Lila, Lila

Martin Suter

TÍTULO ORIGINALLila, Lila

GÉNERO

Anagrama. Barcelona (2006). 344 págs. 18 €. Traducción: Helga Pawlowsky.

Cuarta novela de este escritor suizo, que suele tratar en sus ficciones los problemas de identidad con cierta dosis de intriga. En «Lila, Lila» narra el asombroso lío en que se ve envuelto David, un camarero que se enamora de Marie, una de sus clientes. David acaba de encontrar por casualidad un manuscrito de una novela ambientada en los años cincuenta. Para deslumbrar a Marie, muy aficionada a la literatura, le pide que lo lea y le dé su opinión, haciéndose pasar por su autor. Marie queda entusiasmada con esa historia de amor y comienza a mirar con otros ojos a David, cuando en realidad se ha enamorado de la novela.

A pesar de las reticencias del camarero, Marie gestiona su publicación, y gracias a una reseña favorable del gurú de la crítica suiza la novela se encarama al primer lugar en la lista de libros más vendidos. Comienza entonces para David una vida que nunca habría imaginado: presentación del libro en su país, traducciones a otros idiomas, trasiego de entrevistas y programas de televisión… Su nerviosismo se interpreta como autenticidad, y el libro se vende cada vez mejor.

David ha conseguido a Marie, con quien convive ahora, pero se plantea con frecuencia decirle la verdad y terminar con esa guerra de nervios, porque no está seguro de si el verdadero autor vive todavía o si alguien más conoce el manuscrito.

Martin Suter mantiene con naturalidad la intriga del embrollo y desarrolla una trama en la que la historia de la propia novela usurpada tendrá su reflejo en la evolución de los personajes, como si la ficción quisiera repetirse tozudamente en la realidad.

A la mentira se une el chantaje y luego los celos, mientras el cambio de identidad termina por fagocitar al sencillo David, convirtiéndolo en un ser atormentado y prisionero de su destino. «Lila, Lila» resulta así una convincente fábula contemporánea del clásico cuento de la mentira que termina engordando hasta que ya no puede controlarse.

Pedro de Miguel

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