Las pequeñas virtudes es el título del último trabajo entre los once que componen este libro. Son a modo de pequeños ensayos, algunos realmente cortos y otros más extensos, que la autora fue publicando en periódicos y revistas italianos en los años 40, 50 y 60.
Natalia Ginzburg (1916-1991) es una escritora italiana conocida y valorada por un buen sector de lectores. En España se han traducido varias de sus obras. Durante la lectura, siempre amena, siempre entretenida, me rondaba esta palabra: graciosa, es una obra graciosa; no porque sea precisamente de humor, aunque no falta, sino porque hay un acercamiento a la realidad cotidiana que es así, amable, un acercamiento y un diálogo con la realidad y las personas corrientes comprensivo, con un distanciamiento que permite una especie de suave nostalgia, de ternura universal, de cariño concreto, incluso por lo menudo. Hasta el dolor y la tragedia se presentan velados, como vagamente entrevistos en el recuerdo, lejano y ya sin aristas…
Las pequeñas virtudes podría verse como un estudio sobre la pedagogía familiar, de los padres a los hijos; pero más bien es un comentario pormenorizado de experiencias cotidianas, una lista comentada de observaciones sobre el comportamiento infantil o adolescente ante las actitudes y directrices paternas, educativas. Y así, con otros y variados temas, diferentes enfoques, épocas, esta mujer de origen judío, que hace gala de su papel de esposa, de madre, de escritora, completa los otros diez ensayos. Quedan casi implícitas sus convicciones morales, religiosas, nunca demasiado precisas, pero que suenan a algo amablemente convincente, vagamente universal y correcto.
