Tierras de sangre

TÍTULO ORIGINALMatomena Jómata

GÉNERO

El Acantilado. Barcelona (2002). 323 págs. 18 €. Traducción: César Montoliu.

Manolis era casi un niño cuando la I Guerra Mundial se asomó a Asia Menor. Turcos y griegos, musulmanes y cristianos, habían vivido hasta entonces como un mismo pueblo, inconscientes de las fronteras arbitrarias de su tierra. La guerra acabó allí mucho más tarde, quizá porque, como comenta el protagonista, se necesitó demasiado tiempo para inculcar el odio a quienes no lo habían conocido en toda su vida.

En la novela (1962) Sotiríu mezcla el género literario con el documental para acercarse a aquellos hechos, en un intento de conservar viva la memoria de los exiliados. A través de la primera persona, el autor merodea por los años previos al conflicto, reconstruyendo un espacio privilegiado donde la distinguida Europa se bañaba en la luz de Oriente. Sus personajes son gente sencilla: labran el campo con sus manos, comercian con lo que sacan de él y no creen en las amenazas que vienen de fuera. Hasta que llegan los primeros muertos. Los vecinos se vuelven traidores, los caminos peligrosos y las madres ocultan a sus hijos para apartarlos de la guerra o los campos de trabajo.

A partir de entonces, la narración se transforma. Manolis verá morir a amigos y hermanos. De su huida permanente sólo quedan las impresiones, silueteadas contra el fondo de sangre de la guerra, de decenas de desplazados que compartieron con él alguna parte del camino y que después se separaron, perviviendo apenas como fantasmas de la memoria.

El autor griego construye una crítica feroz del nacionalismo como forma de imposición de la ley del más fuerte. Sin embargo, en el relato se echa de menos una mayor consistencia de los personajes, a menudo absorbidos por su función de denuncia política. En los momentos en que el trazo grueso de la ideología se superpone a la pintura sutil de detalles, decae la tensión dramática. Seguramente, es difícil no implicarse cuando el compromiso personal sigue vigente para el autor, y aun más cuando la Historia se empeña tanto en repetirse en sus trágicos errores.

Esther de Prado Francia

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