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Mi testamento filosófico

TÍTULO ORIGINALMon testament philosophique

GÉNERO

Ediciones Encuentro. Madrid (1998). 207 págs. 2.500 ptas. Traducción: Beatriz G. Kraemer.

Sólo los grandes pensadores son capaces de resumir en una pequeña obra su peregrinar por los caminos del saber y dejar un testamento intelectual. Es lo que hizo Jean Guitton a sus casi cien años. Su reciente fallecimiento da a este libro un significado si cabe aún más especial.

Mi testamento filosófico no se puede clasificar simplemente como un ensayo filosófico, ni tan siquiera como unas memorias o una autobiografía, sino como todo eso y mucho más: como las confesiones íntimas de Monsieur Guitton. El libro está escrito en forma de diálogos imaginarios, excepto los mantenidos con François Mitterrand, que tuvieron lugar realmente; pero, aunque fruto de la imaginación, esos diálogos tienen una base real en la fecunda experiencia filosófica del autor. A lo largo de estas confesiones íntimas vemos desfilar por la mente del pensador francés a filósofos y políticos, al diablo, al papa Pablo VI y al Greco: todos ellos tienen el cometido de leer en el alma de Guitton, abierta de par en par, las razones más íntimas de su fe y su filosofía. Las páginas de este libro rebosan esa transparencia que sólo puede emanar de la confesión.

El genio de Guitton nos hace asistir a su propia muerte (primera parte), a su entierro (segunda parte) y a su Juicio (tercera parte). En su lecho mortuorio aparece el diablo para sembrar la turbación en su espíritu. Con él habla Guitton de su amor por la verdad y de sus dudas. El diablo cree que el moribundo pensador renuncia a la razón, pero Guitton responde con ironía socrática: «No mucho más de lo que se renuncia a la República cuando se aguarda la guillotina». Después llega a visitarlo Blaise Pascal, con quien discute sobre las razones para creer en Dios. Guitton distingue entre creer en el Absoluto y creer en Dios y afirma que para verlo tenemos que «ponernos de puntillas sobre la punta del espíritu». Tras él se presenta Bergson. Ambos indagan las razones para ser cristiano y Guitton concluye: «Las razones para creer son sencillas, las razones para no creer están en la complicación». Al fin, viene el papa Pablo VI, con quien discute las razones para ser católico, para pertenecer a la Iglesia Universal.

En la segunda parte, Guitton nos invita a su propio funeral. Tras una visita a Toledo, donde habla con el Greco ante El entierro del conde de Orgaz, el alma liberada de Guitton observa sus exequias desde la tribuna de la basílica de los Inválidos. Allí conversa con De Gaulle sobre el mal, con Sócrates sobre los auténticos filósofos, con Blondel sobre el hombre y el alma, y con Dante sobre al amor y la poesía. Allí se presenta el diablo para tentarle por última vez.

El libro acaba con el Juicio del hombre Jean Guitton. Santa Teresa de Lisieux le defiende y François Mitterrand se presenta como testigo. El presidente rememora sus encuentros con el procesado, donde hablaron del infierno, del pecado, de la autoridad, de la libertad… Al final, el Juez supremo pronuncia el fallo que, lógicamente, no registran las páginas de este libro.

En fin, una obra de gran altura espiritual y de un refinamiento filosófico excepcional. El testamento de un pensador genial, para quien la muerte era «el único momento de la vida en que uno puede darlo absolutamente todo y sin esperar nada a cambio».

Carlos Goñi Zubieta

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