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Por qué el mundo no existe

TÍTULO ORIGINALWarum es die Welt nicht gibt

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2015)

Nº PÁGINAS232 págs.

PRECIO PAPEL22 €

TRADUCCIÓN

Markus Gabriel (Renania-Palatinado, 1980), profesor titular en la Universidad de Bonn, es el filósofo de moda en Alemania. Por qué el mundo no existe se ha convertido en todo un éxito de ventas en su país y en el manifiesto de lo que él llama el “nuevo realismo”. Según propia confesión, la tesis de un renovado realismo, es decir, de que podemos conocer las cosas y los hechos en sí, aunque pertenecen a ámbitos objetuales distintos, se le ocurrió mientras tomada un café con el filósofo italiano Maurizio Ferraris una mañana de junio de 2011 en Nápoles.

A pesar de su brevedad y de ser relativamente fácil de comprender (los ejemplos que usa Gabriel son actuales y muy ilustrativos), estamos ante una obra de filosofía que pretende ser original, y lo es en algunos aspectos. Entra de lleno en problemas metafísicos de primer orden, como el que plantea el título. El mundo no existe, argumenta el autor, porque existir (según la ontología) significa aparecer en un determinado ámbito de sentido, y el mundo sería, como decía Heidegger, “el ámbito de todos los ámbitos”.

La teoría fundamental de Gabriel parece ser expresión de la famosa paradoja de Russell, según la cual el conjunto de todos los conjuntos (en este caso, el mundo) no podría ser un conjunto porque entonces estaría incluido en sí mismo. Markus Gabriel ha sido capaz de trasladar la discusión filosófica al nivel en que la dejaron los pensadores pre-postmodernos, una tarea valiente y encomiable.

Pero, aunque pretende “partir de cero”, como él mismo dice, no acaba de zafarse de los prejuicios de la época. Sus acertadas críticas al materialismo, al naturalismo y al cientifismo, así como al nihilismo y al neoateísmo, no le llevan a aceptar el concepto de trascendencia, el cual le habría podido servir para entender que quizá el conjunto de todos los conjuntos no es un conjunto, o que la causa primera es incausada, como concluye la segunda vía tomista.

Parece, sin embargo, que al autor le abruma tanta metafísica, por lo que, al final del libro, acude al arte, donde no hace falta que la realidad exista. El arte, como pensaron Schopenhauer y Nietzsche, nos salva de la inexistencia de la realidad porque la asume y nos aporta un sinfín de campos de sentido en los que nos vemos proyectados y entre los que establecemos pasarelas. La misma función, piensa Gabriel, tienen las series de televisión: el espectáculo es su propio contenido. Una película es un “show sobre nada”, “una exploración de la variedad de posibles interpretaciones más allá de la idea fija de que hay un solo mundo”.

Gabriel entiende la religión como otra concepción del mundo que, por el hecho de serlo, está equivocada, al igual que la científica. Eso no significa que la idea de Dios no tenga un sentido, pues Él hace que todo tenga un sentido: gracias a la religión “regresamos a nosotros mismos desde el infinito con el fin de no perdernos totalmente”. Para llegar a estas conclusiones utiliza de forma totalmente partidista algunos textos de Kierkegaard haciendo decir al filósofo danés lo que no dice, como que Dios sería una imagen de cómo querríamos ser y que lo que pretendemos cuando lo buscamos no es otra cosa que encontrarnos a nosotros mismos.

Para Gabriel, que el mundo no exista es una buena noticia, y así cree él que hemos de recibirla, pues esa verdad nos permite concluir nuestras reflexiones con “una sonrisa liberadora”. Debemos alegrarnos, en fin, de que no haya ningún Superobjeto al que debamos pleitesía, sino que nos hallamos “ante una infinidad de posibles maneras de acercarnos al infinito”.

Un libro sin duda audaz, fresco e interesante. Audaz porque se atreve a proponer toda una filosofía en unas pocas páginas; fresco porque airea conceptos relegados a los manuales especializados, e interesante en el sentido de que, a pesar de lo dicho, es un libro accesible para los interesados, mejor si disponen de formación filosófica.

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