Narraciones (1892-1924)

Alba.
Barcelona (2011).
504 págs.
27 €.
Traducción: Fernando Otero Macías y José Ignacio López Fernández.

GÉNERO

Como dicen en el prólogo Fernando Otero y José Ignacio López, responsables también de la traducción del libro, no cabe reducir a Maksim Gorki (1868-1936) a la categoría de “autor de La madre y poco más”. Estas Narraciones (1892-1924) confirman que el escritor ruso cultivó también el relato corto, y que lo hizo con singular maestría. De hecho, no hubo género que se le resistiera: el teatro, el ensayo, la epístola, las memorias y hasta los poemas en prosa alimentaron una obra inabarcable, que en su día no dejó indiferente a nadie y que todavía hoy sigue conmoviendo.

Esta antología presenta catorce narraciones, la mayoría publicadas en periódicos y revistas entre los años 1892 y 1924. El orden cronológico en el que están dispuestas ayuda a seguir la evolución del autor y los intereses que determinaron su obra. La extensión es, por lo demás, bastante variada, y oscila entre las ocho páginas de Vuelven y las más de cien de Los exhombres.

El libro se abre con Makar Chudrá, nombre de un gitano cuya personalidad desmedida entronca con esos apátridas que poblaron la estepa rusa y cautivaron la imaginación de tantos escritores del siglo XIX. Lo sigue Un incidente con unos broches, acerca de tres amigos que viven a salto de mata y se emplean para realizar un trabajo en casa de una vieja, a la que uno de ellos roba unos broches mientras esta les lee el Evangelio. El tercer relato, Una vez, en otoño, es una evocación melancólica del encuentro que el propio Gorki tuvo a los diecisiete años con una “mujer de mala vida” que le confió sus desgracias y lo besó por primera vez. Otra de las historias, Zazúbrina, se desarrolla en un penal y tiene como protagonistas a un bufón y un gato. A Zazúbrina, el gracioso, no se le ocurre otra cosa para entretener a sus compañeros que meter a la mascota en un cubo de pintura verde, una estupidez que le costará muy cara.

Estas pinceladas bastarían para retratar a un autor que, desde sus inicios, puso su mirada en los más desfavorecidos y extrajo de los arrabales la inspiración para su arte. Por las páginas de estas Narraciones, desfilan mujeres apaleadas y hombres ebrios y violentos –como en Malva o Vaska el Rojo– que prefiguran el salvaje naturalismo de La madre y Los bajos fondos.

Pero Gorki supo también ahondar en el folclore de su tierra. Así, en cuentos como Makar Chudrá o en El jan y su hijo, relata sin afectación las leyendas más sabrosas de sus paisanos, en un sincero homenaje a la literatura oral del país.

Mención especial merece Los exhombres, una novela corta que vio la luz en 1897, esto es, diez años antes que La madre. Se desarrolla en un mísero vecindario en el que la degradación, provocada por el alcohol, no conoce límites. Gorki denuncia el estado en el que vivían millones de sus conciudadanos y lo hace con conocimiento de causa: él mismo, huérfano a temprana edad, aprendió a sobrevivir en las circunstancias más penosas, experiencia que recrea en otro de los cuentos, Veintiséis y una (poema), acerca de su trabajo en una panadería.

Los desheredados de la sociedad recibieron siempre las simpatías de Gorki, hasta el punto de que podemos leer estas historias como un sincero alegato del autor en su defensa. El “vagabundo del Volga” no juzgaba a sus criaturas, sino que se apiadaba de ellas y trataba de encontrar la bondad y la sensatez en medio del horror y la locura, lo que no resultaba tarea fácil en un mundo donde los hombres vivían “como perros”. Cuando lo conseguía, cuando la luz se imponía al nihilismo, su humanidad llegaba a brillar a la altura de un Chéjov. Así sucede, sin ir más lejos, en El nacimiento de un hombre, otra narración de carácter autobiográfico, en la que el autor de Mi infancia recuerda el día en que asistió a una parturienta: “El nuevo habitante de las tierras rusas, un hombre con un futuro ignoto, dormía en mis brazos, resoplando con ganas (…). Y el sol brillaba en todo lo alto, poco después del mediodía”.

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