellanos… Dicen los autores que esos del XVII y XVIII no se inspiran en los ensayos de Montaigne, como si no hubiera ensayo más allá de Montaigne. Parece que, para los autores del prólogo, un ensayo o es inconformista o no es ensayo. Pero no tienen nada de inconformistas la mayoría de los que se recogen en la antología, algunos de ellos simples juegos verbales.

El erial del franquismo

Como la realidad es terca, los autores, en la práctica, tienen que rebajar la acusación general y descubrir buenos ensayistas y obras interesantes en pleno franquismo, con autores como Ramón Menénez Pidal, Gregorio Marañón, Azorín, Baroja, Josep Pla, Xavier Zubiri, Julián Marías, Gonzalo Torrente Ballester, Rafael Lapesa, Antonio Tovar, Guillermo Díaz-Plaja, José Antonio Maravall, Ricardo Gullón, Julio Camba, Luis Díez del Corral, César González Ruano, Pedro Laín Entralgo, Eugenio Montes, Rafael Sánchez Mazas, Gerardo Diego, Federico Sopeña, Enrique Lafuente Ferrari, Ernesto Jiménez Caballero, Enrique Tierno Galván, , José Luis López Aranguren, José María Valverde, José Ángel Valente, Dionisio Ridruejo, Jorge Guillén, Jaime Gil de Biedma, Juan Benet, Carlos Castilla del Pino, Julio Caro Baroja o Francisco Umbral.

Para ser un erial, no está nada mal la cosecha. ¿Que muchos de esos eran críticos con el régimen? Sin duda, pero el ambiente del régimen no los hizo callar. Muchas veces en la historia se produce mejor literatura en contra de que a favor de, como se puede ver hoy mismo, donde apenas hay críticos, pero abundan rutinarios turiferarios.

Falsa oposición

La oposición religión/laicidad es falsa. El mayor ensayista del siglo XX español -además de poeta, dramaturgo y novelista-, Unamuno, hizo de su peculiar religión y del ansia de inmortalidad el centro de su visión de la vida. Uno de los mejores discípulos de Ortega, García Morente, se convirtió al catolicismo y se hizo sacerdote. Católico fue siempre Zubiri. La religiosidad de Julián Marías es algo que este autor defendió como un gran patrimonio. Además, dentro del catolicismo en España ha habido muchas sensibilidades.

Por descontado que hubo católicos intransigentes y obtusos, enemigos de todo lo nuevo y de todo lo de fuera, pero también otros muchos que nada tenían que ver con eso, como Menéndez Pelayo, Pereda o Alarcón, todas personas con las que el incrédulo (aunque apasionado del Evangelio) Galdós, por ejemplo, se encontraba a gusto.

Fue Menéndez y Pelayo, junto con Juan Valera, quien patrocinó el ingreso de Galdós en la Academia de la Lengua. Y al discurso de Galdós contestó el cántabro con otro en el que puede leerse, por ejemplo: “ A nadie le es lícito, sin nota de temerario u otra más grave, penetrar en la conciencia ajena, ni menos fulminar anatemas que pueden dilacerar impíamente las fibras más delicadas del alma. Una novela no es una obra dogmática ni ha de ser juzgada con el mismo rigor que un tratado de teología”.

Los mismo autores del prólogo se refieren en un determinado momento a “los años treinta cuando el catolicismo volvió a ser un horizonte plausible para los intelectuales liberales y se desprendió del manto antiprogresista de que lo revistió el pensamiento del cambio de siglo”, en torno a José Bergamín y la revista Cruz y Raya, con nombres como Manuel de Falla, Dámaso Alonso, Antonio Marichalar, etc.

Por otro lado, muchos de los autores que jugaron a principio del siglo XX a la iconoclastia y a una curiosa adaptación de Schopenhauer y Nietzsche -como Azorín, Maeztu o Baroja-, acabaron respectivamente en un conservadurismo ilustrado, una aceptación del fascismo o un cinismo egolátrico. También por ese lado una gran variedad. Eugenio d’Ors evolucionó hacia un clasicismo equilibrado y una ambigua posición política. El laicismo de otros, como Antonio Machado, no era un burdo anticlericalismo, ni falta de sensibilidad por la religión. De otro modo no hubiera escrito aquello de “siempre buscando a Dios entre la niebla”.

Condiciones de una antología

El parti-pris ideológico impide a los autores recoger muestras de la calidad ensayística que hubo en no pocos autores de la primera Falange; sólo se dan unos ejemplos de Dionisio Ridruejo, cuando había abandonado sus posiciones anteriores, que fueron de mucho poder en el primer franquismo, especialmente totalitario. Buena parte de los autores recogidos en esta antología, quizá por afinidad a la mentalidad de los antólogos, son simples nombres cuyos libros hace tiempo que ya nadie lee.

Una buena antología, de ensayo o de lo que sea, debería ser respetuosa con los tiempos de los autores, intentando comprender a cada uno en sus circunstancias. Ya puestos se debería poder explicar por qué entre los que han escrito ensayos ya en la nueva época democrática hay tan pocas figuras verdaderamente importantes, si se descarta a Francisco Umbral, Eugenio Trías, José Antonio Marina, Jon Juaristi, Andrés Trapiello y pocos más, y aun estos han de esperar la criba del tiempo, Los autores del prólogo tienen predilección por Rafael Sánchez Ferlosio, pero los escritos del autor de El Jarama se han vuelto tan crípticos, tan singulares que quedan para un pequeño círculo de entusiastas e iniciados.

Hay ausencias inexplicables. En los años cincuenta hubo una famosa polémica sobre el ser de España -entonces interesaban esas cosas- entre Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz. En esta antología se recoge a Castro, pero no a Sánchez Albornoz, también exiliado, presidente durante muchos años de la República española en el exilio. ¿Por qué uno si y otro no? ¿Se imaginan la posible respuesta? Por falta de espacio.

Otra polémica de menor entidad pero sabrosa en su época fue la enfrentó a Pedro Laín Entralgo, autor de España como problema con Rafael Calvo Serer, España sin problema. El mismo Calvo Serer que más tarde, crítico del régimen, tiene que exiliarse, es encarcelado a su vuelta a España y pone en marcha el diario Madrid, literalmente volado después por el régimen. En la antología está Laín Entralgo, pero no Calvo Serer.

Hay otros muchos detalles que revelan una solapada inquina: de Menéndez y Pelayo se dice que su estilo es “grandilocuente y retórico”, ofendiendo inútilmente a ese cántabro que llevó a cabo una labor de investigación hasta entonces inédita en España, en la que sustituye el estilo declamatorio hasta entonces vigente, por una escritura escueta y crítica.

Sobra animosidad gratuita en esta obra importante. Falta un espíritu amplio, comprensivo, histórico en un sentido profundo. Pero, dicho esto, no cabe duda de que es un libro de referencia. Para los méritos y para las carencias.

Los ensayos incluidos en la antología son de lo más variado: los de principios del siglo XX, en torno a la esencia de lo español; muchos tratan de literatura y de arte; algunos de política; otros tienen tintes moralistas; unos pocos recogen aspectos costumbristas… En definitiva, lo que se espera de una colección de ensayos. Es, como se decía antiguamente, “silva de varia lección”.

Un dato final: de los 79 escritores de los que esta antología ofrece textos sólo uno fue asesinado: Ramiro de Maeztu, en 1936, en Aravaca, en el Madrid republicano.

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NOTAS

(1) Jordi Gracia y Domingo Ródenas, El ensayo español. Siglo XX. Crítica. Barcelona (2009) 1.005 págs. 33 €.

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