Tallo de hierro

Libros del Asteroide.
Barcelona (2011).
304 págs.
19,95 €.
Traducción: Jordi Fibla.

TÍTULO ORIGINALIronweed

GÉNERO

Tallo de hierro es la novela más celebrada del estadounidense William Kennedy (1928), cuya obra está recuperando en España Libros del Asteroide, que ya ofreció meses atrás Roscoe, negocios de amor y guerra. La novela, ganadora del premio Pulitzer en 1983, constituye una de las aproximaciones más interesantes a las sombras de la Gran Depresión.

La historia comienza en un cementerio de Albany, donde el vagabundo Francis Phelan, antaño jugador de béisbol profesional, se gana unos dólares como sepulturero junto a su amigo Rudy. Desde el principio, la presencia de la muerte, que se materializará a lo largo de la novela con las trazas de los fantasmas de su pasado, asedia a Phelan, quien, en su juventud, mató accidentalmente a un maquinista de tranvía durante una huelga. Pero no es esa su mayor condena: en el camposanto, Francis visita la tumba de Gerald, su hijo, que, siendo bebé, “se le desprendió de los dedos y murió a causa de la caída”. Tantas desgracias hacen que Francis huya sin rumbo fijo, hasta que, veintidós años más tarde, en plena Depresión –1938–, regresa a su ciudad natal para afrontar sus culpas y aceptar, si cabe, el perdón de aquellos a quienes hirió.

Su escudero Rudy –un joven no muy despierto– y su pareja Helen, una católica que lo ha perdido todo salvo los sueños, lo acompañan por un escenario de pesadilla, alcohol, dolor y hambre. Confían su supervivencia a una misión metodista en la que las puertas se abren solo para los elegidos, beben –mucho- en casas ajenas y tugurios de mala nota, pasan frío y se humillan por una moneda, se pelean, se aman, duermen en coches o establos, ignorantes de lo que les deparará el día de mañana, y, sobre todo, recuerdan tiempos mejores, sin nostalgia pero con la lucidez suficiente para asimilar el daño y la oquedad a que han sucumbido. Algunas escenas sexuales, descarnadas, duras, transmiten la profunda desolación en la que se han convertido sus vidas.

El protagonista, que se erige en protector de su clan, no desespera, sin embargo, y lucha por conservar, a pesar de todo, la dignidad. La narración avanza y retrocede en función de lo que va dictando su caótica mente, que tan pronto recuerda a una mujer a la que quiso de joven como resucita al maquinista a quien descalabró el día de la huelga o a otras víctimas de su violencia. El deseo por volver a ser un hombre se ve frenado por las riendas de su historial, hasta que descubre que es imposible redimirse sin ayuda. Gracias a la generosidad y el amor de su familia, Phelan, siempre tan individualista, empezará a ver la luz al final del túnel.

Con un lenguaje directo y una arquitectura narrativa tan sólida como audaz, Kennedy supo radiografiar la vida y los ambientes en que se desenvolvían los parias de aquella América postrada por la crisis.

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