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Los últimos días de Roger Federer y otros finales

AUTOR

EDITORIAL

TÍTULO ORIGINALThe last days of Roger Federer: and other endings

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2023)

Nº PÁGINAS352 págs.

PRECIO PAPEL20,90 €

PRECIO DIGITAL8,99 €

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GÉNERO

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No siempre resulta fácil descubrir por qué un ensayo o una novela funcionan bien, pero en este caso basta con fijarse en la transición entre las partes. Los finales que narra Geoff Dyer se entrelazan en una sucesión de secciones numeradas, como un sendero que a su vez desvela la forma de pensar del autor. Cada bloque, con una extensión que va desde las pocas líneas hasta el par de páginas, contiene una imagen, una reflexión o una anécdota redonda y, a su vez, da paso al siguiente con una lógica interna incontestable. Un buen ensayista habría dedicado un capítulo a cada uno de los personajes de su interés, con algún motivo recurrente que los conectase, pero para sobresalir en este género tan frecuentado es imprescindible el riesgo, así que Dyer, en lugar de un conglomerado de semblanzas, ha escrito un estudio magnífico sobre la decadencia y las renuncias.

La del tenista Roger Federer, como suele ocurrir con quienes se dedican al deporte profesional, consiste en un declive salpicado de señales cada vez más frecuentes y claras, y que afronta con la misma elegancia que el revés a una mano. El de Nietzsche, sollozando enloquecido sobre el cuello de un caballo al que azotaban, se proyecta sin remedio sobre su obra anterior. Las páginas que dedica a D. H. Lawrence, por su parte, revelan al lector omnívoro y atento que no pasa por alto ni una buena cita ni la ocasión de compartirla. Después de negar durante años que su salud fuese precaria, el novelista, “cuando apenas pesaba algo menos de cuarenta kilos” admitió que tenía “un problema de tuberculosis muy leve”. A los quince días murió.

Entre la alta cultura y la popular, hay sitio en este ensayo para Turner, Bob Dylan, Schopenhauer y Beethoven, y también para obras y proyectos tan ambiciosos que quedaron inconclusos, o tan perfeccionados que recibieron su última pincelada en el umbral del más allá. La música, sea rock, jazz o clásica, ha suministrado finales terribles, en lo artístico y en lo personal, y el distanciamiento irónico del autor cede cuando toca hablar de quienes malograron su talento a causa de las drogas o la enfermedad mental. Es la misma compasión que transmite cuando narra la desaparición de formas de vida antiguas, de lugares cargados de resonancias o de una especie animal. Por ejemplo, nos informa de que entre 1868 y 1888 fueron abatidos treinta y un millones de bisontes para obtener pieles, mientras se dejaban pudrir los cuerpos que habrían alimentado durante siglos a los habitantes originarios de Estados Unidos. A veces, al progreso le acompaña la extinción de lo anterior, y no hay sofisticación cultural que atenúe la melancolía.

Con una trayectoria como ensayista que lo ha situado entre los autores más notables de las últimas dos o tres décadas, resulta coherente que, a sus 65 años, Dyer aborde los primeros síntomas de la senectud en un libro que se acerca a la perfección al indagar sobre los finales. Se dice a veces que los treinta años son los nuevos veinte, o que los sesenta son los nuevos cincuenta. La muerte, sin embargo, sigue siendo la antigua muerte.

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