Techne. Filosofía para ingenieros

Ignacio Quintanilla Navarro

GÉNERO

Noesis. Madrid (1999). 202 págs. 2.200 ptas.

Humanidades y tecnología no suelen llevarse bien. Es frecuente que el técnico considere inútiles las lucubraciones del humanista, sobre todo cuando pretende «explicar» la tecnología, materia en la que es lego. El humanista, por su parte, fácilmente sospecha de la tecnociencia, en la que ve tendencias deshumanizadoras y el imperio de una «razón instrumental» al servicio de la «voluntad de dominio». La mutua incomprensión no beneficia a ninguna parte y revela una escisión en la raíz de nuestra cultura que nos dificulta entendernos a nosotros mismos, usuarios a toda hora de objetos técnicos e imbuidos, de hecho, de la mentalidad tecnológica moderna. Por eso se ha tratado tantas veces de «tender puentes» entre una y otra orilla.

Ignacio Quintanilla descubre las raíces comunes de los «enemigos» y muestra cómo cada uno exige al otro. Se inspira en los pensadores más lúcidos al tratar el asunto -Mumford, Ellul, Dessauer (ingeniero), Ortega, Heidegger-, sin dispensarse de discutir sus aportaciones.

Con estos apoyos, el autor va revelando las coincidencias fundamentales entre técnica y humanidades. Critica la extendida idea de que la técnica es la aplicación de la ciencia para satisfacer las necesidades humanas. A su juicio, más bien, las innovaciones tecnológicas inventan las necesidades que se supone vienen a arreglar. La técnica tiene una historia propia, que no se disuelve en la historia de la física o de la economía. La ciencia moderna, en fin, es más producto de la tecnología que la tecnología de la ciencia.

Empezamos entonces a comprender la necesidad mutua de técnica y humanidades. Se ha llegado a creer que la moderna ciencia experimental es capaz de explicar todo; pero en cuanto se somete a examen la relación entre ciencia y tecnología, se repara en una cosa, al menos, que la ciencia no puede explicar: la técnica. Si la mentalidad positivista parecía haber desterrado la finalidad de la ciencia, los fines «reaparecen» en la tecnología (lo técnico se define por el propósito), que resulta ser refutación del mecanicismo.

La conclusión es que teoría, praxis y póiesis (producción) son tres aspectos igualmente fundamentales de una sola realidad que llamamos razón o espíritu humano. Es una tesis antropológica: el hombre es animal técnico, tanto como político y ético, o como teórico. El autor no incurre, pues, en la desmesura que hemos visto en otros: concluir que todo viene a reducirse al objeto de su estudio. No: la técnica, dice él, es cultura, manifestación humana; pero la actividad humana no es solo técnica.

Ignacio Quintanilla, filósofo, muestra más simpatía hacia los ingenieros que la media de su gremio, a menudo ocupado en denostar la «tiranía tecnológica». Con esta Filosofía para ingenieros no pretende leer la cartilla a los «bárbaros», como si «los de letras» tuvieran la exclusiva del humanismo. Más bien él cree que la civilización tecnológica da una nueva oportunidad a las humanidades, porque pone al descubierto cuestiones antropológicas que el cientismo había ocultado.

Rafael Serrano

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