Jean Daniel es un escritor y periodista francés, de origen judío, que este año cumple 92. Es Premio Príncipe de Asturias (2004) de Comunicación y Humanidades y Premio Ortega y Gasset.
Después del título, Los míos, una ojeada al índice: y allí están, entre los nombres famosos, Matisse, Gide, Camus, Mauriac, Clavel, Barthes, Sartre, Mendès France, Aragon, Raymond Aron, Foucault, De Gaulle, Churchill, Jean Cau, Furet, Octavio Paz, Yehudi Menuhin, Sédar-Senghor, Françoise Sagan, Czesław Miłosz, Derrida, Solzhenitsyn, Lévi-Strauss… Es una selección de semblanzas publicadas a lo largo de muchos años. Con algunos de estos personajes Jean Daniel tuvo amistad; con otros, un trato más superficial; y con otros prácticamente ninguno. Pero qué duda cabe de que todos juntos impresionan.
Los míos, ¿en qué sentido? “Algunos de los seres que iluminaron mi camino”. Pero, ¿cómo se conjugan el impenitente comunista y buen poeta Aragon con la víctima del comunismo Solzhenitsyn? ¿O Camus con Sartre? ¿O De Gaulle con Mendès-France? Una clave para entender esto es que Daniel incluye aquí a todos los judíos que puede y a quienes miran con buenos ojos a los judíos. Otra es que el cofundador, en 1964, y hasta ahora director de Le Nouvel Observateur mantiene una política equilibrista, quedar bien con el mayor número de gente posible.
Agnóstico, no muestra, en algunas de las semblanzas, simpatía alguna por las religiones y menos por el cristianismo. Pero cuando se trata de hacer la semblanza del fallecido cardenal Lustiger, de origen judío, se vuelve comprensivo y, por unos momentos, casi simpatizante de ese catolicismo.
Las primeras semblanzas –de su madre, de un amigo español de su juventud, de un teniente tunecino– son las mejores, quizá porque no tiene que hacer equilibrios y habla desde el corazón.
En conjunto, el libro vale la pena, porque su autor es un testigo longevo del siglo XX, escribe bien –frases cortas, metáforas ajustadas, anécdotas punzantes– y ofrece un panorama de la intelectualidad francesa en más de siete décadas, con algunos nombres de otros países. Pero, a la vez, el libro demuestra, sin quererlo, que los tiempos en los que casi todo el mundo hablaba de los intelectuales franceses han pasado completamente.