Las ideas tienen consecuencias

Ciudadela Libros. Madrid (2008) 220 págs. 22 €. Traducción: Ana Nuño.

TÍTULO ORIGINALIdeas Have Consequences

Hay dos formas de leer un ensayo: de un modo intemporal para aplicarlo a nuestra época, y otra considerando el tiempo en que se escribió, como en el caso de esta obra de 1948 de un pensador americano que se inscribe en la escuela del llamado “conservadurismo libertario”, cuyo eslogan bien podría ser el de libertad y propiedad. Richard M. Weaver (1910-1963) fue un profesor de inglés en la universidad de Chicago que se dio a conocer con este libro de denuncia sobre la decadencia de Occidente, que para él se remonta al nominalismo de Guillermo de Ockham, punto de partida para el escepticismo y el relativismo que hacen estragos en nuestros días. Su obra tiene, sin embargo, un tono pesimista y de nostalgia por el paraíso perdido que, en el caso de Weaver, no es otro que el sur de los Estados Unidos, la tierra de los últimos caballeros antes de ser devastada por la mentalidad materialista e industrial de los nordistas vencedores en la guerra civil. Si a esto añadimos que el autor vivió en su juventud la intervención estatal en la economía del New Deal de Roosevelt y una contienda mundial que acentuó el dirigismo gubernamental, entenderemos la comparación radical hecha por Weaver entre la administración demócrata de su tiempo y el Estado fascista.

El libro es una amalgama de filosofía, estética y teoría política con fuertes críticas, por ejemplo, al legado del Romanticismo, que marcaría el principal de los derechos en la práctica: el derecho a ser egoísta. No falta tampoco el rechazo del sentimentalismo al estilo de Rousseau, que tantas huellas habría dejado en la cultura y el arte contemporáneos. Se pueden también encontrar algunas afinidades con el pensamiento de Ortega, con la denuncia de la deshumanización del arte por la pérdida de las formas, la defensa de unas elites rectoras de la sociedad y el consiguiente rechazo del igualitarismo, aunque las mayores críticas se dediquen a la barbarie que suponen los especialistas.

Weaver fustiga a la clase media burguesa, materialista y desprovista de ideales, y denuncia su desprecio por el pasado como fuente de conocimiento. Su única esperanza parece radicar en aferrarse a un derecho que califica de metafísico, la propiedad, último santuario para defenderse del Estado intervencionista y adulterador de las leyes de la economía. En el fondo está idealizando una sociedad preindustrial, la del pionero en su cabaña, hombre autosuficiente y de gran sentido común, que ha sido víctima de la sociedad de masas y de la tiranía de los medios de comunicación.

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