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Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea

Siruela.
Madrid (2011).
232 págs.
16,95 €.
Traducción: Lola Diez.

TÍTULO ORIGINALMy Sister Lives on the Mantelpiece

GÉNERO

Novela que, a pesar de sus muchas deficiencias, tiene tirón popular. El narrador es un niño de diez años, Jamie Matthews, que a los cinco perdió a una hermana, Rose, en un atentado terrorista en Londres. Su padre empezó a beber y su madre acabó yéndose con un tipo cuya mujer también falleció en el atentado y al que conoció en el grupo de apoyo. La novela comienza cuando, junto con su padre y su hermana mayor Jasmine, de quince años y gemela de Rose, se han mudado al campo. Su padre sigue bebiendo mucho y, además, tiene una urna con las cenizas de Rose y pide a sus hijos un comportamiento irracional hacia la hermana fallecida.

En el nuevo colegio Jamie conoce a una chica musulmana, Sunya, que le ayuda e incluso le protege del matón de clase. Pero Jamie teme qué dirá su padre cuando vea que su amiga lleva hiyab. Además, Jasmine se ha echado novio y también teme la reacción de su padre.

Muchos momentos del mundo interior de Jamie y algunas descripciones están conseguidas, pero que la narración sea en primera persona chirría: Jamie tiene un sentido del humor irónico y a veces logra unas metáforas originales que suenan impropias de su edad e incompatibles con su situación. Tampoco encaja mucho con su modo de ser que crea en serio que su familia se recompondrá si Jasmine y él van a un concurso televisivo. Sunya es una chica muy luminosa y con una perspicacia fuera de lo común: también se hace difícil aceptar tantas cualidades. En cambio, tanto los padres de Jamie como, más tarde, los de Sunya, resultan más que antipáticos. Tampoco los profesores se lucen y, por supuesto, el matón de clase que amarga la vida de Jamie y de Sunya es aborrecible.

Habrá lectores que vean emocionante la crisis por la que pasa Jamie cuando muere su gato Roger: podría serlo pero, al menos a mí, en todo el contexto no me lo parece. Se presentan con máximo respeto algunas costumbres musulmanas de Sunya –es notable lo bien que razona el uso del hiyab–, pero no así las costumbres cristianas que se mencionan, pues Jamie no es capaz de explicarlas o lo hace de manera más bien torpe. Y el toque habitual en este tipo de historias, que atrae lectores en nuestra sociedad: “Y eso es lo que pasa con los cristianos y los musulmanes, que los dos tienen un Dios y los dos tienen un libro. Sólo que no los llaman de la misma forma”, sentencia Jamie.

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