Para confirmar la primacía de Julian Barnes (1946), el escritor británico más francés de hoy, entre los novelistas anglosajones de esta hora y esta nueva época, bastará leer la primera línea de esta obra suya que no es ni novela ni repertorio de sus memorias -“No creo en Dios pero le echo de menos”- y reconocerle el talento con que avanza por las trescientas páginas de este libro.
Dios, la religión, el temor a morir y al paredón de la muerte, la protesta por la evidencia de expirar un día, el más allá o el más cuándo, la familia (pero no tanto su relación con su esposa, la influyente agente literaria Pat Kavanagh [1940-2008], fallecida de un tumor fulminante al medio año de aparecer este libro), la literatura y sus autores, las concepciones y variantes de estos ante la contradictoria muerte, el recelo que precede a los sufrimientos y el dolor, la devoción a la música, la visión contemporánea de la complicada realidad… conforman esta fluida pieza, donde palpita el humor y están presentes la inteligencia y la cultura.
Nada que temer esquiva la clasificación en géneros literarios y logra resaltar la capacidad de este autor admirable para hacer literatura concatenando sus reflexiones, sus comentarios, sus recortes de prensa, su biblioteca, sus facultades para relacionar aspectos y episodios con la gracia de su pericia de narrador.
Barnes, que reconoce que “la ficción y la vida son distintas”, porque una no es verdad, confiesa en este libro: “el Dios en quien no creo pero al que echo de menos es, naturalmente, el Dios cristiano de la Europa occidental y la América no fundamentalista. No echo de menos a Alá ni a Buda, como tampoco a Odín o Zeus. Y añoro más al Dios del Nuevo Testamento que al del Viejo”.