Ética para náufragos

José Antonio Marina

GÉNERO

Anagrama. Barcelona (1995). 243 págs. 1.950 ptas.

Según el propio autor, esta obra es una prolongación natural de las dos anteriores: Elogio y refutación del ingenio (ver servicio 106/92) y Teoría de la inteligencia creadora (ver servicio 23/94). También esta vez, Marina sorprende con su capacidad para moverse en el campo de la filosofía actual y las últimas corrientes psicológicas, con buen humor y ganas de pensar con radicalidad.

Vivir, dice Marina, es «una sabia o torpe mezcla de determinismo e invención»: ni pura norma ni simple capricho. Para vivir, para la creación ética, contamos con las mismas herramientas que para la creación estética: la inteligencia y el deseo.

Con frecuencia, la filosofía moderna ha considerado que la categoría moral por excelencia es el deber. Para Marina, los deberes no surgen en primer lugar, sino después, en la reflexión ética. Lo primero son las capacidades. A continuación, el autor establece la distinción entre moral y ética. Aquélla es uno de los hilos que trenzan el tapiz de la cultura, como el lenguaje, la literatura, el arte o las creencias religiosas; la llegada a una sociedad supone recibir una moral llena de contenidos implícitos. La ética se constituye como el piso de arriba de la moral, su horizonte de comprensión, en forma de una actividad siempre creadora.

Ahora bien, ¿todas las morales son iguales? Marina dice que «mantenerse en un relativismo moral es más fácil de palabra que de hecho». Por su parte, sostiene que «hay criterios que permiten evaluar las normas morales, hay un modelo de sujeto justificable como la mejor posibilidad humana y, por último, puede descubrirse un contenido de la felicidad que no se diluya en la infinidad de gustos privados». ¿Y quién juzga a la moral? La ética, responde Marina.

Después Marina justifica esta tesis con su estilo ensayístico, dejando multitud de cabos sueltos. En esta parte, un poco farragosa, hay que estar preparado para enfrentarse con cierto espíritu crítico a determinados pasos del razonamiento de Marina, no tanto por lo que dice él mismo, sino más bien porque trae a colación a autores de tradiciones diversísimas. Si uno no quiere naufragar, ha de conocer, por ejemplo, la ética de Hume, y tener nociones de Spinoza y los racionalistas, y de Kant. La abundancia de autores y citas sería agotadora si no estuviera aderezada con tanto sentido del humor.

Por otro lado, algunas afirmaciones muestran que el tema de las relaciones entre la naturaleza y la ética no está tratado con suficiente claridad y profundidad. Pero quizá esto habría requerido una metafísica, lo que no hay que pedir a esta obra.

Cada capítulo va acompañado de interesantes notas y comentarios bibliográficos. Ética para náufragos es un formidable argumento, que sólo alcanza a comprenderse por completo al llegar al final, como en las buenas novelas de intriga.

Andrés Pérez Monzón

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